La manzana morada.

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Un día por la tarde sin nada que hacer, fue a ver una película supuestamente muy buena. La había escuchado con anterioridad, pues se la recomendaron. A pesar de que no le llamaba la atención debido a la temática ordinaria e infantil, decidió ir, prefería saber lo que criticaba antes de hablar.


            Dentro del cine no se encontraban tantas personas como esperaba. Eligió uno de los asientos del fondo, para no tener que escuchar a los niños corriendo y jugando en plena función. Se relajó y comenzó la película.

 


 

La manzana morada, una historia de piratas que tiene como protagonistas a un fortachón indeciso, un grumete valeroso y una exótica anciana con sabiduría ancestral.


            ¿Qué tienen de especial los tres personajes? Por si solos no podrían lograr mucho, pero, todos juntos son capaces de llegar a las inexplorables propiedades de la enigmática y mística fruta púrpura. ¿Serán capaces de alcanzar su objetivo?, ¿o los bárbaros lograrán robar esta pieza singular?


            La única que conocía la existencia de la ancestral manzana morada era la anciana, una especie de ser con poderes increíbles, sin embargo, la edad la había transfigurado hasta convertirla en una biblioteca andando con bastón.


            Aquella curiosa viejita es la mente tras todo el trasfondo, pues, al percatarse de que una serie de salvajes y sucios navegantes se estaban llevando una mercancía que no les correspondía, solicitó el apoyo del joven fortachón que ayudaba a su mamá en el campo. Él siempre había querido hacerse a la mar, pero no se atrevía a aventurarse por sí mismo, a pesar de su corpulencia, se trataba de un cobarde.


            Sabedora que no solo serían necesarios los músculos de aquel gigantón, planeó conseguir a un tercer personaje que pudiera ayudar con la travesía por las aguas. ¿Quién mejor que un marinero? Debido a que casi todos se conocían en el puerto, era difícil encontrar a alguien en quien pudiera confiar para mantener el secreto.


            Logró convencer al gigantón para aventurarse, no fue complicado. Primero tuvo que hablar con su delicada madre para que le otorgara a su hijo unos días como empleado personal, le mintió diciendo que vendría su sobrino y necesitaba tomar una lancha para buscarlo en una de las islas, sería de gran ayuda el complejo físico del muchacho, así nadie se atrevería a meterse con ese par en su viaje por las aguas costeras. Finalmente, la señora aceptó después de que la anciana desembolsara una generosa cantidad, más que por el trabajo, como una forma de soborno.


            El joven y su empleadora salieron de casa, dirigiéndose lentamente hasta el muelle, no había tiempo que perder, aunque iban lento debido a las cualidades físicas de la anciana y su bastón. Aquel musculoso no cabía de gusto y nerviosismo, por fin se le haría salir al mar y ser de utilidad para otras personas, actuando como un guardián de la escuálida y fina señora que contrató sus servicios.


            —Querido, me serás muy útil —le comenzó a decir en voz alta—. Aunque no te puedo contar en estos momentos mi propósito, sé que puedo confiar en ti.


            —Claro que sí, madame, estoy para protegerla —le respondió con orgullo.


            —Lo sé, querido, lo sé.


            Llegaron al puerto, ahí se acercaron hasta el extremo por donde desembarcan los pescadores y algunas naves pequeñas. A sus alrededores no había más que botes de madera, cuerdas, redes y una gran cantidad de utensilios especializados para el ámbito marino. Estuvieron cerca de media hora en esa brisa gélida que le causaba dolor en las rodillas a la pobre anciana. El muchacho comenzaba a perder su entusiasmo.


            —¿Estamos esperando una lancha? —preguntó preocupado el joven.


            —No, hijo mío, buscamos ayuda. —Había algo en la voz de la viejecilla.


            —Yo la puedo ayudar, no se preocupe.


            —Necesitamos de alguien más —dijo sin siquiera voltear a verlo.


            —¿Un pescador?


            —Un marinero, dime, querido, ¿sabes navegar? —El chico negó con la cabeza, un poco avergonzado—. Lo que requerimos es de alguien que sepa surcar velozmente las aguas para llegar rápido a un lugar —continuó explicando la anciana.


            —Entiendo, con su sobrino. —Estaba un poco decepcionado.


            —No, querido, es más que eso. Tu misión es la más importante, pero no te lo puedo decir en estos momentos.


            —¿Por qué no? —Se mostraba ansioso.


            —Estaríamos en peligro, te lo contaré cuando estemos en un lugar seguro. —Hizo un leve movimiento con el dedo, bastante discreto—. Ahí viene, un marinero que nos puede ser útil. —Se volteó hacia la pareja que caminaba rumbo a ellos—. Disculpe, señor, ¿sería tan amable de ayudar a esta anciana?


            —¿En qué le puedo ser útil, madame? —respondió el almirante.


            —Necesito ir a puerto para buscar a mi sobrino que se perdió en una isla.


            —Lo siento mucho, señora, pero no podemos salir con este clima a ninguna isla, está la bajamar y podríamos sufrir percances. Mejor regrese a su casa y vuelva mañana o en dos días para ver si ya aclaró un poco el viento. —El sujeto con barba blanca, típica de las caricaturas de pescadores, no mostraba interés en apoyar la travesía de la necesitada.


            —Entiendo, muchas gracias por su apoyo, señor. —La anciana hizo una reverencia—. Nos marcharemos en cuanto mis piernas se puedan mover de nuevo, con este frío se me han entumecido y me cuesta caminar. Disculpe las molestias.


            —Con cuidado, madame.


            El almirante sacó algo de uno de los barriles y se dirigió a la costa, su compañero que no había intervenido en absoluto lo seguía como un perro faldero.


