Ladridos nocturnos.
Categorías:
Suspenso (Oscuros) y Corto (Dimensiones).
Este cuento pertenece al libro: Fenómenos del poblado.
Estaba de visita con sus parientes lejanos, aquellos que alguna vez albergaron a su joven madre antes de que fuera adulta. Ahí se encontraban varios de sus primos y tíos. Sus abuelos eran los dueños de la propiedad, pero hace tiempo habían fallecido por la avanzada edad, dejando que el lugar fuera habitado por sus descendientes. Quienes hacían uso y cuidado de la casa, era una hermana de su mamá y su familia, dos de los hijos vivían en la parte baja, mientras que los demás se encontraban arriba, cada uno hacía su vida, solo juntándose en momentos importantes y fechas especiales.
La familia de él tenía que ir a esa ciudad por unos trámites, así que llegaron a esa casa para pasar la noche. Los cuatro invitados se quedarían en el cuarto de huéspedes. En la parte inferior no había nadie en esos momentos, solo los perros que se paseaban libremente por todo el apartamento sin poder salir a saludar. Sus tíos no consentían que los animales subieran, así que les impedían el acceso a las escaleras, evitando que ensuciaran y destrozaran arriba, pues no estaban bien educados. Se escuchaban los juegos y acciones revoltosas en el apartamento de abajo, típico de un grupo de canes jugando.
Probablemente sus primos llegarían esa noche o a la que seguía, habían salido de la ciudad con unos amigos y no tardarían en regresar. La familia hospedada estaba deseosa de poder verlos, pues tenían meses sin encontrarse, aparte de que les habían llevado pequeños regalos.
Esa tarde comieron reunidos, la mayor parte de los parientes, platicando sobre sus vidas y los deberes que los hacían llegar a esos lados. Al final, como siempre, se quedaron viendo las noticias, sentados a la mesa mientras hacían digestión y contaban anécdotas graciosas. Poco tiempo después se dispersaron algunos a hacer sus actividades, como los juegos de pasatiempos que vienen en el periódico o mirar una novela en la tele; era algo entendible, ya que a esa edad necesitaban descansar en sus rutinas para poder presentarse al siguiente día. Los más jóvenes se quedaron todavía en el mismo lugar, mientas un grupo de los mayores dormitaban con una película vieja en la sala común.
—No creo que tarde en llegar Juliana, anda con el novio y sus amigos. —Salió el tema a la plática.
—¿Ya cuánto llevan? —inquirió uno de los invitados.
—Como dos años, casi lo mismo que con su perro.
—El negro, ¿no? —respondió el mismo huésped.
—Quisiera, ese ya tiene como ocho años, lo rescató de la calle —dijo una de las primas que viven en esa casa.
—¿Cómo le hacen para tener tanto animal? —Fue la pregunta que hizo la hermana menor que estaba de visita.
—No sé, yo también me lo pregunto. —Rio una de las primas que contaba la historia.
—Si no estuvieran esos perros, diría que no hay nadie en casa, es que nunca están y solo llegan a dormir.
—No podría aguantar un estilo de vida como ese —dijo el invitado.
—Nadie, es un fastidio, por eso los mandamos abajo, para que no nos despierten cuando lleguen.
—Eso quisiéramos, pero no, es algo horrible. A pesar de todo, siempre nos damos cuenta de sus fiestas.
—O la de los perros —mencionó enojada una de las anfitrionas.
—A cada rato andan ladrando en la ventana, a todos.
—¿Cuántos son? —dijo la chica que estaba de visita.
—Como cinco, creo hace poco trajeron otro.
—A veces ladran y se alborotan cuando los escuchan.
—Más la cremita, la gorda, esa está muy consentida.
De noche se supone que llegaría al menos una de las primas, pero no había ninguna señal de ella. Al darse cuenta de que nadie vendría, pues el piso de abajo permanecía tranquilo, salieron a cenar todos juntos, pensaban invitar a los demás, pero no había rastros de ellos.
Regresaron una hora después. Al otro día había que madrugar para alcanzar a tiempo su trámite. Se despidieron y se fueron a su cuarto, acurrucándose con el ruido de fondo, una película absurda y dramática del desierto o algo por el estilo.
Mientras dormían, escucharon unos ladridos que se hacían cada vez más fuertes. El primo hospedado salió del cuarto, se había despertado e iba a aprovechar para ir al baño. Cada vez estaban más enfebrecidos los animales, como si se encontraran esperando desesperadamente a su compañero humano. Ya entendía a su familia que vivía ahí, debía ser algo muy feo tener que soportar eso cada fin de semana.
Al salir del baño, se iba a asomar al piso de abajo para ver si ya habían llegado sus primos, pues los perros no habían cesado, pero sentía algo extraño, era similar a… parecía que los animales no estaban en el departamento, sino sueltos, como si les hubieran abierto la puerta y pudieran subir. De hecho, los podía oír caminando y trotando en el piso inferior, acercándose a las escaleras y ladrando cada vez más cerca, como si lo llamaran. Sintió miedo.
Escuchó la pisada firme de alguien que iba a comenzar a subir, junto con los chillidos penetrantes, distantes y cercanos al mismo tiempo, de todas las direcciones de abajo.
No quería saber nada del tema. Apagó todas las luces, dejando el resplandor de la planta inferior para guiar sus pasos, pues siempre estaba iluminado por si llegaban los primos.
Regresó a su habitación rápidamente, pero en silencio, no quería llamar la atención, aunque seguramente no se escucharía. El estruendo de los perros era ensordecedor, no sabía cómo es que oía aquellos pasos subiendo los escalones, ni tampoco se atrevía a averiguar quién era.
Pensó en que podría ser un ladrón y que los bufidos fueran avisos de que se trataba de alguien peligroso, pero ¿por qué se escucharían junto al sujeto que iba subiendo, como si lo acompañaran? En otro caso, si eran sus primos, los animales no tendrían razón para hacer esos sonidos. Tal vez, solo quizá, no era una persona, aquel que venía no era humano, sino un perro advirtiendo su presencia para que nadie se acercara, andando en dos patas con un peso muy notorio, o puede que fuera más de uno…
Fue lo último que pensó antes de quedarse dormido mientras se oían los ladridos nocturnos.