Isla inglesa.
Categorías:
Irrelevante (Cotidianos) y Corto (Dimensiones).
Este cuento pertenece al libro: Susurros de muerte.
El destino lo había llevado a un rumbo muy alejado de su habitual ambiente, tanto en lo físico como en lo cultural. Se sentía extraviado, especialmente de noche, a pesar de que las vistas eran algo hermoso.
Las casas se percibían de lo más mundanas y simples, sin importar lo que decían de aquel país, se le antojaba muy rústico y de siglos anteriores, tal vez por la herencia de una sociedad tan vieja.
Caminaba por las calles empedradas de la pequeña isla, aunque no había llovido podía sentir la humedad en las rocas. Tenía que andar con cuidado de no resbalarse, pues su calzado no estaba adaptado para ese terreno.
Le parecía sorprendente como se iba curveando la avenida, para perderse de vista, dejando expuesta la inmensidad del mar y su maravilloso horizonte nublado. Sentía que podía saltar desde lo más alto para llegar directamente al océano, solo que eso era imposible, se trataba de una ilusión óptica.
No entendía porque tenían que ser tan frívolas las viviendas y demás construcciones, una especie de requisito para que todo se viera tan similar, una forma de colonia que no permite la singularidad. Ni siquiera los colores cambiaban, predominando fuertemente el gris que hacía combinación con el empedrado humectado por la brisa. Creía que lo único que denotaba una variante, eran las alegres nubes que congeniaban perfectamente con el azul marino.
No le gustaba mucho ese lugar, se le hacía un poco deprimente. Tenía tanto potencial, pero se había quedado estancado en una clase de asentamiento de hace muchos siglos, dejando el tiempo cristalizado. Al poblado le hacía falta adaptarse a una nueva cultura, o tal vez era él quien tenía que acostumbrarse a un sitio alienado.
De noche era todavía más sombrío el espectáculo. Con la luz de la luna se sentía estar en un castillo medieval sin techo, con un sinfín de pasadizos que llevaban a diversas habitaciones, como si toda la comunidad estuviera abierta a cualquiera, permitiendo vivir en una colonia confiada.
Saldría a dar un paseo, no se podía acostumbrar a su ambiente. Quiso ir a ver el mar en la oscuridad, no podía determinar si aquello era algo seguro o estaba cometiendo un gran error. Decidió proseguir, si alguna autoridad le impedía el paso, siempre podía salir con que se trataba de un turista, sin embargo, si la delincuencia hacía efecto de sus poderes, entonces no tendría mucho a su favor.
Dejó todo lo de valor en su pequeña habitación, llevándose solamente una chamarra muy abrigada para poder soportar el ambiente congelado por una brisa que parecía sólida y con fragmentos de hielo.
A hurtadillas abandonó el supuesto hogar que le habían conseguido, una simple construcción inanimada, sin alma ni matiz de vida humana. Su esposa no se dio cuenta de su ausencia, él esperaba regresar antes de que notara que no estaba.
En el patio exterior de la pequeña especie de vecindad, vio que el ambiente le daba una luz lunar bastante clara. Subió la escalera de caracol y se dirigió hacia el pequeño pasadizo que impedía el ingreso a los curiosos, ahí afuera se sintió afortunado de que los demás vecinos no lo hubieran observado desde sus ventanas que daban al pequeño apartamento.
Una vez que llegó al exterior, pudo sentir la brisa golpeándole la cara y dejando una sensación de escarcha en la barba. No podía entender como a sus suegros se le había ocurrido mudarse a ese sitio tan inhóspito, gusto de cada uno.
Escuchó unos ruidos en una reja que se encontraba relativamente cerca de él, no quiso averiguar si se trataba de animales o si eran unos adolescentes haciendo de las suyas. Por sus conocimientos en las películas de aquel país, probablemente fuera una pandilla sin escrúpulos.
Arrebujado por el frío y tratando de pasar desapercibido, se dirigió al lado contrario de aquel sonido extraño, a paso rápido y sigiloso para no llamar la atención. No estaba seguro de como regresaría a ese lugar peligroso más tarde.
El camino ascendía, dejando abajo su pequeña vivienda que no le gustaba. Debía encontrar algo, en aquel sitio, que le diera atisbo de que los seres que ahí vivían contaban con alguna señal de ser humanos y no simples máquinas autómatas o criaturas sin aparentes emociones, que buscaban desahogar sus impulsos y sufrimientos por las noches como pandillas callejeras.
No entendía como aquel lugar, que tenía un potencial tan alto, perfecto en cuanto al ambiente natural, podía mostrar los rasgos de un abandono tan gravemente anclado a una cultura extinta.
Estaba solo, en un lugar despoblado de emociones, sentía que era el único que podía vivir en aquel espacio rodeado de fantasmas que aun deseaban volver a épocas antiguas. Podía observar el contraste tan marcado.
A lo lejos escuchaba y veía el rugir del mar, deseando devorar a la civilización, con unas muy notorias nubes que se cernían sobre el océano, acompañando su ritual eterno en aquel deseo infructuoso.
¿Cómo era posible que algo tan hermoso esté colapsado en el tiempo, dejando la esencia de la existencia en una perpetua cristalización? Era como vivir en coma, en una constante espera de que algo cambie.
En ese momento sintió el sentido que motivó a sus suegros. Se trataba de un lugar único en el mundo: El tiempo congelado, sin cambios ni preocupaciones, simplemente aguardando lo que hay más allá.