            —¿Por qué le ha dicho eso, capitán? —cuestionó el ayudante de marinero cuando se encontraban en tierra firme, lejos de aquella extraña pareja del muelle.


            —Porque es la bruja, es de mala suerte salir con una bruja al mar. ¿Qué no lo sabes, muchacho? —Le guiñó un ojo.


            —Son supersticiones, señor —respondía al tiempo que hacía las labores por las que le pagaban.


            —Pues de supersticiones nos mantenemos con vida, nadie en su sano juicio llevaría a esa vieja bruja al mar, capaz que se come tu cabeza y tira el cuerpo al fondo, uno nunca sabe, joven. Mejor ayúdame a subir el cargamento al vehículo.


            Más tarde regresó el ayudante del almirante al puerto, sabía que él mentía, a pesar de que el clima se veía agresivo y frío, no era inconveniente para poder salir cerca de la costa. Le parecía absurdo no ayudar a la pobre anciana, aunque todos dijeran que era una bruja. Ni siquiera había dicho en que isla estaba su sobrino, que señor tan grosero.


            —Buenas, madame. Disculpe que me entrometa, pero escuché lo de su sobrino —dijo con un tono culposo.


            —Hola, joven, que bueno que te encontramos. Sí, tengo a mi sobrino esperándome en una isla, pero nadie nos quiere ayudar. —La vieja tiritaba con el frío.


            —Yo los puedo llevar, si es que no tienen inconveniente. —Miró al gigantón y a la anciana.


            —No sabes cómo te lo agradecería.


            —Solo que sería algo rápido, mi patrón regresa en un par de horas y me colgaría si supiera que tomé su lancha para ayudarla.


            —No te preocupes, joven, no quiero meterte en problemas.


            Eso le pareció extraño al grumete.


            —¿Segura, madame?, la puedo ayudar para que vea a su sobrino, no hay problema, solo que sea rápido.


            —No, joven, muchas gracias —insistió la señora.


            Se alejó el aspirante a marinero, iba dubitativo. ¿Por qué la bruja no lo aceptaría en sus planes? ¿Será que en realidad, hay algo más? ¿Y por qué el gigantón que nunca sale del pueblo está con ella dispuesto a ir al mar? No tenía ningún sentido. Cuando llegó al inicio del malecón, tuvo un debate interno, si algún día iba a ser un gran capitán, tendría que tomar decisiones rápidas como aquella. Vigiló que nadie estuviera observándolo, se armó de valor y regresó rápidamente con la anciana.


            —Madame… señora, ya sé que no va con su sobrino, pero le puedo ser de ayuda. Salimos rápidamente antes de que alguien nos vea. —No esperó respuesta y se dirigió hacia una lancha próxima—. Síganme, los sacaré de aquí lo más rápido que se pueda.


            El fortachón no sabía que hacer, la anciana sonrió.


            —Eso es lo que buscaba, un intrépido marinero que no se guía por supersticiones. —Ella le respondió con tranquilidad.


            —Soy grumete todavía, señora. Muchos creen que con mi físico nunca llegaré a algo más, pero les demostraré que se equivocan. —Miró al musculoso, como reprochándole su corpulencia y su debilidad en las aventuras.


            —Nos serás de mucha utilidad, muchacho. Por favor, Jorge, ayúdame a bajar —le habló al fortachón.


            —Claro que sí, madame. —Le extendió una mano y le sostuvo su bastón para que descendiera hasta la lancha, una vez que estuvo sentada, él se volteó para ver o esperar las órdenes del grumete.


            —Vamos fortachón sube, tenemos una misión que cumplir —explicó el joven sin reparar en formalidades.


            Jorge lo obedeció, haciendo tambalear la frágil nave que parecía que no soportaría su peso. El grumete terminó de desamarrar las ataduras y se lanzó ágilmente para tomar el control del bote.


            —Dígame en qué dirección vamos y considérelo hecho —resopló a la anciana.


            —¿Viste el navío blanco que cruzó hace horas por aquí?


            —¿El buque de los comerciantes?


            —Es correcto, joven.


            —¿Qué tienen ellos? —Estaba sumamente emocionado. ¿Qué se traía entre manos la bruja?


            —¿Sabes cómo encontrarlos?


            —Claro que sí, están aparcando en la isla del croata, ahí conseguirán unos suministros y volverán a partir en el atardecer, eso es en unas tres horas.


            —¿Crees que podamos alcanzarlos?


            —Claro que sí, madame, agárrense bien. —Dicho esto, aceleró bruscamente.


            Le dieron ganas de vomitar a Jorge, era su primera vez tan dentro del mar, no estaba acostumbrado a los vaivenes de las olas ni al constante traqueteo en la base de la lancha. Le parecía algo muy burdo y para nada suave, a pesar de todo, se encontraba emocionado, pero intimidado por la inmensidad de las aguas. Tenía una sensación extraña en el estómago.


            —¿Han escuchado de la manzana morada? —preguntó repentinamente la bruja.


            —¿La manzana morada?, esa es una leyenda —intervino Jorge.


            —Se dice que tiene poderes increíbles a quien la pruebe, pero nadie la ha podido encontrar —respondió el grumete.


            —Eso es falso —comenzó a decir la anciana—, es tan real como cualquiera de nosotros y está en malas manos, tenemos que apoderarnos de ella.


            —¿Por qué?, ¿dónde está? —cuestionó Jorge en una mezcla de miedo y entusiasmo.


            —Se la han llevado esos piratas, han venido desde muy lejos y la usarán para malos propósitos, tenemos que evitar una catástrofe.


            —¿Cómo sabe de eso? —dijo el aprendiz.


            —Soy una bruja, querido, ¿acaso no lo recuerdas? —Su tono era burlesco.


            —Eso es lo que dicen los demás —respondió el marinero en voz baja.


