Supermercado.
Máquina del tiempo.
—Hola —una voz femenina sonó de entre uno de los puestos.
—Oh, ¿qué tal?, que gusto verte, mira te presento a Oscar. —Volteó justo cuando Oscar lo alcanzaba—. Es nuevo por el rumbo.
—Mucho gusto, soy Adriana. —Le estrechó la mano.
—Hola Adriana, un placer, soy Oscar, ¿llevas mucho aquí? —Todavía no se acostumbraba al juego de rol.
—Llegué ayer, pero andaba muy cansada y me la pasé casi todo el día en el hotel, tienen un buen café, ¿lo has probado?
—No, en realidad apenas me registré para mi habitación, acabamos de salir para ir al supermercado.
—¿Quieres acompañarnos? —los interrumpió Alberto—. Dijiste que has estado todo el tiempo en el hotel, así que estas igual que Oscar, vamos a conocer el supermercado todos juntos. —Una gran sonrisa se le iluminó en el rostro, se notaba que estaba muy feliz, como si tuviera mucho tiempo esperando este momento.
—¿Por qué no?, hace un poco de frío y la verdad no soy muy del gusto de los juegos de miedo. Prefiero ir a comprar algunas cosas ¿Ya tienen planes para la semana? Yo quiero hacer muchas cosas. —«Cosas», una palabra que no decía mucho y significaba todo al mismo tiempo, tan general e inespecífica—. Hay una casita muy bonita con vistas al mar en el pueblito que está aquí cerca, ¿ya conocen por allá?
—Es un sitio muy bonito en realidad, he viajado mucho en auto y conozco todo el rumbo, te lo recomiendo ampliamente. —Volteó a ver a su acompañante—. También a ti Oscar, oigan, mañana podemos ir. ¿Qué les parece?
—Por mi estaría muy bien —dijo secamente Oscar.
—¡Eso sería maravilloso!, tengo muchas ganas de ir, solo conozco el hotel, es muy bonito y todo, pero lo mío es el mar, quiero conocerlo. —Le sonrió a Oscar, él no sabía si le estaba coqueteando o le trataba de decir algo más, conocía que así hablaban las personas del siglo XXI, con muchas indirectas y a veces las relaciones se volvían muy complicadas porque cada uno decía e interpretaba a su manera. Que bueno que eso no era problema para los pobladores del siglo XLI.
—¡Maravilloso!, simplemente espectacular, ya está todo listo entonces, hoy vamos al super, mañana desayunamos temprano para que Oscar pruebe el café. —Si Adriana le coqueteaba a Oscar, se podía sentir que congeniaban más Adriana y Alberto—. Y los chilaquiles, claro que sí, la especialidad de la casa —dijo la frase como si citara a Laura—. No hay tiempo que perder, vamos al super. ¿No tienes frío Oscar?
—Un poco sí. —Con tanto que estaba sucediendo no lo sentía mucho en realidad. Hasta hace poco estaba pasmado con tantos artículos y juegos nuevos para él, ahora estaba un poco incómodo ante la fuerte personalidad de Adriana, le agradaba ella, se podían llevar muy bien, pero tenía mucha confianza, se le notaba a distancia. Oscar trataba de ser más cauteloso, aparentar más desconfianza, como lo hacían hace muchos años.
—¿Qué esperamos? Vamos de una vez. —Comenzó a avanzar Alberto y Adriana lo siguió, no sin antes voltear a ver a Oscar, invitándolo con la mirada a seguirlos.
—Que emoción, ¿qué se quieren comprar ustedes? —Oscar iba atrás de los dos.
—No tengo nada pensado, voy por la aventura, ¿y ustedes? —Alberto seguía firmemente en su paso.
—Un suéter… ah, y un celular, quiero ver la guía desde el celular, olvidé el tríptico en el hotel.
—Cierto, yo tampoco tengo celular, en realidad no tengo más que mi tarjeta del cuarto. ¿En qué habitación les tocó? —dijo divertida Adriana.
—Yo estoy en la 402 y este suertudo de aquí tiene una con muy buena vista, le tocó la 207, cortesía de Laura.
—Yo tengo la 512, no me gusta tan arriba, prefiero estar en el restaurante o en el vestíbulo leyendo algo. ¿Ya vieron que hay libros y revistas disponibles en un cuarto?
—¿Una biblioteca? —dijo Oscar interesadamente.
—Ah, sí, una biblioteca, hay varios libros agradables, aunque solo hojeé unos cuantos mientras tomaba café. Me sentía un poco aburrida y no sabía con quién hablar, hasta que los encontré a ustedes. —Llegaron a las puertas del supermercado, habían cruzado todos los puestos luminosos y atractivos, no fue necesario cruzar la calle, pues el camino se curveaba al final en una especie de rotonda para que los autos giraran y pudiera retornar.
—¿Cómo se conocen? —interrogó Oscar.
