Genética de un ilusionista.

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Fue una historia de muchos meses, una lección que aprendió con el tiempo, algo que no volverá a realizar, pues las consecuencias lo acompañarán toda la vida.


            Su vida era normal, tenía esposa y un trabajo ordinario y estable con lo que ser feliz.


            Un día se encontró a un sujeto, era muy delgado y alto.


            De regreso de la jornada laboral, venía muy cansado, por lo que se detuvo en una cafetería para tomar algo y luego continuar con su destino. Su esposa tardaría en llegar y no tenía ganas de estar solo esperando en su casa, seguramente se quedaría dormido y no quería causarle esa impresión a su cónyuge.


            Se sentó y pidió una bebida, una cargada para poder continuar con su día. Se suponía que esa noche sería de películas, pues era un festejo tradicional que ya habían adquirido. Su intención era consumir algo con lo que mantenerse alerta, despejarse un poco de la carga del trabajo y llegar al hogar de mejor humor.


            Le sirvieron lo que solicitó. Mientras saboreaba su café, en una de las mesas que se encontraban al aire libre, un extraño se sentó a su lado en la silla que tenía a la derecha, como si lo hubiera estado esperando o al menos lo conociera. Era alguien muy raro, tenía un aspecto diferente. Lo volteó a ver con una mirada de fastidio, no quería socializar, tan solo un descanso en solitario.


            Sentía que el señor tenía una enfermedad, casi carecía de barbilla, de manera parecida a que el cuello y la cabeza fueran una mera extensión más del torso, como si hubieran estirado un trozo de plastilina y le pintaran una cara, se le figuraba a un dedo que sale de la mano, similar a no tener una distinción clara de articulación. Los brazos se veían de igual modo, indistinguibles de codos u hombros. Bien podría ser una estrella de mar humanizada, retocada torpemente para aparentar ser una persona. Contaba además con un sombrero negro, aparentemente de paja, pero muy oscuro y de un material más uniforme, de una sola pieza y no tejido como se lo hubiera imaginado.


            —Hola —comenzó la plática el recién llegado.


            —Hola —respondió un poco dudoso.


            —Soy un ilusionista.


            No dijo palabra alguna, esperaba que el enigmático hombrecillo siguiera hablando o se marchara de una vez.


            —No lo entenderías si te lo dijera de golpe. No te preocupes, si me aceptas y me dejas tomar un café contigo, me harías muy feliz.


            —¿Qué quieres?


            —Solo tomar un café, nada más.


            —¿En esta mesa?


            —Contigo. La gente me ve raro. Sé que soy diferente, pero si estoy acompañado, no me tomarán como a un lunático y me dejarán tranquilo de sus miradas furtivas.


            —¿Quieres tomar café conmigo porque así no te verán mal?


            —Sí, es lo único que pido. No importa si no platicamos, solo quiero un descanso antes de continuar con mi día.


            Sonaba como lo que él deseaba. Se sintió conmovido e identificado, tenía una cierta pena por aquel extraño ser, así que le permitió tomar un café con él, después de todo, sus problemas no eran tan grandes como los de ese señor sin barbilla, podía dejar de lado sus deseos esa tarde para apoyar a un desconocido que lo necesitaba más que él.


            —De acuerdo, puedes quedarte.


            —Gracias, puedo pagar lo de los dos, por agradecimiento.


            —No es necesario, ¿cómo te llamas?


            —Arturo, ¿y tú?


            —Macario.


            Pidió lo mismo que su compañero normal. Ahí estaban los dos desconocidos tomando la misma bebida para cada uno, sin hablarse, ensimismados en sus pensamientos, pero acompañándose en una tarde que casi se acababa, pasando desapercibidos y apoyándose sin planearlo. Un par de almas aisladas que se habían juntado por casualidades del destino.