            —Pues es cierto, tengo más edad de la que se imaginan y he visto cosas que no podrían comprender, pero no puedo hacer esto sola, necesito de su ayuda.


            —Bien, yo los llevo para allá, ¿y luego? —cuestionó aquel que todavía no decía su nombre.


            —Jorge se encargará de todo.


            —¿El fortachón?


            —¿Yo? —Su voz era de incredulidad.


            —Sí, querido, tú probarás la manzana.


            —No sé… no sé si pueda. —Ya se había aventurado a la mar por primera vez en su vida, tener que darle un bocado a una fruta legendaria iba más allá de su imaginación.


            —Claro que sí, querido, es tu destino.


            No respondió, estaba absorto en sus pensamientos.


            —¿Y yo qué haré? —se apresuró a cuestionar el grumete.


            —Tú sabes de barcos, ¿no?


            —Es correcto, madame.


            —Bien, nos guiarás hasta la manzana morada.


            —¿Cómo sabré en dónde está?


            —Soy una bruja, querido, sé cosas que no puedo explicar.


            El aprendiz de marinero comenzaba a creerse la historia de que la vieja tenía poderes. ¿Para qué lo necesitaba realmente? ¿No había más gente que la pudiera llevar?


            Permanecieron un rato en silencio mirando el horizonte, hasta que el grumete rompió la paz que dominaba a ese trío de personajes distintos.


            —¿… es cierto que usted se come la cabeza de los marineros? —Su pregunta comenzaba con una voz muy baja que no se entendía del todo.


            —Ay, querido… Carlos. —Finalmente la anciana decía el nombre del incognito—. Si eso fuera cierto, no les pediría ayuda a ustedes. Esto es más importante de lo que creen.


            —¿Por qué yo? —dijo súbitamente Jorge, ignorando el tema que acababa de surgir.


            —Por tu físico, eres capaz de cosas asombrosas, solo tienes que confiar en ti y lo lograrás, estás destinado a grandes acontecimientos.


            —Lo intentaré. —Su voz demostraba inseguridad.


            —Cuando llegue el momento sé que lo lograrás, el destino nos ha reunido a los tres aquí y ahora. Podrás hacerlo.


            —¿Qué pasará cuando pruebe la manzana?


            —Por fin serás tú.


            —¿Eso qué significa? —cuestionó Carlos.


            —Podrá ser aquel para lo que está destinado, los libros hablarán de él, por fin se cumplirán sus objetivos.


            —¿Y qué hay de mí? —Se mostraba celoso.


            —Tú eres el grumete que está rompiendo las normas, demostrando que no necesitan ser fornidos o altos para conseguir domar el mar. —Las palabras de la viejecilla hicieron sonrojar a Carlos.


            —No le fallaré, madame. Cuente conmigo.


            —También estaré ahí, somos un equipo ahora. —Sorprendió Jorge con sus emotivas palabras.


            —Claro que sí, queridos, ahora, quiero que me presten atención. La tripulación que encontraremos no es normal, son más fuertes y agiles que los hombres comunes. Deben de tener mucho cuidado, pues uno de ellos puede lanzarlos al mar como lo harían ustedes con un niño pequeño. Acérquense, que el mar escucha y no queremos avisar a nadie.


            Les contó una estrategia secreta de lo que tenían que hacer, pulieron los detalles hasta que llegaron al puerto en donde se encontraba el gran navío.


            Carlos se bajó, sería el mediador de los tres. Caminó entre los demás pescadores, marineros y comerciantes. Llegó con los encargados del barco y logró convencerlos de que lo habían contratado para limpiar y mantener las calderas, cuando lo condujeron hasta el buque, fue detenido por unos oficiales.


            —¿Qué hace aquí? —cuestionó con cierta ira uno de ellos.


            —Señor, es el encargado de las calderas —respondió con temor uno de los hombres que escoltaba a Carlos.


            —Eso es imposible, ya tenemos a alguien trabajando ahí —rugió con cierta sospecha.


            En eso llegó un mensajero y le entregó un sobre al guardia, este lo abrió inmediatamente y comenzó a leer.


            —Para la otra, jovencito, contraten a un mensajero más eficiente. Ojalá todos los servicios fueran tan rápidos como tu contratación —rezongó de mala gana, era evidente que le gustaba crear problemas.


            Se hizo a un lado y lo ingresaron al barco, la primera parte del plan había funcionado.


            Una vez en la zona baja, usando sus conocimientos de embarcaciones, se dirigió hacia el extremo de la popa, en la parte del estribor. Desde ahí, y con mucho cuidado, abrió una de las ventanas ovales, asomó una escalera que encontró en una de las calderas y la sacó rápidamente, instantes después, la bruja estaba ingresando torpemente y después llegó el fortachón.


            —Veo que todo va como lo planeamos, ¿no tuviste problema para entrar? —cuestionó la anciana.


            —No, para nada, solo que se tardó en llegar la carta que enviaron —replicó Carlos.


            —Es que tuvimos unos inconvenientes. —Sonrió Jorge.


            —Se tuvo que hacer cargo de más personas de las que creímos. Al final tuvimos que disminuir a más de cinco guardias antes de poder entrar y enviar la carta —dijo sin reparos la viejecilla.


            —¿Están bien? —Se preocupó Carlos.


            —Claro que sí, le enseñé a Jorge como dormirlos en un solo movimiento, resulta ser muy hábil para esto.


            —Vaya, y yo que te creía un cobarde.


            —Ya no más —dijo orgullosamente Jorge.


            —Rápido, equipo, no hay tiempo que perder, escóndanse detrás del horno —continuó Carlos.


            Jorge levantó de un impulso a la anciana que se sorprendió de la vitalidad que mostraba su ayudante. También el grumete estaba impresionado.


