Mil años.
Categorías:
Fantasía (Supuestos) y Largo (Dimensiones).
Este cuento pertenece al libro: Susurros de muerte.
Era una especie de fortaleza, un lugar usualmente inalcanzable, bastante bien custodiado por seres extraños, parecidos a niños que nunca pudieron crecer. Para empezar, el sitio permanecía muy remoto, casi imposible de encontrar. Se hallaba en medio de algún desierto de tierra, no de arena como los convencionales, sino que solamente yacía árido y con escaza vegetación.
El suelo, bastante seco, desprendiendo polvo con mucha facilidad. Los pocos matorrales que vivían en esas condiciones servían de guía para no perderse en la inmensidad marrón del desolado paisaje. No solo se trataban de cerros sin motivos aparentes, había algunos cráteres y cañones que parecían ser erosionados por los movimientos tectónicos.
Únicamente había dos formas de llegar, la primera se consideraba un suicidio y la otra era enfrentarse a la población que cuidaba el lugar, una especie indígena que se había adaptado a las condiciones durante tanto tiempo que parecían un género totalmente diferente a la humana.
Es un hecho sorprendente no haber encontrado este sitio con anterioridad, a pesar de que se dice que la tierra ya ha sido toda explorada, aún hay espacios que esconden misterios impresionantes. Pues no fue hasta hace más de 500 años que descubrieron un continente, dándole el nombre de nuevo mundo.
Regresando a la manera de ingresar a esta caverna. La primera forma es lanzándose al vacío unos doce metros, pues los bordes del precipicio impiden un descenso lógico o seguro; la otra es caminar varios kilómetros por dentro del cañón, ingresando cada vez más en las profundidades que en algunos espacios se convierten en túneles para volver a disolver el techo y mostrar la luz del sol con el polvo que se desprende de las paredes, después de un duro trayecto que parece no terminar jamás, se llegará a una población incrustada en los muros toscamente escarbados durante generaciones.
La gente que habita en estos lados es muy pequeña, apenas llegan al metro los más altos. Los niños son muy agiles, corren y trepan al igual que los felinos, totalmente adaptados a su entorno, inadmisible de concebir en las urbes contemporáneas. Suelen ser hostiles con la forma de vida que no desean. Unos cazadores muy inteligentes, saben cómo poner trampas, crear distracciones y usar estrategias para que nadie salga librado, evitando que se cuente la historia de la procedencia de esta tribu. Tienen una serie de túneles que conectan el interior de prácticamente todo el cañón, tan camuflajeadas que es imposible distinguirlas al ir caminando. Siempre observando los que pasan a los alrededores y de lo que sucede en todo el trayecto, si sienten curiosidad, dejarán que las personas se internen hasta el corazón del pueblo, así poder comprobar su reacción al conocer a los demás que viven plácidamente en este lugar inhóspito. Sin duda, las personas y la naturaleza se pueden amoldar a cualquier circunstancia. Acogiendo extraños durante unos días, estudiando los hábitos realizados, aprendiendo los rituales, fortalezas y debilidades.
Una vez que ha pasado el tiempo hay dos opciones, o forman parte de la tribu para siempre y no salen jamás de aquel sitio; o ser cenados. Así es, el canibalismo, si es que se puede llamar así con esta especie de personas.
¿Por qué tan escondidos y cuidadores de su residencia? Resulta que tienen un secreto, algo que es digno de ciencia ficción, lo que cualquier amante de películas de super héroes y villanos podría desear para un espectáculo taquillero. Un cliché en toda regla.
Existe un material derivado de, según se tienen entendido, más de diez generaciones de sistemas solares. ¿Difícil de entender? Bien, en teoría, nosotros venimos de un tercer renacimiento planetario.
Una estrella se crea del polvo estelar con los elementos menos densos, pasa su vida y luego estalla, creando otra serie de compuestos complicados y, obviamente, pesados. Con la segunda generación, se acrecienta la elaboración, capacidades y propiedades en general. Digamos que se van puliendo los ingredientes para aumentar la complejidad. Los últimos cuerpos de la tabla periódica no se fabrican fácilmente en una primera reproducción estelar. Sería necesario que, de esa explosión, se vuelvan a fraguar otros soles y cuerpos celestes que contengan aquellas entidades transmutadas.
