Te regalo mi arte.
Categorías:
Nostálgico (Afectuosos) y Corto (Dimensiones).
Este cuento pertenece al libro: Fenómenos del poblado.
La oportunidad de ser profesor por fin se cumpliría, al menos tener un trabajo más estable.
Viajó hacia el poblado rural en el que impartiría clases, aunque su profesión y vocación estaban inclinadas a la historia.
Consiguió un pequeño apartamento rústico en donde quedarse a un buen precio. Estaba cerca de la escuela, una secundaria distante de la comunidad.
El siguiente lunes se presentó con la directora, la cual era maestra al mismo tiempo. Solo había tres trabajadores, él era el último de ellos. La persona anterior había renunciado, dejando a una pareja a cargo de cerca de 50 alumnos en total. Los grados se impartían como podían, había poca administración y mucho conflicto con la organización.
Su salón era el más alejado de la entrada principal, el de en medio pertenecía a la directora, y el primero a los alumnos más nuevos en secundaria.
Fue un hecho curioso que la administradora fuera una excompañera y amiga suya de la secundaria. Ella se había dedicado a las cuestiones artísticas, como la música y el baile, pero el destino la llevó a impartir y controlar una escuela en medio de un poblado aislado.
Platicaron durante un largo rato, recordando como se habían conocido, los buenos momentos que tenían y como la vida los separó para no volver a encontrarse hasta ahora, nuevamente en una secundaria.
Las primeras clases fueron de rutina, la presentación del maestro y el alumnado, las reglas, materias que se verán, convivencias y horarios. En fin, todo lo básico para crear un grupo y después comenzar con la carga educativa.
El siguiente día comenzó con sus clases ordinarias. Escribiendo en el pizarrón blanco, haciendo bocetos y tratando de enseñar a un conjunto de alumnos con intereses muy distintos a los que se mostraban en la carga formativa, le parecía que esas cuestiones estructuradas no se aplicaban correctamente al ambiente, pero no podía hacer nada, a lo mucho hablar del tema con su jefa y ahora amiga nuevamente.
—No podemos cambiarlo —dijo ella—, es nuestro plan de trabajo, solo buscamos apoyarlos lo más que podamos. Buscar que tengan una vida digna, con educación que tal vez nunca usarán, pero que les puede ser útil para algunas cuestiones en el futuro, tal vez algunos de ellos salgan de la comunidad y logren sus objetivos.
—¿Y si sus objetivos están aquí?
—Pues que crezcan su nivel cultural y se expandan.
—¿Cómo? —preguntó él.
—Sí. Ellos no necesitan saber estos términos que le enseñamos, ellos requieren otros conocimientos para su vida diaria, pero, si los combinamos con la educación que nos envían, ellos podrían ajustarla con sus aptitudes y mejorar la calidad de vida de aquí.
—Sin quedarse estancados en lo que llevan varias generaciones.
—Correcto, ampliar sus horizontes —concluyó la amiga.
—Sin llegar a profanar sus habilidades, sino mejorarlas.
—Totalmente de acuerdo.
El tiempo del receso se terminó y su amiga fue a proclamar el final tocando una alarma para que los alumnos regresaran a sus salones, después de un almuerzo o un juego deportivo en grupos. Algunos comían con sus padres, por lo que los señores solían regresar caminando a sus actividades al terminar ese tiempo libre, era algo que pocas veces se podía observar fuera de las localidades rurales.
Los días fueron pasando. Las actitudes humildes de los alumnos se mantenían, en general eran cohibidos y tímidos, huyendo a las preguntas que no querían. Temerosos del acento del profesor y cuidando de no mostrar el suyo, como si tuvieran vergüenza de su procedencia.
En uno de los recesos, fue a la dirección, que era el mismo salón de su amiga. Estaba vacío, su pizarrón blanco se encontraba libre de anotaciones, así que aprovechó para dejar un simple mensaje en uno de los costados.
«Hola».