            El estudiante de marinero escuálido se paseaba por las calderas, haciendo las labores típicas del cuidado de aquellas aparatosas máquinas calientes. De pronto bajaron unas personas pidiendo documentación.


            —No tengo nada de eso, fui contratado de emergencia, pregúntenle al almirante —refunfuñó Carlos.


            —Ve tú, me quedó al cuidado de este —le dijo uno de los vigilantes al otro—. Dentro de poco saldremos y necesitamos que te identifiques.


            —Ya les dije quién soy, no es mi culpa que su anterior ayudante fuera un inepto que no soportara las aguas.


            —¿Qué vas a saber tú de la tripulación?, no eres más que un escuálido e insignificante grumete.


            —Pero al menos estoy aquí, no como su supuesto empleado modelo que no soporta el mar.


            —Ya lo veremos. —Lo retó el guardia, observándolo con odio. No iba a dejar que se moviera sin su autorización. Finalmente llegó corriendo su compañero.


            —Es cierto. Teodoro tuvo un ataque y quedó inconsciente, el médico lo confirma. No tuvimos más remedio que contratar a alguien de la isla para su remplazo —resopló con apuros el marinero.


            —Se los dije, es un inepto su trabajador. Considérense agradecidos de que estoy aquí y no les abandono el puesto como su inútil encargado.


            —Te estaremos vigilando, mequetrefe. —Le lanzó la carta que le habían llevado sobre su contratación urgente—. Más te vale que mantengas esto impecable o te lanzaremos con los tiburones.


            Rieron los dos vigilantes y cerraron la puerta con un estrepitoso ruido que hizo eco en toda la bodega.


            —Ya veremos quien ríe al último. —Los puños de Carlos temblaban del coraje.


            Tomó la carta que estaba a sus pies y la leyó, era sorprendente que hubieran hecho eso en tan poco tiempo. Caminó hacia sus compañeros clandestinos.


            —¿Cómo le hicieron? —Trató de sonar calmado.


            —Fue sencillo, solo tuve que usar un poco de mi poder —dijo la anciana mientras alzaba su bastón. Jorge parecía sorprendido.


            —¿Eres una bruja de verdad? —intervino el fortachón.


            —Ay, querido, así es, las supersticiones no se basan en ideas sin fundamentos.


            —¿Qué fue lo que hiciste? —cuestionó Carlos.


            —No fue difícil, le causé un malestar estomacal al anterior encargado de las calderas…


            —¿A distancia? —la interrumpió.


            —Soy una bruja, una hechicera. —Agitó su bastón—. Con esto puedo hacer pequeños trucos con las personas.


            —¿Así convenciste a mi madre de que viniera? —Estaba sorprendido Jorge.


            —Claro que no, querido. —Lo tomó de la mejilla—. Por algo tienes esa musculatura. ¿Alguna vez te has preguntado por tu destino?


            —No, creo que no.


            —Bien, pues ese destino nos aguarda, no hay tiempo que perder. Debemos llegar a la manzana morada antes de que sea demasiado tarde. Carlos, ¿para dónde vamos?


            —Claro, madame, por aquí, síganme.


            Jorge y la anciana bruja lo acompañaron, está vez no la cargó, iba pensando en lo que sucedería. Tardaron en llegar a unas grandes cajas de maderas cúbicas.


            —Espérenme aquí.


            Carlos subió a toda velocidad hasta lo más alto, desde ahí quitó la tapa de un ducto que parecía de ventilación o un respiradero para la sala.


            —Por aquí. Jorge, ayúdame con madame.


            Él la levantó y le ayudó a llegar con Carlos. Ella se tuvo que agachar para cruzar a gatas por el conducto que unía las dos bóvedas.


            —Muchas gracias, queridos, pero no me digan madame.


            —¿Por qué no? —dijo apuradamente Carlos.


            —Ese es un término peyorativo que me pusieron hace muchos años. Mejor díganme Abigail, ese es mi nombre.


            —Jamás creí que madame fuera Abigail —Jorge habló en voz alta, había comenzado a subir a las cajas.


            Una vez que los dos estuvieron en el contenedor de ventilación, Carlos se preparó para sellar por dentro el conducto, pero llegaron los vigilantes y lo alcanzaron a observar. Al joven grumete ya no le importó cerrar, metiéndose como cucaracha en el hueco, debido a su finito cuerpo y su agilidad, no le costó trabajo.


            —¡Con un demonio!, te dije que no confiaba en él. ¿A dónde lleva ese ducto? —gritó uno de los vigilantes.


            —Creo que, a la bodega, si nos apuramos lo encontraremos antes de que salga —respondió su compañero.


            —Nada de eso, aquí te quedarás. Iré por refuerzos.


            No le dio tiempo de responder, salió corriendo y dejó a su compañero atónito en la entrada de la sala de calderas, a la expectativa de que pudiera salir el personaje sospechoso. Desenvainó su espada y desenfundó la pistola, listo por si la alimaña asomaba la cabeza. Se sentó en una cubeta que tenía cerca y apuntó directamente al ducto, estuvo a punto de disparar, pero eso alertaría al intruso y tal vez no volvería, lo mejor era esperar.


            De igual modo, los tres personajes estaban al tanto de lo que había sucedido, pues Carlos se los indicó, apurándoles el paso.


            —Ya saben que estamos aquí, muchachos, yo no podré ser de mucha ayuda —dijo Abigail.


            —Pero, madame, no nos abandone ahora. —Jorge estaba melancólico, como si todas sus fuerzas vinieran de la anciana bruja.


            —No los voy a abandonar, necesito que confíen en ustedes y en mí. Les voy a decir lo que sucederá, un grupo de piratas nos estarán esperando, eso es inevitable. Soy más un estorbo que una ayuda, por lo que necesito que me liberen el paso de esos canallas.