            Arturo, la persona que parecía tener dedos en lugar de cuello y brazos, se mostraba indiferente a Macario, no lo observaba, en lugar de eso veía a la gente y parecía disfrutar que no lo estuvieran juzgando, al parecer le había servido estar reunido para no ser el centro de atención. Al menos la compañía de Macario le servía a un desconocido, eso le agradó.


            —¿Sabes?, te estoy muy agradecido y quiero recompensarte.


            —No es nada.


            —Insisto. Quiero darte algo a cambio.


            —Puedes pagar la cuenta si eso es lo que te hace feliz.


            —No, me refiero a algo más.


            —¿Qué quieres?


            —Que nos volvamos a ver.


            —¿En el café?


            —No será necesario. Yo me presentaré, no te preocupes. Si es que me aceptas.


            —Arturo, ¿cierto?


            —Sí, ese es mi nombre. No me olvides, requerirás recordarlo cuando nos volvamos a ver.


            —De acuerdo.


            Se levantó el señor dedos.


            —Gracias, te estoy muy agradecido, de verdad. Me has hecho pasar una tarde muy agradable, no tienes idea de lo que ha significado para mí.


            —No es nada, hombre, fue un gusto tomar café contigo.


            —Entiendo. Te recompensaré, Macario.


            Se estrecharon las manos, uno sentado y el otro levantado. Los dedos apenas eran perceptibles, como si estuvieran dibujados y no fueran reales, ni siquiera se veía la distinción de la muñeca. Ese sujeto era muy extraño.


            —Nos volveremos a ver. —Acomodó su sombrero y se marchó caminando con su gran altura.


            Arturo lo vio alejarse y notó que tampoco se le observaba distinción en la cadera, rodillas o tobillos, como si el sujeto no tuviera articulaciones y realmente fuera una estrella de mar acoplada a la figura humana.


            Esperó unos minutos antes de terminar su café e ir a su casa.


            Durante el trayecto iba pensando en su extraño nuevo amigo, si es que lo podía llamar así. Lo que más le llamaba la atención era su inusual apariencia, sin duda tenía algo que le perjudicaba la salud, pues esa altura y complexión no eran para nada normales. ¿Qué le habría pasado?, seguro había tenido un mal día y él lo ayudó a pasar un buen rato, con eso se conformaba.


            Pasó una buena velada con su esposa. De cierta forma, el hombre sin articulaciones también lo había auxiliado, pues olvidó sus problemas laborales y la pesadez del día, dejándolo fresco para una buena noche de relajación con su amor, sin duda, ella también se lo habría agradecido si supiera de su existencia.


            Planteó contarle lo sucedido, pero no quería preocuparla, no sabía si era algo importante, aunque sentía que tal vez la asustaría el hecho de que se hubiera encontrado a alguien tan raro, especialmente por la conversación que tuvieron, ¿qué le había dicho?, ¿que se lo iba a remunerar de alguna forma cuando se volvieran a ver? Algo así, sí. Tal vez pasarían muchos años antes de volvérselo a encontrar, si es que sucedía de nuevo, lo cual dudaba.


            No volvió a pensar en él, hasta que se durmió y ocurrió algo todavía más raro en el sueño.


            —Hola —volvió a iniciar la plática el sujeto que parecía esbozado de una estrella marina.


            —¿Arturo?


            —Sí, soy yo. Estamos en tus sueños.


            —¿Qué?


            —Tranquilo, mucho de esto no lo recordarás. Además, en este espacio puedes aceptar más fácilmente lo irreal.


            —¿Cómo?


            —Mira, obsérvame bien. Fíjate como distorsiono la realidad.


            Arturo estaba ahí parado, sin hacer nada, viéndolo con detenimiento. Tenía su cuerpo deforme como lo había visto, sin articulaciones aparentes. Comenzó a bailar, se movía con una ligereza increíble, como si careciera de huesos.


            —Venga, baila conmigo —lo invitó animadamente.


