Kyroitero.
Categorías:
Ficción (Supuestos) y Corto (Dimensiones).
Este cuento pertenece al libro: Fenómenos del poblado.
Una enfermedad muy extraña, crónica y que solo afecta a algunos locales.
En uno de sus viajes a la escuela rural, tuvo que permanecer unos meses en esa jungla para capacitar a los maestros y alumnos sobre temas específicos. Se quedaba en unas cabañas, junto con sus compañeros. El ambiente era muy caluroso y húmedo, algo típico del ecosistema.
Después de su jornada laboral, casi todo el tiempo se la pasaba en una hamaca, viendo la vegetación exuberante y a los niños correr entre los matorrales, levantando el polvo sin preocupación alguna.
Los otros trabajadores, que también estaban en un sitio ajeno al suyo, utilizaban su tiempo libre en sentarse a platicar de su ciudad, beber alcohol y jugar cartas ahí junto a él, pues todos compartían la misma vivienda y no les apetecía ir más lejos que el frente del edificio. Tampoco es como que se sintieran muy cómodos recorriendo el poblado. El calor los obligaba a permanecer afuera, a pesar de los insectos.
A veces pasaban padres de familia y los saludaban con mucho respeto, como si fueran superiores o algo así, pues hacían una especie de reverencia sutil y humilde. Los educadores disfrutaban de esos actos y se reían de la ignorancia de los lugareños.
El sopor lo hacía dormir de vez en cuando, aunque no tuviera razones para estar cansado, ese lugar le daba una sensación de letargo, como si el tiempo no pasara.
Los únicos que parecían tener energía en ese espacio, eran los niños que jugaban con un balón viejo y ponchado, que llevaba más tierra que aire en su interior.
Pasados unos días, ya podía reconocer mejor a esos infantes, sus costumbres y gustos. Aparte de verlos jugar a la misma hora, los observaba cuando se enfrentaban a las dificultades académicas que se les impartían.
Una tarde, cuando estaba el ocaso a punto de llegar, dos adolescentes femeninas caminaron hacia los pequeños deportistas, la de la izquierda se le acercó a un niño que jugaba con los demás, después de intercambiar unas palabras, se fue con ellas. Probablemente era su hermana y lo llamaba para la cena, al menos, eso es lo que parecía.
Que sitio tan tranquilo y seguro, dos pequeñas jovencitas con sus vestidos caminando cerca de un grupo de borrachos citadinos que se la dan de cultos y solo dicen vulgaridades cuando juegan a las cartas.
A punto de cerrar los ojos porque le daba el sol de lleno, observó que la pequeña cojeaba un poco. Pudo vislumbrar, a través de su vestido, que la pierna derecha estaba más delgada de lo común. Le pareció extraño.
Soñó con eso hasta que los insectos lo obligaron a regresar a la cabaña.
Al siguiente día le preguntó al niño sobre la jovencita que había visto ayer.
—Es mi hermana —dijo el muchacho, un poco ruborizado.
—¿Está bien de la pierna?, observé que cojeaba. —El pequeño agachó la mirada.
—Tiene Kyroitero, profesor —su voz apenas era audible.
—¿Kyroitero?
—Sí señor.
Dejó que se marchara el niño, no quería seguir hostigándolo.
En la tarde comentó la situación a sus compañeros y ninguno había oído de ese término. Uno incluso sugirió que era un insecto que le había picado y así era como le llamaban a la enfermedad. Otro hizo alusión a matar la enfermedad con alcohol, todos rieron. La conclusión a la que llegaron fue que había muchos mosquitos y ese lugar era insufrible. No siguieron con el tema que le interesaba.
Después del fin de semana, justo al finalizar la reunión con los maestros. Le pidió un minuto al director y le explicó la situación de la adolescente.
—Oh, ella, sí, tiene Kyroitero.
—Pero, ¿qué es eso?
—Una enfermedad degenerativa. Se da muy pocas veces y en algunos sitios, ¡justo como este! —Se rascó la nuca, no sabía si le hacía referencia a la picazón por un insecto o si simplemente tenía comezón.