            —Claro que sí, madame, digo, Abigail. —Carlos se acordó—. Yo conozco como están acomodados estos tipos de barcos, soy ágil como una nutria y me muevo como las sombras, usted solo necesitará seguirme y llegará a su destino.


            —Mientras tanto yo puedo ir abriendo camino —dijo orgulloso Jorge.


            —No, querido, es muy peligroso, no son personas normales, ellos han hecho uso de la manzana morada.


            —¿Cómo lo sabe, madame? —Jorge seguía renuente a decirle por su nombre.


            —Reconozco las señales, hay una conexión inequívoca con nuestro objetivo, siento su llamado.


            —No lo entiendo.


            —Necesitarás probarla para que todo cobre sentido.


            —¿Usted la probó? —respondió Carlos.


            —Hace muchos años juramos proteger la mística manzana morada, usábamos sus cualidades para nuestro beneficio y para el pueblo, pero se volvió algo peligroso. Por eso la escondimos hasta que alguien la descubrió y se la está robando.


            —¿Están conectados?


            —Sí, todos lo estamos, podemos saber en donde nos encontramos en cada momento, pero no somos capaces de identificar de quien se trata, es por eso por lo que puedo pasar desapercibida y saber sobre los piratas.


            —Eso suena increíble —dijo Jorge.


            —Por aquí, chicos. —Carlos había doblado hacia la derecha—. Saldremos en otra parte de la bodega.


            —¿Cómo lo sabes?


            —¿Olvidas que soy grumete?, tengo que conocer todo el barco. —Hizo una sonrisa pícara. La anciana y el fortachón lo siguieron, no había más ruidos que el oleaje golpeando contra las paredes—. Están preparándose para nosotros, lo sospecho, nunca está tan calmada está zona. Tenemos que ir con cuidado —advirtió Carlos—, espérenme aquí, iré a revisar el lugar.


            Bajó por un pequeño hueco que él mismo se abrió, cayendo livianamente en un conjunto de objetos de madera. Los otros lo perdieron de vista, tendrían que esperar. Caminó a hurtadillas por los bordes de las cajas y demás materiales embarcados, era muy bueno escondiéndose. Llegó hasta el otro extremo, la bodega se veía vacía, seguramente se trataba de una trampa, habría que actuar con velocidad.


            La puerta estaba cerrada, pero eso no era un obstáculo, sabía como forzarla para poder salir. Investigó entre todos los objetos y encontró un par de cuchillos y una espada, no necesitaba nada más. Hizo una especie de palanca en la cerradura usando dos filos hasta que quedó lo suficientemente abierta como para introducir un dedo y abrir el pestillo.


            Con el corte de la espada por el frente, se guardó las navajas en el pantalón como un auténtico pirata. Salió rápidamente al pasillo, estaba dispuesto a asesinar a quien se le interpusiera, pero no había nadie, tal vez lo suyo no fuera la espada, sino la mente y el ingenio. Emparejó la puerta y lanzó una cuerda a sus compañeros que bajaron lentamente.


            —Ten, tú llevarás la espada, yo los cuchillos. Debemos de proteger a madame, yo iré detrás y tú al frente, ¿de acuerdo? —le explicó a Jorge, a veces también olvidaba decirle Abigail a la anciana.


            —Claro que sí, camarada. —Tomó la espada he hizo una prueba, tenía una agilidad increíble para blandirla en el aire.


            —Vamos, muchachos, estamos a medio camino —dijo la bruja de Abigail.


            La escoltaron hacia el pasillo, primero salió Jorge con mucha cautela, en su campo solía cultivar usando un arado, así que aquel instrumento pirata le era muy fácil de usar. Viró hacia ambos lados, no había rastros de maleantes. Se quedó cuidando la derecha. Detrás salió la anciana y después Carlos.


            Un estrepito espantoso los hizo saltar. Del lugar del que venían, aquella sala de calderas, una explosión había destruido la pared, dejando al descubierto un ejército de piratas que se lanzaron furiosos tras los tres fugitivos.


            —¡¿A dónde van?! ¡No huyan, son nuestros invitados! —gritó un pirata bien vestido y fornido, seguramente era el capitán, a juzgar por la gorra que llevaba.


            —¡Corran! —Carlos cerró la puerta de golpe y encajó uno de los cuchillos creando una especie de barrera frágil que impedía provisionalmente el acceso—. Yo los distraigo, rápido, váyanse.


            —Pero, Carlos… —trató de decir Jorge.


            —¡Nada!, váyanse. Ustedes tienen que encontrar la manzana morada. Sigan por este pasillo, si madame siente a alguien frente, cúbranse en cualquier habitación. Tienen que llegar a la cubierta del estribor, ahí los veré. ¡Ahora váyanse!


            Una espada atravesó la puerta, algo que parecía imposible para la fuerza de una persona normal.


            Jorge cargó a la bruja que hizo unos movimientos con su bastón y fundió el cuchillo encajado, creando una especie de soldadura. Carlos corrió hacia el lado contrario, metiéndose en una habitación, sabía cómo escabullirse sin ser descubierto. Se sentía muy cómodo acomodándose en lugares insospechados para después lanzarse tras la presa, como todo pescador que genera una trampa esperando pacientemente a que algún pez muerda el anzuelo o caiga en su red.


            El fortachón y la anciana salieron a estribor, no se habían encontrado a nadie, los gritos y explosiones venían del interior de la bodega. Algo salió volando, creando un ruido ensordecedor, se trataba de una puerta que había sido reventada con explosivos. Escucharon risas y gritos del grupo de piratas que corrían detrás de ellos.