Repitiendo el ciclo, cada vez son más especiales las mezclas que se pueden configurar. En un inicio son simples iones, luego átomos sencillos y después combinaciones masivas con nuevas reacciones. Uno de esos componentes derivados de, probablemente, una décima concepción, es un material tan masivo y variante que parece imposible de que sea estable. Sus atributos, al interactuar con lo ordinario, reaccionan de manera que simulan la magia.
Aquello es lo que ocultan las personas en la gruta. Lograron averiguar cómo obtener energía del objeto insólito, de una determinada forma rudimentaria. No permiten que nadie pueda ingresar a esa caverna, ni siquiera entre ellos está autorizada la entrada, solo los fraguadores tienen acceso para manipular dicha sustancia milagrosa. Permanece alejado de la población, es casi algo maravilloso poder contemplar la abertura al enigmático sitio, siempre cerrado a la vista de todos. Se abre únicamente a los trabajadores tras varios meses. Se realizan las labores celosamente, saliendo con un asomo de brisa o vapor de un tono rojizo morado que se eleva rápidamente y se pierde en la distancia.
Una persona digna de un héroe fue, de cierta manera, prisionero de su ignorancia y curiosidad. Ese sujeto llegó en alguna travesía donde se perdió, corrió con mala suerte y no siguió al grupo como debería, internándose cada vez más en el cañón, creyendo que seguía a los suyos cuando en realidad los ruidos que percibía eran los ecos de la aldea al otro lado del muro ahuecado por la civilización. Sin darse cuenta, llegó a la villa, desorientado. Creía que se trataba de meras alucinaciones y que en realidad estaba tumbado en otro lado, teniendo ensoñaciones de lo más desquiciadas.
Los niños lo vieron y rápidamente fueron a avisar a los mayores, hablaban en un idioma que no comprendía en lo más mínimo. Se le hacía que eran enanos de las montañas, especie imaginada de un cuento de hadas, casi todos de un color marrón claro, como si se hubieran frotado fuertemente con el polvo de las paredes. Llevaban ropas desgastadas y usaban utensilios que jamás había visto, parecía que los empleaban para arar o cavar, por los pinchos afilados y oscuros que se mostraban en el extremo. Temeroso de que algo le pudiera pasar, les hizo una reverencia y trató de explicar que estaba perdido. Tal vez los demás se apiadaron o lo quisieron engordar para comérselo después, lo que ocurrió es que lo llevaron a una pequeña choza incrustada en la pared, en lugar de puerta usaban cortinas corredizas.
Fue atendido por mujeres que descubrieron una herida que no había notado, se la había hecho cuando pisó en falso y se golpeó la rodilla, comenzaba a hincharse. Le dieron cierta clase de caldo con sabor a verduras y tierra, la sensación era seca y extraña, tenía hambre, así que no rechistó.
Se durmió al instante. La noche se encontraba muy oscura, no tenían iluminación en el exterior, solo dentro de las cavernas que permanecían ocultas de las miradas escurridizas.
Escuchó unos ruidos, se asomó para ver cómo se aproximaban personas grandes, no como esos enanos que lo habían rescatado. Se dio cuenta de que eran sus compañeros excursionistas, trató de hacerles señas para que lo vieran, pero una serie de flechas atravesaron los cuerpos y cayeron rendidos en el piso. Algo aterrador y espeluznante, no creía que sus rescatistas fueran a ser tan hostiles con los recién llegados.
De inmediato se puso de pie, todavía le dolía la rodilla y se le dobló un poco. Después de un par de intentos, logró acomodarse firmemente, aunque agachado, puesto que el techo estaba casi de su altura. Salió lentamente, tratando de no hacer ruido. Se escabullía pegado a la pared, en dirección contraria a los que fallecieron en ese lugar.
Los pequeños pobladores se acercaron a las víctimas y comenzaron a inspeccionarlas.
Afortunadamente estaba muy oscuro, así que logró avanzar hasta perderse de vista. No había prácticamente nadie, salvo uno que otro aldeano que parecía civil, realizando sus tareas sin prestarle atención. Llegó hasta lo que parecía un pasillo estrecho, enfrente se abría una verdadera ciudad oculta a la intemperie, toscamente labrada en el interior de la piedra. Tenía que decidir, o entraba a esa localidad y esperaba lo mejor, o regresaba por donde había venido y rezaba por escapar airoso del cañón; obviamente no podría trepar, sería la peor idea. Ninguna de las dos opciones le gustaba, en ambas sentía que era su fin.