El administrativo comenzó a caminar hacia unos padres de familia, así que lo alcanzó y siguió la conversación con paso forzado.
—¿Qué la causa?
—No se sabe con certeza. —Se notaba que no le interesaba el caso.
Lo dejó solo y regresó a continuar con su trabajo.
No podía quitarse la enfermedad de la cabeza. Cuando por fin parecía que pensaba en algo más, veía la imagen de la pequeña cojeando.
Ya no estaba acostado en la hamaca después de sus labores, ahora se encontraba meditando con los pies en la tierra. Recostado relajadamente mientras veía el partido de los infantes. Preguntándose por las dificultades que tenía que pasar aquella adolescente. Entre tanto cerro, polvo, maleza e insectos por doquier.
¿Será cierto lo que dicen sus compañeros?, ¿causado por un insecto?
La vio acercarse junto con su amiga, iban rumbo al pequeño hermano. Ella caminaba laboriosamente, pero se notaba que era algo que manejaba de mucho tiempo.
Esa noche volvió a soñar con eso. Se imaginaba a si mismo cojeando por alguna cuestión crónica a tan temprana edad, pero sin saber que le sucede a su cuerpo y que a nadie le importaba.
Despertó sudando. Aprovecharía el viernes que había junta con los padres para indagar sobre la situación.
Llegado ese día, se acercó a la mamá.
—Disculpe, soy el profesor de su pequeño.
—Buenas, profesor. —Se notaba una turbación en su reacción.
—Lamento entrometerme, pero he notado que la hermana de su hijo cojea. Me han dicho que tiene Kyroitero.
—Sí, señor. La diagnosticaron a los cinco años y hasta ahora ha podido pausar la enfermedad.
—¿Cómo?
—Es que tiene Kyroitero de la rodilla derecha y se le extendió porque no teníamos los recursos para neutralizarla.
—¿Qué es esa enfermedad?
—Oh, nadie lo sabe —dijo tímidamente, como si fuera culpable de las dolencias de su hija.
—¿Cómo es el Kyroitero?, es que no lo conozco.
—Ah, sí cierto. Que ustedes no saben de los problemas de la zona.
Sacó un pañuelo y se limpió los ojos. Continuó con su narración:
—Empezó a quejarse del dolor cuando todavía era muy pequeña. La llevamos con los médicos aquí, pero solo le mandaban recetas para el dolor. Al principio parecía que funcionaba, pero con los años nos dimos cuenta de que era algo más. Así que nos preparamos para lo peor.
El hijo de ella se les acercó, le dijo algo a la mamá y ella asintió. Él lo vio alejarse felizmente con sus compañeros.
—Mi pequeño no tiene ese problema, véalo, corriendo como si nada.
—Ya lo veo, sí.
—En fin. Los médicos me dijeron que podía tratarse de un problema de Kyroitero, nosotros no lo queríamos creer, pero, por algo suceden las cosas.
»Fuimos con un médico de la ciudad —en realidad era un pueblo, pero le decían con ese nombre porque le parecía más grande— y nos mandó a hacer unas pruebas allá a la capital. —La urbe más grande y cercana.
»Con unas radiografías se comprobó lo peor, mi hija tenía la enfermedad —terminó de decir con un tono triste.
—¿Qué la causó? —dijo con impaciencia, no sabía si le preocupaba tenerlo o por interés educativo.
—Oh, nada en especial, es como la lotería, a algunos pocos desafortunados nos pasa, pero solo es de esta zona. Casi cada generación hay alguien con Kyroitero, en esta ocasión le tocó a mi Julieta. La vez pasada fue a un tío mío, pero a él le fue peor, porque lo tenía en la costilla izquierda, solo que la comenzó a desarrollar ya mayor, como de cuarenta años. Ya no quiso tratarse y dejó que la enfermedad se lo llevara, eso fue a los pocos años.
—¿Cómo?, ¿en qué consiste el problema?