            Mientras tanto, Carlos se hallaba escondido arriba de un casillero, prestando atención a los ruidos de sus perseguidores. Ellos pasaron a toda velocidad por el pasillo, algunos entraban y agujereaban las camas con sus espadas, pero jamás pensaron en ver sobre aquel mueble. Una vez que se alejaron, se bajó rápidamente y anduvo pegado a la pared, parecía una verdadera sombra, debido a su altura y complexión.


            Se mantuvo a hurtadillas hasta que escuchó unos ruidos detrás de él, ingresó a otra habitación con mucho sigilo, dejando el cuchillo en el piso. Cuando los piratas observaron aquel objeto, se detuvieron a inspeccionar. Carlos usó toda su fuerza para hacer caer una litera sobre ellos, generando un ruido espantoso. Aprovechó la ocasión para despojarlos de las armas, su cuchillo y unos explosivos, para su sorpresa, ellos se repusieron muy rápido y lanzaron aquel mueble por los aires.


            Salió corriendo e hizo varios disparos que perforaron la embarcación, promoviendo un hundimiento o un estallido si no tenía precaución. Se encontró de frente al capitán que iba solo. Le lanzó el cuchillo con mucha pericia, pero el almirante lo desvió con su espada en un movimiento increíble, sin embargo, no se dio cuenta de que se trataba de una estrategia. El delgado grumete corrió hacia él, después saltó poniendo un pie en la pared derecha y golpeándolo en la cabeza con la culata de la pistola. Este se tambaleó y quedó tendido en el otro muro. Cualquier otro marinero habría caído, pero este era más fuerte. Carlos rápidamente descargó la metralla muchas veces, sabía que no podría hacer gran cosa, lo único que consiguió fue cegar momentáneamente a su perseguidor para llegar hasta la cubierta. Ahí fuera se refugió en medio de una gran soga que se hallaba tirada en forma circular, escuchaba los gritos encolerizados de los piratas y las risas macabras del almirante.


            —Vamos, grumete, sal de donde sea que estés. Te voy a enseñar a ser un verdadero marinero que da la cara —ordenaba el oficial.


            —¡Aquí estoy! —Carlos gritó desde la espalda del pirata rey. Le lanzó la soga con un nudo que sujetó el brazo con la espada del capitán.


            —Oh muchacho, que ingenuo eres, no me puedes hacer nada.


            —Pero yo sí. —Una voz lo sorprendió atrás de él.


            Jorge le encestó un golpe con un barril pequeño que se le quedó incrustado en la cabeza, parecía que ahora su nueva extremidad era un cilindro de madera, no podía ver.


            El pirata líder alzó los brazos para quitarse aquel molesto barril, sintió un jalón en su brazo y la espada salió disparada, había sido alado por la soga, quedando desarmado y ciego. El fortachón lo empujó con fuerza para que cayera por la borda, perdiéndose entre maldiciones.


            En un momento se vieron rodeados por dos bandos de piratas que impedían el paso a cualquier lado.


            —¡Tápense los oídos! —gritó Carlos corriendo hacia sus compañeros. Arrojó tres explosivos muy rápidamente, dos de ellos directo a los grupos de piratas, y el tercero al mar.


            —Pero, ¡¿qué has hecho?! —vociferó Jorge.


            Escucharon las explosiones y los chillidos de los bárbaros que se recuperaron y levantaron sin problemas; otro rugido vino desde el fondo de las aguas. Se había abierto un hueco enorme en un costado, haciendo que el líquido comenzara a entrar, cambiando el nivel de la cubierta.


            —¡Rápido, síganme! —Tomó la cuerda con la que habían atado al capitán y se lanzó al océano, los demás no sabían lo que hacía. Jorge se colgó a la bruja en el hombro y con el otro brazo sujetó la soga, columpiándose justo a tiempo para no ser atrapados por los piratas. Para su sorpresa entraron por el gran hueco creado debido a la explosión, dentro estaba Carlos todo empapado, pero a salvo.


            —Es aquí, está atrás de está puerta —exclamó la anciana bruja.


            —¿Cómo la abrimos? —cuestionó Jorge viendo afuera, el agua entraba cada vez más y con mayor fuerza.


            —Necesito tiempo, puedo abrirla —sorprendió Abigail, seguramente usaría sus poderes para forzar la cerradura.


            —¡Cuidado! —gritó Carlos. La cuerda del exterior se movía de una manera especial, sin duda los piratas la estaban usando para llegar a ellos.


            —¡Yo me encargo! —Jorge empleó su fuerza bruta. Golpeaba a los piratas al mar como si fueran sacos de harina, lanzándolos a pesar de venir armados. No estaban firmes como para emplear su filosa espada o sus pistolas contra ellos tres, así que aprovechaba y los apaleaba con todas sus fuerzas.


            —¡Ya casi lo logro! —La anciana usaba su bastón para hacer girar una especie de mecanismo extraño en el umbral de acero muy reforzado, parecía que descifraba una caja fuerte.


            La presión era increíble, entre el agua que comenzaba a llegar a las rodillas, los piratas que salían disparados, Jorge que había vencido su miedo y Carlos que ahora se había convertido en un capitán. Finalmente, Abigail logró que la entrada hiciera un sonido de apertura, esta se abrió lentamente e hizo que disminuyera el nivel del agua. Entraron velozmente dos de los protagonistas.


            —Jorge, rápido, entra —farfulló Carlos.


            Se encontraba tan concentrado que no se había dado cuenta del suceso, después de golpear a un pirata en la cara, que lo maldijo y lanzó unos disparos al aire, siguió a sus compañeros y cerró la puerta usando toda su fuerza.


            Allí estaban los tres, contemplando una especie de pedestal con una cubierta de cristal, en su interior se hallaba la manzana de color morado.


            —La hemos conseguido —dijo la anciana.


            —Es hermosa —concluyó el fortachón.


            —¿Cómo es que está completa?, si esos piratas la han probado, no debería, ya saben, ¿estar mordida? —preguntó Carlos.