Escuchó un ruido cercano, provenía de la aldea subterránea, sospechaba que lo habían descubierto y lo perseguirían.
De pronto, un tipo de roca enorme se movió a pocos metros de él, no sabía lo que sucedía, con la poca iluminación que tenía pudo notar que se trataba de alguna puerta que escondía algo, no la había percibido en un comienzo. Del interior sobresalía un resplandor rojizo que comenzó a manar unos vapores desde el piso para perderse rápidamente al contacto con el aire. Si ese era el infierno, sería el lugar al que se dirigiría, no iba a permitir que lo asesinaran los de la tribu.
Corrió y se tropezó varias veces, creyendo que sería su última oportunidad y que cada vez que recuperaba el ritmo, las flechas le atravesarían la cabeza. El umbral estaba a medio abrir, del interior escapaba aquella iluminación carmesí mezclada con violeta, de cerca se notaba más claro. No se trataba de fuego, tenía que ser algo artificial.
Cuando llegó, algo lo golpeó fuertemente en la cabeza. Se trataba de un sujeto musculoso, aunque casi de la mitad de su tamaño, el extraño hombrecillo sostenía un utensilio de metal. Podía sentir la sangre que comenzaba a correr a través de sus cabellos. Sin pensar y con ayuda de la adrenalina, tomó a su agresor de los hombros y lo hizo caer de la entrada que protegía, soltando un chillido espantoso. Ya en el suelo, le encestó una patada en el torso, dejando al minúsculo señor un poco más lejos. Aquello le dio tiempo suficiente para ingresar a la bodega y cerrar por dentro, tal vez ahí había más de esas personas enanas, pero no le importaba.
Una vez sellado en el interior, sin saber cómo sobrevivió al suceso, escuchó que un mecanismo se activaba, fijando firmemente la entrada. El interior de la puerta era de un metal cochambroso, aunque desde fuera daba la apariencia de ser una gran roca. Se quedó parado con ambas manos sobre el portón, jadeando copiosamente. Escuchaba los gritos desesperados del exterior, al parecer muchos luchaban por ingresar, algo se los impedía. Sospechó que el único mecanismo que permitía el ingreso estaba empotrado en lo profundo, algo extraño.
Volteó lentamente la mirada, acostumbrándose a la leve iluminación de la habitación. Temía encontrar a más de esas personas, pero aparentemente estaba solo. Frente a él se encontraba un horno muy antiguo y grande, emanaba un vapor lila; dentro, las llamas luchaban constantemente por salir y devorar toda la caverna. No entendía que alimentaba o como es que había aire ahí para mantener con vida el fuego, puesto que parecía estar en un sitio totalmente clausurado.
Caminó temeroso, inspeccionaba el espacio surrealista. Al lado del gran fogón había un cristal gigantesco, tan alto como la cueva misma, parecía que lo estuvieron cortando, pues se encontraban pequeños trozos esparcidos en los alrededores. Tomó uno de estos, era sumamente frío y afilado, lo inspeccionó, su apariencia traslucida y morada; una joya muy bonita sin duda.
Sus pensamientos no podían concentrarse con los ruidos del exterior. En un acto de ira mezclada con curiosidad, lanzó el pequeño fragmento que tenía en la mano al interior del horno, inmediatamente se pulverizó. Una gran cantidad de humo salió desprendido, haciéndolo toser, creyó que iba a morir en ese instante.
Tambaleándose y viendo al piso, empezó a escuchar diferente, más lejano y con ecos. Las siluetas de su sombra se distorsionaban. Seguramente estaba intoxicado con ese vapor que llenaba toda la habitación. ¿Cómo era posible que un pequeño cristal fuera capaz de contener tanto humo?
Ya no podía ver más que el gas opaco y morado que emanaba de todas partes, parecía destellar constantemente, como si hubiera pequeñas explosiones internas, de un color lila más claro.
Cayó en una esquina, trataba de levantar la cara, pero en ese instante se le cerraron los ojos. Se sentía muerto.
Cuando recuperó la vista y el oído, pudo escuchar ruidos en el exterior, no sabía cuánto tiempo había pasado. Comenzó a recuperar sus sentidos muy lentamente, le costó mucho trabajo poder orientarse y concentrarse en lo que sucedía.
Afuera le gritaban, solo que no eran las mismas voces que antes.