—Pues es algo de los huesos, no sé muy bien, no soy médica, pero he escuchado que hay algo de una osificación extrema que carcome los nutrientes cercanos. No lo entiendo bien, pero he escuchado algo como eso.
—¿Osificación?, es decir, ¿los músculos se convierten en hueso?
—Ándele, así mero es. Lo que pasa es que el hueso empieza a crecer y la carne a hacerse pequeña, como si se la estuviera comiendo el esqueleto. Y ya cuando no le queda más tejido del que alimentarse, todo el exterior queda como un hueso de un color marrón oscuro. Los médicos dicen que es una capa gruesa osificada cubierta con una fina manta de grasa que comenzará a extenderse por todo el cuerpo hasta momificarlo por completo.
»¿Se imagina a mi pobre tío?, ese Joaquín no le interesaba su salud. Podías verlo sin camisa, mostrando su costado caramelizado. Los niños lo tocaban, era una sensación extraña, pues estaba rígido, calentito y con una sensación sebosa.
»Cuando murió, la enfermedad siguió creciendo, al menos por unos días así fue. Después de un tiempo, lo que alguna vez fue un hueso muy grande se queda con una apariencia como de papel o cartón seco, se vuelve poroso y suelta mucho polvo. Los médicos dicen que hay que enterrarlo lo más pronto posible, pues es probable que sean esporas de un hongo o algo así.
—¿Esporas que osifican?
—No sé, algo así dicen. Nosotros le llamamos Kyroitero y nos basta con detectarlo a tiempo para mantenerlo controlado y que no se lleve a uno más de los nuestros.
La adolescente se acercó a la mamá, no la había visto venir.
—Querida, ¿te importaría mostrarle tu Kyroitero al profesor? —Se mostraba risueña la señora.
—Sí, mamá —dijo con una voz tímida.
Levantándose el vestido hasta la rodilla, pudo ver que el hueso tenía un color marrón con distintos tonos, como si fuera un jamón ahumado o un caramelo de azúcar en su estado de fusión.
—Es increíble. Lo siento, pero, ¿le duele?
—Oh, no, para nada. —La pequeña se mostraba más animada. Al parecer había un cierto orgullo por portar la enfermedad supuestamente familiar.
—Ya está acostumbrada. —Abrazó a su hija—. Lo que le dolía era cuando trataba de doblar la rodilla, pero los ligamentos ya se comenzaban a poner rígidos. Una vez que se osificaron, ya no hubo más problema, solo quedó tiesa esa articulación y no pasó a mayores.
—¿Cómo impiden que siga creciendo?
—Con unas medicinas y una dieta verde que nos envió el médico. Solo que no habíamos podido dárselas como debe y pues, como está en la edad del crecimiento, se le aceleró el Kyroitero hasta alcanzar lo que ve ahora.
—No se preocupe, no me molesta. —Estaba risueña la adolescente—. No me pasa nada, ya no crecerá más, al menos no mientras me siga cuidando.
—No hay cura, al menos eso dicen los médicos —intervino la mamá—, le seguirá creciendo la pierna con normalidad. Al parecer logramos impedir que ciertas venas se vieran afectadas, así que todavía llegan nutrientes al pie, solo que tendrá que cojear durante toda su vida.
—Ya me acostumbré, mamá, no pasa nada. —Seguían abrazadas.
—Yo creo que es algo de familia, pero no sabemos, aquí casi todos tenemos algún parentesco y solo ha ocurrido el problema en esta comunidad.
—A mí me gusta, me recuerda a mi tío.
—Tío abuelo. Anda, ve por tu hermano, vamos a comer.
—Lo siento mucho por su hija, señora.
—No pasa nada, profesor. —Ambos vieron retirarse a la pequeña cojeando.
»Es solo un hueso más grande de lo normal, digamos que quiso mostrarse al exterior como si fuera una especie de momia, hecha de capas osificadas en lugar de papel y pegamento.
Le pareció una extraña metáfora, pero no podía esperar algo más de aquella población tan alejada de la sociedad con sus propios dilemas, que, aunque a un citadino le parezcan de lo más preocupantes, para ellos es un signo de unión y orgullo.