            —La manzana morada es inmortal.


            —¿A qué se refiere, madame? —preguntó Jorge.


            —Anda, pruébala.


            —¿Yo?


            —Sí claro, fortachón, es tu destino. —Ahora no fue la bruja la que habló, sino Carlos.


            Con un movimiento ceremonioso, el ahora capitán del grupo quitó la cubierta de cristal y dejó al descubierto la manzana morada, parecía que relucía como si estuviera encerada. Jorge La tomó con mucho cuidado y la acercó para que todos pudieran inspeccionarla.


            Una explosión hizo temblar todo el piso, la habitación se llenó de vapor y no podían ver nada.


            —¿Creyeron que se habían desecho de mí? —Rio estrepitosamente una voz cavernosa. Los tres protagonistas lo reconocieron, era el líder de los piratas—. Entréguenme lo que me pertenece o prepárense a morir, de todas formas, serán comida de tiburones. —Mientras se burlaba con malicia, alzó el arma para disparar, pero una mano tomó el cañón de la pistola.


            —¡Eres un ridículo!, ¿qué crees que estás haciendo?, no puedes hacer nada contra mí, ¿qué no sabes quién soy? —Todos se sorprendieron al escuchar aquellas palabras, ¿de quién se trataba?


            —¡¿Y tú sabes quién soy yo?! —No se la creía el falso corsario, estaba colérico. Se disipó el vapor, permitiendo ver la cara de aquel que sujetaba el revólver, tenía una mirada de confianza. Se trataba del fornido y gigantesco protagonista, solo que ya no mostraba el rostro de un cobarde. El rey pirata vio un destello en esos ojos y lo supo, ya no había vuelta atrás: la manzana morada fue probada.


            —Deshazte de él. ¡Es una orden de tu capitán! —ordenó Carlos.


            —¡Sí mi capitán! —aclamó Jorge. Con una fuerza sobrehumana dobló el cañón y el disparo salió hacia arriba, apenas lo suficiente como para no herir a nadie.


            —¡Es imposible…! —Retrocedió un poco el pirata líder—. No se puede, nadie puede tener tanta fuerza… ni siquiera con la manzana morada… ¿quién… quién eres?


            —Yo soy tu destino.


            De un golpe noqueó al pirata líder y lo dejó en la bóveda acorazada. Cargó con mucha facilidad a la bruja que hizo una serie de movimientos con su bastón y volvió a cerrar aquella entrada desde la distancia.


            El anterior grumete iba al frente, mientras su fiel tripulación lo seguían. Sacó la manzana morada de su bolsa y lo comprendió al instante, la volvió a guardar y dio una serie de órdenes, los otros sin dudarlo asintieron y corrieron tras él.


            Subieron unas escaleras que se comenzaban a inundar, los piratas que se encontraban eran repelidos por la mole de Jorge, que los empujaba como si se trataran de alfeñiques insignificantes. Carlos se había vuelto más ágil, esquivaba las balas y las espadas, parecía moverse más rápido que la luz. Mientras la anciana blandía su bastón, lanzando los cuerpos inconscientes de la tripulación a los costados y abriendo las cerraduras.


            Llegaron al exterior. Los cañones disparaban incansablemente, pero la bruja había recuperado suficientemente su poder como para crear un campo de fuerza, Jorge soportaba este escudo desde el interior cada vez que un proyectil lo impactaba, impidiendo que colapsara. Carlos los guiaba con mucha destreza por los mejores lugares, sorteando obstáculos y acortando tiempo que era importantísimo, pues el barco ya comenzaba a tener una inclinación importante.


            Finalmente se encontraron en el borde del navío.


            —Rápido, entren a la lancha. Yo me encargaré desde aquí —exigió Carlos.


            —Un capitán no abandona a su tripulación —reclamó Jorge.


            El marinero lo volteó a ver, había una mirada cómplice entre ambos. Un estruendo los hizo tambalear y casi caer al mar.


            —¡A la lancha!, ¡Ahora! —repitió Carlos.


            Jorge se lanzó con Abigail al interior, cayendo con una gracia de la que no sabía que era capaz de conseguir. Miraron hacia arriba, Carlos los observaba, para luego hacer correr la soga y perderse de vista. La lancha cayó bruscamente al mar.


            —¡Carlos!, ¡capitán! —Jorge suplicaba. No había respuesta ni rastros del ex grumete.


            —Vamos Carlos, tú puedes —dijo la anciana que se empezaba a preocupar.


            El almirante llevaba la manzana, Abigail temía que la corrupción lo hubiera absorbido y ahora se volviera el capitán de aquel navío. Pasaban los minutos y no había rastros del tercer personaje, tanto el fortachón como la bruja estaban muy inquietos.


            —Lo hemos perdido, ya no hay nada que hacer —dijo la anciana con mucha tristeza, viendo hacia el mar.


            —¡No!, ¡eso jamás!, usted nos dijo que teníamos que confiar en nosotros y eso es lo que estamos haciendo —le reclamó Jorge.


            Un estallido mayor que todos los demás hizo que salieran despedidas vigas y trozos del mástil por todas partes, el barco se partió en dos, al parecer todo venía desde las calderas.


            —¡Vámonos o los dos moriremos! —exigió Abigail.


            —¡No voy a abandonarlo!


            —Ya no hay nada que hacer, es imposible que haya sobrevivido a la explosión, en pocos momentos el barco se hundirá y nos tragará el vértice que hará al descender al fondo del mar.


            —Pero… es mi amigo.


            —Fue un buen amigo, no podemos hacer ya nada. Un capitán siempre se hunde con su nave.


            —Pero… él… Carlos… no, eso no es posible. —Toda la confianza que mostraba Jorge se había esfumado.


