Un olor perceptivo.

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Muchos suelen decir que el olor es aquel que más imágenes trae a la memoria, es decir, el sentido que más recuerdos nos evoca.


            De todos los que tenemos, poder olfatear algo nos llevará indistinguiblemente a un sentimiento, idea o cualquier hecho que hayamos vivido.


            Hay remembranzas de prácticamente cualquier cosa, como el olor a lluvia con los días fríos; algunos casos pueden ser desagradables, como el de la comida podrida que nos indica que hay que tirar algo que ya no sirve.


            Existen momentos en que los olores nos tienen perplejos, por más que sigamos percibiéndolos, solo podemos tener el sentimiento, pero no una imagen clara de lo que representa.


            Hubo una vez un momento en el que ocurrió algo todavía más extraño, una situación en que un objeto hizo notar a alguien un olor particular que nunca había sentido.


            Fue mientras se leía un libro. Generalmente el olfato solo reconoce un químico singular derivado de la creación física del texto, al cual se le suele conocer como que algo es nuevo. Conforme pasa el tiempo y se continúa con la lectura, el olor desaparece y solo queda el recuerdo. ¡Hasta que se abre una nueva obra impresa!


            Probablemente la persona que estaba leyendo el libro, uno cualquiera, que ya no desprendía aquel fenómeno novedoso; tenía algún desequilibrio neuronal que le hizo experimental un olor que no existía, pues solo ella podía percibirlo.


            Mientras leía y disfrutaba de las aventuras que el texto le ofrecía, en algunos casos podía percibir esos olores con total claridad.


            Al imaginar un desierto caluroso, con un amarillo extremo, podía sentir el olor de arena seca mezclada con otras sustancias que no sabría describir.


            Era algo maravilloso, mientras más avanzaba en la historia, aumentaban las memorias olfativas que era capaz de percibir. No era una figura desprendida del olor. La imaginación le daba una sensación nítida y penetrante derivada del libro.


            No se trataba de algo físico, estaba claro, pues se encontraba en su mente. Tener la capacidad de estimular las áreas neuronales que se iluminan cuando se percibe un cierto olor, solo con la lectura.


            Era como si el libro, las palabras y todo lo que ahí se cuenta, tuviera su propia vida, desprendiendo un olor perceptivo.

  




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