El mecanismo de las puertas del supermercado era igual que el del hotel, con entrada de cristal y un mecanismo que despliega los dos portales hacia los laterales.
—Oh, querido. Es una historia muy larga —comenzó Adriana.
Alberto fue por un carrito típico de supermercado, totalmente obsoleto y sin nada de tecnología electrónica.
—Nosotros trabajamos juntos —continuó ella—, sé que es difícil para todos, especialmente para nosotros que estamos tan orgullosos de nuestra creación. —Hizo un ademán con los brazos, como una especie de abrazo invertido—. Durante muchos años hemos creado esta obra de arte y siempre supimos que puede haber errores, para eso estás aquí, eres mejor que nosotros para detectarlos y ayudarnos con eso. Queremos que sea lo más genuino posible este juego, me imagino que Alberto te ha hablado ya de esto…
—Es correcto, hemos hablado el joven y yo —interrumpió Alberto, aparte de su sonrisa cómplice, tenía un aspecto muy suelto y se mostraba con total libertad.
—Para nosotros es muy difícil, sino que imposible, ver nuestra obra de arte de una manera distinta a la que tú la ves. Sabemos quiénes son, hasta el momento, nuestras creaciones y quiénes son externos… me refiero a que sabemos cuáles son las personas que hemos programado y quiénes son usuarios, pero eso es por el momento, aún no se abre el juego para todos. Por eso hemos introducido a unos cuantos usuarios para que hagan esta última tarea, son los probadores finales, los primeros que verán que todo este correcto para que cualquiera pueda ingresar y se sienta con total libertad. —Así como se ve Alberto, totalmente feliz.
—Adriana y yo nos hemos esforzado mucho, es nuestro trabajo de toda la vida, somos muchos los que nos empeñamos en darle vida a esto… lo llamamos el juego del tiempo, nuestra intención es recrear con total certeza el comienzo de la evolución de las personas a Virtus, donde no se sepa la distinción entre ambos.
—Imagínalo de esta manera —continuó Adriana—, hemos creado una máquina del tiempo virtual, donde los Virtus de nuestra época pueden interactuar con el pasado distante, sin problemas de paradojas ni cambios en la historia, aprender mejor de lo que sucedía y cómo era la civilización en esos tiempos.
»Si esto es un éxito, las generaciones futuras podrán acceder a cualquier tiempo en el que deseen vivir, incluso convivir con antepasados tan remotos como los que convergieron con dinosaurios. ¿Imaginas las posibilidades? Todo un mundo virtual, todo el tiempo que desees, en cualquier parte, sin límite y todo realista.
»Eso es lo que buscamos, hemos logrado una realidad nunca conseguida. Sabemos que ya tenemos todos los mecanismos necesarios para crear una realidad casi idéntica a la física, recrear los aspectos fielmente, casi cualquier sensación que puedas percibir en el exterior se puede recrear virtualmente, incluso hay nuevas experiencias que no se podrían conseguir en la vida material, como volar o modificaciones corporales.
—Esa es nuestra filosofía, querido amigo. —Alberto la secundó, caminaban sin rumbo por el supermercado mientras empujaba suavemente el carrito, recargado en él, sin ninguna preocupación—. El mundo virtual puede ser más explosivo e increíble que el material, pero no por eso tiene que ser siempre algo irreal, ¿te imaginas uno donde todo sea legítimamente idéntico al mundo físico? ¿Que sea casi imposible distinguirlo de la existencia en la que te encuentras?
»Hay muchas problemáticas con esto, no tanto para nosotros, pero si esta tecnología hubiera estado disponible para las personas de la época que emulamos, muchos terminarían seriamente perdidos, sus mentes no estaban todavía preparadas para este nivel de realismo.
—Totalmente de acuerdo —tomó la palabra Oscar—, sé mucho del tema. ¿Se imaginan?, había gente que todavía no podía distinguir entre los sueños y su mundo material, eso me perturba mucho, las personas eran muy endebles mentalmente, incluso se crearon instituciones de trastornos de la personalidad y demás cuestiones por el estilo. Me da un poco de tristeza que eso fuera cierto hace tanto tiempo.
—Eres el historiador, Oscar. —Adriana hablaba mientras palpaba algunos artículos que le quedaban en las repisas cercanas—. Esto se ha logrado con la ayuda de muchas generaciones, incluyendo a las personas de este año.
»Necesitamos el apoyo de físicos, químicos, matemáticos, informáticos y muchísimas más ramas, todas para crear un nuevo mundo, una especie de maquina temporal… dinos: ¿Cómo nos ha quedado? ¿Qué deberíamos de hacer ahora?
—Perdón que los interrumpa, pero creo que deberíamos de ir a ese pasillo de allá, donde están los refrigeradores. —Alberto iba a su ritmo, sus intereses se podían centrar en varios puntos a la vez.
—Muy bien —comenzó Oscar—, me gustaría ir al área de papelería después.