            La popa se comenzaba a alzar alarmantemente, parecía una película.


            Sin ánimos, Jorge tomó los remos y comenzó a alejarse, volteaba de vez en cuando hacia estribor, pero no veía a nadie que no fuera un pirata lanzándose al mar.


            Al ya no tener la manzana morada con ellos, no los perseguirían. ¿Se habrá sacrificado para que aquel objeto terminara en el fondo del mar y así evitar más problemas? Recordaba el mordisco que le dio a aquella fruta e inmediatamente ver como se recomponía a toda velocidad, parecía crecer nuevamente desde una tierna flor, era algo mágico. Ahora entendía a lo que se refería la bruja cuando dijo que era inmortal.


            —Carlos… ¡él probó la manzana! —Jorge lo rememoró con un grito.


            —Así es, temo que tal vez eso lo haya afectado —afirmó la anciana.


            —No, eso no puede ser. —No lo quería creer.


            Mientras se alejaban podía ver como la mitad de la popa se había hundido, la proa ya casi estaba vertical también.


            Hasta esa mañana no era más que un campesino incomprendido, ahora se había convertido en todo un marinero, un verdadero cazador de piratas. Nadie podía contra él, se tenía confianza y no le temía al mar. ¡Ya no le daba miedo la inmensidad del océano! Se lanzó inesperadamente y comenzó a nadar a toda velocidad, no estaba seguro de como lo logró, puesto que solo había practicado en aguas poco profundas.


            —¡Jorge, regresa! —chillaba la anciana, pero el fortachón estaba empeñado en llegar a la embarcación.


            Cuando finalmente estuvo lo bastante cerca, pudo notar un montón de escombros, se apoyó en una tabla mientras veía la última mitad del barco hundiéndose. Hasta arriba de él, como un milagro, estaba Carlos viendo al horizonte y saludando con la mano firme hacia el sol.


            —¡Carlos!


            El capitán volteó a ver al musculoso.


            —¿Jorge? ¿Qué haces aquí?, regresa con madame, ella te necesita. Yo me desharé de la tentación, nunca más tendremos que saber de la manzana morada.


            —¡No, eso nunca! Ven con nosotros, te necesitamos. —Sus labios se comenzaban a poner morados por el frío.


            —Un capitán nunca abandona la nave, tengo una misión.


            —¡Esa no es tu misión!


            —¡¿Ah no?! Pero ya soy un capitán, ya no soy más un grumete. No puedo abandonar la nave.


            —Lo estás haciendo ahora.


            —No, Jorge, te equivocas. —Casi estaba a la altura del mar—. La nave se hunde con el capitán.


            —El capitán ya se hundió, no te confundas.


            —¡¿De qué hablas?! —Estaba incrédulo y muy confundido, el agua le llegaba a los pies.


            —El capitán de esa nave es un pirata, tú no eres como ellos, tu embarcación te está esperando, no podemos salir sin ti, te necesitamos.


            Carlos no respondió, se le quedó viendo hasta que el agua se lo tragó en un estridente movimiento que salpicó una brisa helada. Jorge se tendió, no podía hacer ya nada, estaba todo perdido. Apoyado en la tabla totalmente exhausto, se desvaneció.


            Segundos después abrió los ojos, se encontraba en movimiento, alejándose de los residuos de la embarcación y de los piratas que trataban de mantenerse con vida en lo que quedaba del naufragio.


            —¿Qué horas son estas para descansar?, no le he dado permiso, ¿o sí?, ¿marino Jorge?


            Volteó para atrás, no lo podía creer, el capitán estaba nadando como toda una nutria, con mucha agilidad lo llevaba directamente con la bruja.


            —No capitán, mi capitán. —Le regaló una sonrisa antes de volver a dormirse.


            Con ayuda de Abigail subieron a Jorge dentro de la lancha, cuando volvió a recuperar la conciencia ya llevaban un buen tramo recorrido hacia su pueblo natal.


            —¿Fue un sueño? —alcanzó a preguntar sin terminar de despertar.


            —Nadie debe de saber de esto —dijo Abigail.


            —¿De qué?, yo no sé de qué hablas —replicó el capitán.


            —Ni yo. —Rio Jorge, que tomaba los remos para continuar con su viaje. Cuando llegaban al puerto, Jorge detuvo a Carlos.


            —Oye, ¿estarás en problemas?, ¿por lo de la lancha? —lo cuestionó preocupado.


            —Seguramente, pero eso no me interesa, que se consiga otro grumete, yo ya no seré su ayudante nunca más.


            —¿Qué piensan hacer ahora? —dijo Abigail mientras guardaba la manzana morada entre sus prendas.


            —Proteger de cualquier ataque a esta hermosa aldea, me haré a la mar y evitaré que lleguen más piratas. —Jorge resplandecía.


            —Y obviamente necesitarás un capitán —concluyó Carlos.


            —Mientras tanto, yo resguardaré la manzana morada en mi choza, en donde estará a salvo del mal.


            —Será nuestro secreto —ultimó Carlos.


            —Qué así sea. ¡¡Por el mar!! —gritó Jorge sumamente motivado.


            —¡¡Por el mar!! —exclamaron los otros dos, juntando sus manos en el interior del grupo.



 

La película terminó con Carlos pidiendo un préstamo para viajar por el océano en una pequeña lancha, con la ayuda del dinero de la mamá de Jorge y la promesa de hacer realidad los sueños de aquel fortachón. Juntos se despidieron en su diminuta embarcación de la anciana Abigail, que resguardaba celosamente la manzana morada de las miradas indiscretas, en lo más profundo de su choza, todavía resplandeciendo como si tuviera el rocío de la mañana bajo los brillos del sol.


            Después de todo, fue una buena obra, disfrutó de la trama que le parecía distinta de cierta forma.





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