—Despierta, sabemos que ya lo estás —insistió uno de los extraños al otro lado de la puerta.
No sabía quién le hablaba.
—Ya han pasado muchos años, logramos averiguar tu idioma y sabemos que nos entiendes —dijo otra voz, un poco más aguda que la anterior.
Estaba atónito, no comprendía lo que sucedía.
—Ábrenos y te explicaremos lo que sucedió —replicó el primero que le había hablado.
Se acercó a la puerta, tenía mucho miedo, podía sentir el corazón latiéndole con fuerza. Pegó el oído a la puerta.
—Te podemos percibir, sabemos que estas junto a la puerta. Ábrela, no queremos forzar la entrada. —Seguía aquella arrogante voz gutural que comenzó aquel tumulto externo.
¿Por qué no?, fue una simple pregunta que se hizo, ¿acaso no podían entrar?
—Vamos, déjanos entrar —chilló la voz afilada.
Tenía dudas, ¿era prudente abrirles? Ellos habían asesinado a sus compañeros. Escuchó como si estuvieran forzando la entrada, sentía que en cualquier momento ingresarían y lo matarían inmediatamente.
—¡Díganme qué pasó y les abriré! —gritó con todas sus fuerzas.
—Primero ábrenos —respondió calmadamente el que parecía ser el líder, aquel que había comenzado con la discusión.
—¡No, eso nunca, me matarán! —bufó con total sinceridad.
—Te prometemos que no lo haremos.
—¿Así como lo hicieron con mis amigos?
—¿Los excursionistas?, ellos se metieron donde no debían. —No tenían reparos en decir el hecho atroz que realizaron.
—Al igual que yo, ¿qué garantía tengo de que no tendré la misma suerte?
—Porque estás en un lugar muy especial.
Se dio cuenta de que tenía una ventaja, ellos no ingresarían si no se les abría. Al parecer era un sitio sagrado, demasiado valioso como para romper su armonía al forzar la entrada.
—¿Cómo es que hablan mi idioma? —Había abandonado su intenso miedo y ahora, que se sentía más seguro, quería averiguar qué sucedía.
—Si sales, te diremos.
—No lo creo, si salgo me atravesarán con una flecha.
—Eso es cosa del pasado. No te mataremos.
—Me torturarán y me mutilarán. Me destruirán sin ningún problema.
—Te prometemos que no será así.
—¿Por qué me fiaría de ustedes?
—Porque tenemos información importante que te podemos contar.
—Díganme y les dejaré entrar.
—Así no funcionan las cosas.
La conversación perdió valor. Algo hizo ruido a su espalda, volteó rápidamente para ver que un hombrecillo se incorporaba, ¿de dónde había salido? Se mostraba tan desorientado, al igual que él lo había estado al despertar, ¿estuvo todo el tiempo acompañado por esa persona que también parecía intoxicada?
—Aquí hay uno de los suyos —explicó a los de afuera.
—Por favor, no le hagas daño —dijo el de la voz gruesa después de unos momentos.
—Ahora cambian las cosas, díganme algo valioso para no asesinarlo.
Hubo un silencio y luego unos murmullos apenas perceptibles.
—Te contaremos un secreto —volvió a hablar el de la misma voz.
—Los escucho. —Se acercó al desorientado personaje.
—Ese cristal que lanzaste a las llamas tiene una propiedad única en la biología, es algo invaluable.
—¿El morado que parece resplandecer con las llamas?
—Ese mismo. Por favor, no lo toques. —Al parecer, tenían miedo de que el refugiado en el interior cometiera algún error, pero era muy tarde, ya tenía otro fragmento en las manos.
—Díganme que hace y dejaré que salga el pequeño hombrecito.
—Si se lanza a las llamas, sufrirás una intoxicación por las condiciones propicias en las que está construida la caverna.
—Aja, me dormiré y ahora ustedes hablarán mi idioma como si nada.
—Antes no conocíamos tu vocabulario.
—¿Antes? —Hasta ahora empezaba a reaccionar, ¿cuánto tiempo estuvo desmayado?
—Sí, has estado durmiendo mucho tiempo. —Aquel sujeto había dejado de ser tan hostil desde que se supo que otro de los suyos yacía dentro.
Se preocupó. Temía que hubieran pasado días, pero la perfección con la que manejaban su idioma le hizo sospechar que tal vez habían sido meses. Eso era imposible, habría muerto de inanición.