            Macario lo imitó. Sin resistirse siquiera, estaba soñando y no reflexionaba en lo que hacía, simplemente seguía el juego absurdo en el que estaba.


            De repente, algo muy extraño sucedió, no supo en qué momento ocurrió o si siempre fue así, era como si Arturo no fuera una sola persona, sino que estuviera compuesto por dos seres. Cuando se tambaleaba hacia el frente, al ritmo de una música imaginaria, se podía percibir a otra persona en el lugar en el que había estado, parecía que a su imagen le costaba seguir el tiempo, quedándose en un reflejo quieto para luego llegar hacia donde tenía que estar, juntándose nuevamente en uno mismo. Se le antojaba a esos detalles ficticios donde algo con luz se mueve muy rápido en la oscuridad, por ejemplo, los faros de los autos que dejan un destello largo en las fotos, cuando la iluminación se negaba a permanecer en un solo lugar y crea una figura amplia. También se le cruzó la idea de que era como esos resortes que se mueven por pasos, como si la cola fuera más lenta en seguir el frente y diera la ilusión de continuar con retraso, para volver a acoplarse en un solo objeto.


            Solo que había algo más. En una de esas situaciones pudo notar que la imagen aletargada era distinta, no se trataba del mismo semblante, eran más toscas las facciones, tenía una mirada de seriedad, insolencia y concentración. Lo estaba viendo directamente a los ojos.


            Sintió miedo.


            —No te preocupes, no pasa nada —dijo animadamente Arturo.


            —¿Qué eres?


            —Un ilusionista.


            —¿Por eso te divides?, ¿te…?


            —No me separo. Es un reflejo de lo que sucedió.


            —No entiendo nada.


            —No es necesario. —Seguía bailando con un ritmo increíble—. Mira, es una secuencia de mí —continuó cuando vio que Macario estaba petrificado—, como si me tomaras un video con poca definición y pareciera que estoy en varios sitios al mismo tiempo.


            —Pero…


            —No tiene mi cara. No es necesario que así sea, me gusta tener varias imágenes, es como tener múltiples personalidades y pudieras ver algunas de ellas solo por momentos.


            —¿Qué dijiste que eras?


            —Un ilusionista. Puedo modificar tus sueños sin problema, como si tuvieras el control de lo que ocurre en este espacio, solo necesitas pedírmelo y te lo concedo.


            —¿Cualquier cosa?


            —Claro, tú dime.


            —No sé.


            —Lo sospechaba, todavía andas perdido. ¿Te gustan las fiestas?


            —¡Sí, claro!


            En un momento ya podía escuchar la música. Volteó y miró que había más personas, eran muy pequeñas, casi de la mitad de tamaño. Todas bailaban y disfrutaban del ambiente, un sitio oscuro con muchas luces de colores.


            El extraño sujeto que se hacía llamar Arturo tenía pequeños compañeros que danzaban a su lado. Ahora se torcía más sobre sí mismo, dejando al descubierto a su otro semejante, que salía de su torso como una ilusión, para luego seguir sus pasos y fusionarse momentáneamente en uno solo.


            Comenzó a disfrutar del lugar y a bailar con más ganas. En un instante ya estaba cantando con los pequeños soldaditos que le seguían el paso. Él era el alma de la fiesta, realmente lo gozaba.


            El otro ser prácticamente estaba dividido por completo, pues de las rodillas para arriba ya eran dos personas bailando a un ritmo distinto, cada uno independiente. A Macario esto le parecía divertido, como un par de amigos muy juntos tratando de danzar unidos, pero de manera torpe y demasiado cerca uno del otro, sin seguir los mismos pasos.


            No se preocupó más y siguió moviendo alegremente la pierna en su cama mientras soñaba con una fiesta que no tenía sentido, cantando con su compañero el hombre estrella de mar.


            —¿Te diviertes? —cuestionó Arturo.


            —¡Por supuesto! —respondió Macario.


