Un juego de billar.
Categorías:
Suspenso (Oscuros) y Regular (Dimensiones).
Este cuento pertenece al libro: Susurros de muerte.
Un sitio de lo más inhóspito, incrustado en la jungla y muy cercano al océano. Ahí la gente iba a relajarse, algo estupendo para alejarse de la civilización y convivir con la naturaleza. Contaba con muchísimos atractivos diversos, desde juegos tradicionales familiares, hasta una mesa de billar; pero no solo eso, también había unos comedores largos para merendar en un momento social y emotivo. Sin duda alguna, uno de los mejores lugares mágicos, rodeados de una biósfera verde y húmeda.
Fue acompañando a su hermana y la pareja de ella, en un evento especial con la familia política. No conocía mucha gente, así que se divertía caminando entre la vegetación, observando los riachuelos o disfrutando del horizonte lejano, con los brillos del sol resplandeciendo sobre el mar. Los parientes de su cuñado habían elegido un muy buen sitio para aquel festejo, agradecía mucho que lo hubieran invitado, a pesar de que casi no socializaba con nadie.
Una noche rondaba cerca de la mesa de billar, su pariente se la había recomendado. No tenía nada que hacer, pues ya había pasado la cena y la celebración, solo que no quería irse a dormir todavía. Tomó un taco para jugar solo, acomodó las bolas y se preparó para hacer el primer golpe, cuando vio que un palo ajeno flotaba en el otro extremo.
Había bebido en el evento y también consumido mucha comida, sin contar que tenía demasiado sueño, pero no se sentía tan mal como para alucinar de esa manera.
Se detuvo antes de encestar el golpe en la bola blanca, comenzó a observar una neblina que se condensaba alrededor del palo que bailoteaba en una esquina. Parecía que alguien lo estaba cargando, como si aquella nubosidad estuviera esperando su turno para jugar con él.
Seguro era su imaginación. Hizo su tiro y no entró ninguna bola, volteó para ver lo que hacía la mancha flotante que ahora era levemente más nítida. El taco del contrincante se alzó y se acomodó para encestar un golpe. ¡Era una maravilla! Un fuerte estallido empujó una de las esferas que se perdió dentro de la buchaca. Bien, su competidor neblinoso tenía talento. Dejó que hiciera su segundo disparo, el celaje blanquecino empezaba a opacar la vista del horizonte y, por ende, del mar pacífico de la noche. Otro tiro, solo que esta vez falló.
—Bien, es tu turno. —Sonó una voz.
—De acuerdo, voy con las chicas —respondió sin saber a quién le hablaba.
Encestó su tiro y dejó la bola cerca de la tronera, imposible de fallar para el siguiente turno, además de que la probabilidad de que su rival gaseoso la metiera, por error, era alta.
—Buen tiro, siempre me ha sorprendido tu habilidad.
—Gracias, también a mí. —Seguía sin saber la identidad de aquel ser frugal.
Turno del rival, casi se podían ver unos manchones blancos que parecían sostener el taco. Un golpe perfecto empujó una de las bolas grandes directo a la tronera, le quedaban todavía cinco por meter antes de ir por la número ocho.
—También eres bueno. —Se animó a decir el humano.
—Gracias, tengo mucha experiencia en esta mesa.
—Es un sitio muy bonito.
—El mejor de todos, por eso sigo aquí.
—Si fuera por mí, no me iría nunca de la mesa.
—Te comprendo, yo he jugado una cantidad tremenda de partidas, solo que no a muchos les gusta jugar conmigo.
—¿Por qué? —El rival falló su tiro, le tocaba ahora a él.
—No muchos me aceptan.
—¿Porque eres muy bueno? —Se preparó para tirar. No estaba seguro de la causa de su pregunta, era más razonable cuestionarse los motivos de su plática con aquella neblina de contorno antropomórfico y tenue.
—Algo hay de eso, aunque bajo mi nivel de acuerdo con la persona con la que juego.
—¿En serio?, yo también hago eso. —Erró su tiro, pero dejó la bola cerca de la buchaca.
—Lo sé, estás jugando normal, ¿no?
—Sí, eres muy hábil, me dejarías en cero si bajara mi nivel.
—Algún día serás mejor. —Alzó su taco, preparó su disparo y encestó la tercera bola al final de la bolsa.
—Si jugara todos los días en esta mesa, tal vez alcanzaría tu nivel.
—Eso tenlo por seguro, yo juego casi a diario aquí.
—¿Y por qué no te había visto? —Recordó que llevaba ya dos días en aquel recinto y nunca lo había percibido, lo volteó a ver, parecía que tenía cara y brazos.
—Casi nadie me ve, soy muy bueno para pasar desapercibido.
