El quinto sueño.
Categorías:
Tétrico (Oscuros) y Corto (Dimensiones).
Este cuento pertenece al libro: Fenómenos del poblado.
Irse a dormir una y otra vez en la misma noche. No me refiero a despertar en ninguna ocasión, sino a volver a soñar dentro de la misma fantasía onírica. Me ha ocurrido varias veces, en esta anécdota logré alcanzar el quinto sueño.
Pernoctar, un hecho para descansar, pero, ¿cuándo uno está tan exhausto en el mismo sueño, qué hacer?, fácil, volver a recostarse.
Si todavía no hay una mejora de recuperación, pues se aplica la misma técnica una y otra vez, hasta que la concentración disminuya y así podamos relajarnos para el siguiente día estar en mejores condiciones para afrontar la vida.
El tiempo es lo más maleable al momento de dormir, especialmente cuando la acción se repite sobre sí misma. Pudiendo pasar una vida entera entre sueños, dentro de la misma situación onírica. Casi imposible de comprender, menos de redactar.
Me fui a dormir esa noche, cansado, más de lo que acostumbro.
Primer sueño.
Uno típico y ordinario, sin nada de fascinante, como seguía aletargado, me dirigí a una habitación y me volví a dormir.
Segundo sueño.
Desperté en una cama en medio de una pradera. Sabía que no era la realidad. Tras dar un paseo en los alrededores y no encontrar nada interesante más que matorrales y conejos, regresé al sitio de donde venía.
Tercer sueño.
Acostado incómodamente en una especie de tablón de anuncio metálico. De lejos, parecía una numeración, sí, el número 80 de color rojo, con espacios oxidados y muy grande. Me encontraba en la parte superior del ocho, pero no por dentro, sino en el borde, casi cayéndome hacia el cero. Como no podía hacer mucho en ese sitio, pues sin duda no quería llegar al piso que estaba a más de cinco metros, cerré los ojos.
Cuarto sueño.
Las superficies materiales eran inexistentes, simplemente me encontraba. Si lo tuviera que describir en términos cotidianos, me hallaba flotando en el cielo, sin nubes ni demás espacio que me recibiera. Todavía me mantenía cansado y no había nada que me ayudara en ese lugar. Lo que sí comprendía era que el tiempo pasaba a toda velocidad, pues el piso comenzaba a ponerse verde, lo que en algún momento no había notado, ahora comenzaba a tener nitidez. Si estaba cayendo de gran altura, lo hacía a una velocidad excesivamente lenta, ya que los árboles que ahora eran visibles, morían, renacían y las épocas seguían sucediendo.
Quinto sueño.
De nuevo en una cama. Era matrimonial. Todavía solo.
A pesar de haber visto a otras personas, animales y seres viviendo a un ritmo sumamente rápido, aquí el tiempo se mantenía quieto.
Frente a mí, una gran ventana que mostraba el interior del edificio, demasiado alto como para ver el fondo, un cuadrado sin fin hacia el abismo construido, era como estar en un hotel con vistas al interior. A mi izquierda la puerta de entrada, se escuchaban pasos subiendo las escaleras, me venían a buscar para regresarme al primer sueño y protegerme de la demencia, no me era necesario.
Salí de la cama, que no se destendió, puesto que era atemporal y el efecto tardaría años en ocurrir, a pesar de que yo había aplicado el cambio inmediatamente.
Entré al armario de mi derecha, uno muy grande, casi como la vitrina que tenía de frente. Detrás de la ropa encontré un pequeño compartimiento tapiado con una madera vieja y polvorienta, tenía años sin ser usado ese sitio.
De un grosor apenas suficiente como para poder caber agachado, torcí a la derecha y continué avanzando. Escuché la puerta de la habitación ser abierta, pero yo ya no estaba ahí.
Pasado un momento de estar gateando más allá del ropero, el camino doblaba a una habitación muy pequeña, en donde había una única silla en el centro. Las paredes eran de tierra, de un color muy claro, con mucho polvo que me entraba a los pulmones. Tosí unos momentos.
Me paré en ese sitio, apenas lo suficientemente alto como para poder descansar mis rodillas. El respaldo de la silla me quedaba de frente, sentada había una figura con ropas viejas y gastadas.
Me encontré que era una niña totalmente momificada, tenía mucho de haber muerto. Aproximadamente tenía catorce, con un vestido negro mezclado con años de suciedad. Estaba contemplando un altar toscamente excavado, con tres pequeños niveles, en los dos inferiores había fotos de personas, me imagino que eran sus familiares; en el central, una foto de una pareja en su boda, sospecho que sus padres.
La pobre chica abrió la boca, de una forma que solo lo puede hacer el tiempo, no la naturaleza humana. Dejando escapar una idea: había llegado muy lejos en sus sueños y no había encontrado el regreso al despertar, en su desesperación cavó este sitio para pedirle perdón a sus padres por no poder estar con ellos.
Desperté, desperté, desperté, desperté y desperté. En orden, para evitar fallos lógicos y que la realidad vuelva lo cotidiano.
Gracias a esos sujetos que me buscaban para poder ayudarme, encontré a la pequeña, hallados también por ellos.
Por fin, ambos pudimos descansar.