            —Nos alegra escucharlo.


            —¡Lo sabía!, son dos personas en una sola, eres… son alguien muy extraño. —Se reía.


            —Tal vez te juzgué mal. Lo mejor es que terminemos por esta ocasión.


            —¡No!, por favor, quiero más.


            —La ambición puede ser peligrosa.


            —No me importa, ¡quiero más!


            —Soy un ilusionista, puede ser peligroso si distorsionas mucho la realidad.


            —No nos importa —se burlaba Macario mientras fingía que también estaba compuesto por dos personas.


            —Si continúas, puede que tengas algún problema de salud.


            —¡Como tú!


            —No, hablo en serio.


            —Me gustaría ser un hombre calamar, es mejor que una estrella de mar, ¿no crees?


            —Me parece que esto se ha excedido. Lo siento mucho.


            —¡No!, para nada, nos estamos divirtiendo.


            —Nos volveremos a ver. Iré a visitarte a tu casa.


            —Claro, cuando seamos dos calamares.


            —Nos vemos. Cuídate mucho, lamento si te he herido.


            —¡¿Qué?!, no hombre estrella marina, no te vayas…


            El resto del sueño no lo pudo recordar, sin duda era lo mejor, se sentía ridículo al haber fantasiado algo tan absurdo como eso.


            Pasaban los días y el recuerdo de ese sujeto se fue borrando, regresando vagamente cuando cruzaba por la mesa de aquel café, para desvanecerse cuando llegaba a casa.


            Comenzó a notar algo muy extraño, la ropa le quedaba pequeña, era como si estuviera engordando, pero no solo eso, cada vez se notaba más alto.


            Después de mucha desidia, su esposa lo obligó a ir a un médico, le habían salido unas manchas moradas en la espalda baja. Ella lo atribuía a un golpe, pero lo que realmente quería saber era la razón de que estuviera hinchándose.


            Le mandaron a hacer varios estudios. El tiempo pasaba muy lento con los resultados, pero no para los síntomas. Cada vez se notaba con más manchones lilas, parecía que se golpeaba por las noches.


            Su esposa decidió pesarlo y medirlo, resultó que en un par de semanas había aumentado dos centímetros y cerca de cinco kilos. Sus manchas se hacían más frecuentes, conectándose entre ellas para formar una especie de piel morada.


            Se sentía muy deprimido, los médicos no podían darle una explicación, al principio creían que eran hematomas, pero las pruebas sanguíneas revelaban que todo estaba aparentemente normal, pues la decoloración era únicamente en la piel. Una especie de pigmentación violeta se estaba distribuyendo como si de melanina se tratara.


            La glándula que se encarga del crecimiento se había vuelto a activar, sin embargo, todo el cuerpo se estaba engrosando, incluyendo los huesos.


            Los médicos temían mucho por su salud, lo llevaron a un sinfín de especialistas, pero, a pesar de su aspecto cambiante, no mostraba deterioros en su vida. Parecía que todo era únicamente estético, no había secuelas relevantes.


            Más tarde comenzaron cambios no solo en la piel, sino que también el cabello y la barba fueron violetas.


            Sumamente deprimido, dejó de salir a la calle. Tuvo una remuneración del gobierno como apoyo por su extraña enfermedad, se trataba de una pensión similar a la de su trabajo para que continuara viviendo en su casa, sin necesidad de aproximarse a la sociedad y así evitar el rechazo, y temor, de la gente.


            La esposa se dedicaba a cuidarlo y mimarlo, estaba muy preocupada por él. Hacía todo lo que podía. Ir a citas, hacer trámites, moverse y realizar un enorme esfuerzo por encontrar una solución a lo que parecía imposible.


            Tocaron la puerta.


            Macario se encontraba sentado en la silla de su antiguo comedor. Con el pasar de los meses, ahora medía más de dos metros y pesaba alrededor de 170 kilos, era una masa gigantesca, morada y con un cabello y barba larga. Una imagen descuidada, especialmente si se comparaba a como se hallaba antes de toda su metamorfosis.