—Te entiendo, creo que estoy igual.
—Nos parecemos más de lo que crees. —Falló en meter la cuarta bola que se quedó a la par de una del competidor, cualquiera de los dos podría meter la del rival en un error.
—Solo que tú eres mejor y llevas más tiempo jugando aquí.
—Si estuvieras aquí conmigo también alcanzarías mi nivel.
—Me gustaría, pero me llevaría mucho tiempo. —Inspeccionó la mesa, le quedaba más cómoda una bola alejada. Rodeó a la masa nubosa que ya era más consistente y comenzaba a hacer sombra.
—Todo es posible, he jugado con mucha gente que es muy buena, pero casi siempre soy yo el que gana.
—Es que eres muy hábil. —Acomodó el taco y analizó su movimiento, hizo un golpe que salió desviado.
—Mala suerte, no te preocupes. —La cosa neblinosa caminó alrededor de la mesa, solo que algo no cuadraba, no estaba andando, sino flotando, no había contacto con el piso.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Te sorprenderías si te lo dijera.
—Anda dime. Yo tengo dos días, pero no te había visto.
—Llevo varios años. Conozco a las personas que han venido antes, como tu hermana y su novio.
—¿Los conoces?, no sabía.
—Sí, ella ha jugado conmigo. —Preparó su golpe, otro acierto. Ya iban cuatro bolas a cero.
—¿Qué tal es ella? —preguntó para hacer plática, pues ya había combatido contra su hermana con anterioridad.
—Es buena, tiene mucha suerte. Siempre me es grato jugar con ella.
—No sabía que habían jugado en varias ocasiones.
—Solo ha venido una vez, pero jugamos un par de noches. Se parece a ti, en cierto sentido claro esta.
—Sí, lo sé.
—Es frágil, no la descuides. —Un nuevo golpe que metió la bola suya y la del rival.
—No, no lo haré. Por fin llevo una. —Sonrió.
—Lo sé. Eres un buen hermano.
—¿Cómo lo sabes? —Veía que era cada vez más claro aquel personaje, comenzaba a notar un rostro. Cuando éste le respondió, observó que la boca se movía.
—Me platicó de ti, solo que no lo recuerda. Te quiere mucho, ¿sabes?
—Sí, siempre lo he sabido, aunque no lo diga. —Cuando falló el golpe su rival, notó los dedos de la mano, ya no era solo neblina, ahora estaba tan nítido como para distinguir detalles finos—. ¿Por qué dices que no lo recuerda?
—Creyó que era un sueño, se la pasó muy alegre conmigo y platicamos como hace mucho no lo hacíamos, diría que fue un punto de inflexión que necesitaba para mejorar su vida.
—¿Ya habían hablado antes? —Estaba desconcertado.
—Así es, solo que teníamos muchísimos años sin tener contacto.
—¿Cómo la conociste? —Lanzó su golpe y acertó en la tronera, ya iban cinco a dos.
—Digamos que la conocí de nuevo aquella noche que jugamos.
—¿Por eso me invitó? —Se le salió la pregunta.
—Sí, para que me conocieras.
—¿O te volviera a conocer? —Sonrió y comprobó que su rival también lo hacía. Del torso para arriba era una persona, pero debajo parecía una especie de tela que flotaba con un viento inexistente que venía del suelo. Él era completamente blanco.
—Sí, ¿verdad? —Ambos rieron con voz baja.
Tuvo suerte. Volvió a meter una bola, dejando cómoda la posición para su siguiente objetivo. Se preparó, pudo ver que su contrincante lo observaba. Hizo el disparo tratando de no errar ni defraudar a la neblina flotadora. Acertó, ya casi estaban empatados.
—También eres bueno —dijo el ser gaseoso y blanquecino. Todavía no era del todo nítido, a pesar de que se le podía ver el cuerpo, los límites se continuaban notándose como un vapor leve que se escapaba.
—Gracias. Ya casi vamos igual.
Preparó el siguiente tiro. Pensaba en su hermana y de cómo habría sido aquella situación en la que se encontró con la neblina, se alegraba de que se la hubiera pasado muy bien y tuviera con quien desahogarse, aunque no supiera contra que jugaba.
Su bola golpeó las orillas del umbral para finalmente ceder a la gravedad y terminar en el fondo, ya iban iguales.
—Ya agarraste confianza, tendré que mejorar mis tiros.
—Es solo suerte, como mi hermana. Tú eres mejor.
—También tengo mucha suerte.
Falló su tiro, pero le dejó muy cómoda la bola al rival.
—Se te agradece el favor. —Rio el ente que lanzó rápido su tiro y dejó en el fondo su esfera correspondiente, otra vez estaba en ventaja.
—Ya solo te queda una.