Regresó a comer fuera, viendo la actividad rutinaria de sus discípulos, pensando en sus futuros y en los destinos que les esperaban. Cómo ellos podían tener ideas para sus futuros, pero las dependencias caprichosas de la vida los podían llevar por otros senderos. Exactamente igual que él y su amiga que se habían conocido en una secundaria, años después se volvían a reunir en las mismas situaciones, solo que en distintos niveles, ya no como alumnos, sino como maestros.
Pasadas algunas fechas, recordó que había dejado un mensaje en el pizarrón blanco, así que fue al salón y ahí seguía. Todavía se podía leer en el lateral. La demás parte había sido usada y se encontraban mensajes educativos de una clase de matemáticas.
Le pareció tierno que lo haya guardado y que los demás lo respetaran, así que se le ocurrió agregar un poco más a su obra. Hizo un pequeño dibujo de sus sentimientos, una bailarina joven, al igual que lo que solía ser su amiga en secundaria, tan llena de esperanzas y sueños. Salió con una sonrisa y se fue a su banca a almorzar.
Podía ver que todo estaba lleno de tierra y eso no afectaba en lo más mínimo a nadie. En una ciudad eso sería inaudito, los alumnos correrían peligro con las grietas, animales silvestres y otras amenazas rurales que apaciguarían una correcta educación. No dejaban que los jóvenes fueran entes vivos.
Se escucharon gritos de unas jovencitas. Volteó. Estaban señalando una serpiente de color café, con trazas amarillentas y rojizas, que se mezclaba con la tierra, pasando desapercibida casi por completo. El reptil se encontraba saliendo de un montículo para esconderse en una hendidura de una baldosa del salón, para quedar justo debajo de éste.
Unos alumnos llegaron rápidamente. Él creía que la iban a matar o a jugar con ella para su diversión viendo el sufrimiento animal. Se levantó y se acercó rápidamente. Para su sorpresa, la estaban protegiendo.
—Cuidado profe, es una víbora.
—Sí, profe, no la vaya a pisar.
—Ha de ir por agua, se acerca la época de lluvias.
—Sí, sí, dejémosla pasar.
—Ahí va, abran paso, déjenla tranquila.
—No pasa nada, profe, es normal, solo estamos en su camino.
—No son peligrosas, mientras no le hagan nada.
No lo dejaron reaccionar, se quedó petrificado viendo todo lo que ellos hacían. La serpiente se perdió en la oscuridad de la abertura y no la volvieron a ver. Los jóvenes examinaron todas las vertientes, comprobando que no fuera a salir por otro lado.
—Ya quedó, profe, ya no saldrá hasta la noche que llueva.
—Seguro va a la fiesta, eh. —Los demás rieron.
—Es que se acerca la época en que se reúnen todas. —Más risas.
—Profe, ellos quieren decir que se acerca su época de apareamiento —dijo tímidamente una de las que habían gritado.
—Sí, sí, quiere privacidad la víbora.
Se despobló la zona. Los varones se fueron riendo a continuar con sus anteriores actividades, mientras las féminas seguían ruborizadas por las palabras burdas de sus compañeros, hablaban en voz baja sobre la serpiente. No se dio cuenta en qué momento estaba su amiga junto a él.
—Es algo bello de este lugar, respetar la vida y la naturaleza —comenzó ella la plática.
—Ya veo, creí que la iban a matar o que algo peor pasaría.
—No, para nada, aquí son muy respetuosos, es un grupo muy reunido.
—Vaya que sí —terminó él.
Esa noche se quedó pensando en lo sucedido. Al siguiente día, muy temprano fue al salón, pero estaba cerrado, así que tendría que esperar al receso.
Entró y vio que su dibujo permanecía ahí, guardado recelosamente de los borrones educativos del trabajo. Hizo uno nuevo, cada día iría anexando más, promoviendo la imaginación de todos. Haciendo del arte una nueva visión en esa comunidad.
Trazó la serpiente, en el pizarrón, de una manera que parecía pasar por debajo del pizarrón y salir por otro lado, para después volver a esconderse en su trayectoria por la existencia.
Su amiga tenía ilusiones de ser cantante y bailarina, pero el destino la llevó a otros sitios. El arte no muere, sino que se reabre en múltiples facetas. Que mejor manera de rememorar la historia de la vida, que regalando aquello que une a todas las personas.