            Su esposa se levantó cuando escuchó que llamaban a su casa, había estado meditando con su amado, tomados de la mano, pensando en el futuro. Él no dijo nada, no tenía ánimos, ni siquiera hizo el esfuerzo por moverse o esconderse de la persona que estaba del otro lado de la puerta.


            Abrió.


            —Hola, ¿se encuentra Macario?


            —¿Quién lo busca?


            —El ilusionista.


            Al escuchar al recién llegado, se levantó rápidamente, parecía un monstruo enorme. Hizo a un lado la silla con mucha facilidad, caminando mientras se tambaleaba en un cuerpo al que no estaba acostumbrado. Se acercó al umbral, ahí estaba ese señor, aquel sujeto extraño que parecía una estrella de mar o una mano con dedos que fingían ser extremidades y cabeza.


            —¿Qué haces aquí? —preguntó descortésmente.


            —Lo siento, veo que se ha modificado tu genética —fue lo único que atinó a responder Arturo.


            —¡¿Mi qué?! ¡Mira lo que soy! Una especie de gigante morado. Estoy arruinado.


            —No es así. Es reversible. Lamento que te haya sucedido esto.


            —¿Qué está pasando?, ¿quién es usted? —intervino la mujer.


            —Arturo el ilusionista, por mi culpa su esposo ha cambiado su genética, es solo algo exterior, una mera…


            —Ilusión —completó la frase Macario.


            —Es correcto, parte de mí se impregnó en tu ser, por eso has cambiado. —Estaba sorprendido de que comprendiera lo que ocurría.


            —Me siento como un experimento, sumamente triste. Es como… —Lo volteó a ver directo a los ojos—. Es como si fuera un personaje de ese de… del de Traven.


            —Macario —dijo la esposa.


            —Sí, de ese mismo.


            —De cierta forma, es así —respondió Arturo.


            Se quedaron en silencio.


            —¿Me permites pasar esta tarde contigo y con tu esposa? Me gustaría un café con ustedes.


            —Claro, pasa —dijo sin ánimos.


            La mirada de ella seguía a aquel sujeto del mismo tamaño que su esposo, dos moles enormes caminando hacia la sala. No sabía cuál era el más extraño, si aquel personaje que había aparecido y simulaba un juguete de plástico estirado, sin bordes ni codos; o su pobre esposo, que ahora era gigante y morado.


            —Puedes escribir lo que te ha sucedido. En unos meses, volverás a la normalidad —dijo de pronto Arturo.


            —¿Cómo dices? —le replicó el ser violeta sin comprender lo que sucedía.


            —Incluso puedes decir que te llamas Macario.


            —¿Cómo el de Traven?


            —Sí, exacto. Eso te puede ayudar a pasar esta prueba.


            —Mi esposo no escribe —intervino ella.


            —Puede escribirlo usted si gusta, eso le serviría.


            —¿Qué le pasó a mi esposo?


            —Es una ilusión genética, una aberración de la realidad que no debía presentarse en, bueno, este lugar, en nuestro ambiente, el mundo diurno.


            —Soñé con usted —mencionó de pronto el marido.


            —¿Lo disfrutaste?


            —Sí, enormemente.


            —Hablando de eso, ¿por qué no se sienta con nosotros, señora?


            —S-Sí, voy… voy a hacer el café —tartamudeó la mujer.


            —Por favor, amor. El del señor y el mío serán cargados, tenemos gustos similares. —Las miradas de los dos hombres se cruzaron, había una complicidad inexplicable.


            Fui a servir el café, me contarán toda la historia de sus aventuras en este día apacible y, al parecer, similar a aquel que se conocieron.


            Mi amado se llamará Macario, en honor a su cuento favorito de Traven.

 




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