—Y luego la negra.
Estaba nervioso, no le gustaba perder. Aquel rival era muy bueno, su estilo de juego era muy parecido al suyo, solo que más preciso.
Mientras el contrincante preparaba su tiro, se puso a analizarlo, se veía mayor de cuarenta años, era lógico que tuviera más experiencia que él en el billar, además del hecho de que llevaba años jugando en la misma mesa.
—¿Trabajas aquí? —preguntó la persona.
—Oh no, claro que no, pero aquí resido.
—¿Dónde?, no he visto que acampes.
—No es necesario tener una casa de campaña para pernoctar.
Le parecía algo lógico, pues ese sujeto era neblina, tal vez se colapsaba en las noches para jugar billar en solitario y a veces con algún que otro desconocido que no le tuviera miedo.
El rival metió la penúltima esfera, faltaba únicamente la ocho. Hizo otro tiro, dejando la bola negra muy cerca de la tronera. Un golpe más y se acababa la partida.
—Ya casi me ganas. —Lo volteó a ver, había cambiado un poco su apariencia, como si fuera cobrando vida con cada bola que incrustaba.
—Te quedan dos, puede que todavía me remontes.
—Ojalá. —Preparó su tiro, una de sus bolas la tenía fácil, pero la otra estaba casi a la mitad de la mesa.
Mientras observaba la dirección que le daría, pudo ver que su contrincante movía los dedos en el borde de la mesa, eran tan físicos, tan… sólidos. Seguía siendo blanco como el resplandor de la luna llena, tal vez cobraba fuerza con la iluminación del astro conforme pasada la noche.
—¿Después de este, jugamos otro? —Se animó a preguntarle al espectro.
—Claro que sí. Aquí estaré siempre, no importa cuando vengas, mientras sea de noche, podrás estar en un partido conmigo.
—De noche es el mejor momento para estar en medio de la jungla jugando billar.
—Lo sé, pocas experiencias lo superan y todavía más escasas son las personas que lo comprenden.
Realizó su tiro, dejando la bola en el borde de la buchaca, a un simple rozón de caer.
—El sonido del riachuelo, el canto de los murciélagos e insectos, el viento y la oscuridad tenebrosa en la vegetación; la imaginación de que hay algo más que solo uno mismo en esta pequeña parte de la jungla. Eso te llena de adrenalina, una mezcla de temor con el gozo de la seguridad, en uno de los mejores juegos que se hayan inventado. —Reflexionó el humano, hablando más consigo mismo que con la masa nubosa.
—Ese es el motivo por el que sigo aquí. Elegí este espacio como mi hogar y algún día harás lo mismo —le respondió el ser.
Justo eso último era lo que estaba pensando la persona. Se sorprendió de lo bien que congeniaban los dos.
La neblina blanca se le acercó para hacer el tiro y ponerle fin al juego. Le sonrió. Tenía una barba que no había percibido, una apariencia muy similar a los gustos de él y de su forma de vestir, incluso se parecían físicamente, era como si fuera él mismo dentro de varios años.
Un tiro perfecto y el sonido ahogado de la naturaleza. La paz se podía respirar.
—Un muy buen juego —dijo la neblina.
—Claro que sí, no quedé tan mal.
—Para nada. Pide un café, eso es lo mejor para la noche.
—Era lo que estaba pensando, ¿tomarás uno?
—Sin azúcar y bien cargado.
—Igual que yo. ¿Un termo grande y dos tazas?
—Tú lo has dicho. —La bruma empezó a acomodar las bolas para el siguiente juego. Lo hacía exactamente igual que la persona, siguiendo el mismo orden y rutina.
En una de las mesas había una jarra térmica con café y dos pequeñas tazas blancas, no se dio cuenta del momento en que lo llevaron. Se sirvió en una, y luego a su compañero que se lo agradeció. Movió dos sillas a los lados para descansar y saborear aquel elíxir mientras esperaba su turno.
—Es mi lugar favorito, podría estar aquí toda la noche, durante toda la vida —expresó. A pesar de haber perdido, estaba muy feliz.
—Y puedes, aquí tienes con quien jugar. —Se encontraba sentado a su lado, poniéndole tiza a su taco.
—Te toca empezar.
Su compañero se levantó y preparó el tiro. Le gustaba mucho aquella situación. Era todo lo que podría desear, estar con aquel fantasma que parecía tan familiar y similar a él.
Entre los ruidos de la naturaleza y el viento frío que alzaba la brisa del riachuelo, escuchó el sonoro golpe de las bolas al chocar. Probó su café, estaba perfecto como aquel ambiente en el que se encontraba.
Se paró, era su turno para una segunda partida de billar en una noche maravillosa y perfecta.