—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —Era una pregunta que no quería hacer, la respuesta le asustaba.
Después de un breve silencio que le parecieron años en la penumbra de esa cueva, escuchó una tenue respuesta que apenas percibió.
—Aproximadamente mil años. —Fue la frase más seca que probablemente había dicho en su vida.
No expresó nada. Vio al hombrecillo que comenzaba a ponerse de pie, este lo observaba con ira, tomó algo parecido a un martillo o pinzas antiguas y se preparó para golpear al forastero. El extranjero lanzó el trozo de cristal que se estrelló en la cara del enano, al estar descoordinado, cayó de bruces y comenzó a sangrar.
—¡¿Qué sucede?! —Fue la repulsiva respuesta que soltó el de la voz gruesa.
—Nada, ¡búsquenme dentro de mil años! —No estaba decidido a salir del lugar seguro.
—¡¡No, espera, no hagas una tontería!! —El último intento por evitar una catástrofe.
Tomó el trozo de cristal manchado de sangre y se apresuró a lanzarlo al horno, el pequeño sujeto lo alcanzó a observar con una cara horrorizada. La habitación se llenó del vapor morado.
Mientras escuchaba los gritos del exterior, se deslizó cómodamente en una esquina, lo suficientemente alejado del pequeño sujeto que seguía tendido sobre su estómago, desde ahí podía ver la entrada de la gruta. Se relajó y dejó que el tiempo pasara.
¿Cómo sabemos tanto de ese enigmático material endurecido color violeta? Pues resulta que no es el único, sino que existen una gran diversidad con otras propiedades, aunque esa es otra historia.
Finalmente lo lograron convencer de que podía salir. No fue difícil, la abertura estaba hecha y él descansaba plácidamente en su rincón, todavía no del todo coherente. El enano seguía inconsciente en su lugar.
Quien lo estaba esperando era una persona aparentemente normal.
—Tranquilo. Estás a salvo. Ven, vamos a dar un paseo —dijo el que espera.
—¿Quién eres? —respondió balbuceando desde el interior de la cueva sin cerradura.
—Tu futuro. Digamos, soy alguien que no deberías de haber conocido en tu tiempo. —Las palabras enigmáticas demostraban que no había hostilidad.
—Sí, lo entiendo, el cristal y esas cosas, pero ¿quién eres?, ¿dónde están los otros? —Señaló al hombrecillo que dormía, le costaba un esfuerzo inmenso poder coordinar las palabras, aunque parecían que cobraban sentido.
—Ya no existen, al menos no como los conociste. ¿Quieres conocer tu futuro? —Seguía creando suspenso en el ambiente.
—¿Cómo sé que no me matarás? —Su instinto le impedía confiar en el extraño.
—Si te quisiera muerto, ya lo estarías. Estoy dentro, aquí contigo. Llevas varios años a la intemperie, ya no es necesario mantener abovedada esta zona.
—¿Realmente dormí mil años? —Estaba incrédulo, observaba sus propias manos.
—Vamos, ven a conocer el mundo. —No respondía sus preguntas.
El extraño sujeto futurista lo tomó del brazo, sintió un leve impulso, pero se contuvo, dejándose conducir por el desconocido. Fuera ya no había cañón, se trataba de una clase de malecón con palmeras, un horizonte distante y una carretera que pasaba cerca de la gruta.
—¿Qué es esto? —No creía lo que observaba a su alrededor.
—No solo dormiste por mil años, sino que creaste una especie de bucle, han pasado más de diez milenios. ¿Quieres sentir la brisa marina?
—¿Marina?, ¿milenios? —La luz del exterior le impedía ver con total claridad, usando las manos tapó los rayos del sol y volteó al piso. Se sentía como un niño en una ciudad desconocida.
El extraño lo llevaba del brazo, iba en un atuendo veraniego, similar a un turista en la playa. Miró a lo lejos, se escuchaba el mar y las aves, realmente estaba en otra zona, al menos, en un tiempo distinto.
—¿Quieres saber más de los cristales que usaste? —preguntó el peregrino de la costa.
—¿Hay más?
—Sí, los llamamos inmortales.
Mientras caminaban por la ribera, le contó algo que parecía una historia futurista, aunque, a juzgar por el lugar en el que se encontraba, se le antojaba plausible.