Supermercado.
Los libres.
Caminaron por unos pasillos, varios artículos les eran desconocidos y otros les parecían muy arcaicos y sorprendentes. Tomaron varios objetos por diversión, para abrirlos después en el hotel, tratar de averiguar cómo funcionaban o si se podían comer. En el carrito había latas de comida, peluches, libretas, tijeras, dos platos y un empaque de papel higiénico.
Platicaban más de lo que tomaban objetos, casi toda la conversación rondaba en torno a lo que veían: ¿Para qué sirve eso?, no sé, ábrelo, desconozco como hacerlo.
Se dieron cuenta que la mayoría de los objetos no eran electrónicos, algo poco usual para la época en la que estaban acostumbrados a vivir. Varias veces tenían mecanismos físicos tan ingeniosos que se sorprendían de lo listas que eran las personas. Alberto era el que más se entretenía con esto, a pesar de ser uno de los creadores, él no sabía mucho de lo que había en el supermercado. Oscar era el que más explicaba el funcionamiento de todo, desde cómo encender una licuadora hasta el objetivo de un globo terráqueo.
—Eres muy listo Oscar, supongo que te puedes acostumbrar fácilmente a este mundo, yo no creo que pueda aguantar tanto aquí. —Mostraba un poco de timidez Adriana—. A pesar de que se sienta tan vívido como el sueño más lúcido que podamos tener, extraño mis tiempos, familia, amigos y todo a lo que estoy acostumbrada.
—Te entiendo. —Alberto rodeó con el brazo a Adriana, no había doble intensión ni nada oculto, eso era muy común entre los Virtus, pero muy extraño si unos amigos que tienen poco de conocerse lo hacen entre sí, más si es de hombre a mujer—. Realmente me encanta y me fascina mucho este espacio virtual, podría estar un mes entero viajando en auto, durmiendo en el hotel y nadando en la alberca, pero más temprano que tarde, regresaría con los míos.
—Justo a eso es a lo que me refiero, debemos tener una especie de grupo entre nosotros los Virtus, para no sentirnos tan aislados. Aprovechemos que somos pocos los usuarios para crear esta organización. ¿Dónde está el área de oficinas?
—La verdad no sé, tenemos toda la energía que necesitemos y el tiempo que deseemos, podemos caminar hasta encontrarlo. —Alberto jugaba con una envoltura de pan, trataba de averiguar cómo se abría, Oscar se divertía y decidió esperar a que lo resolviera por su cuenta.
—Tenemos nuestro cuarto, hay que personalizarlo a nuestra manera, para que al regresar tengamos un recuerdo de la era de la que venimos. —Se dirigió a Adriana—. Te gustan los paisajes, el mar y el espacio abierto, ¿no? Vamos caminando y si encontramos un pasillo con arte, buscamos alguno que sea un cuadro del océano, ¿qué te parece?
—Tengo una idea mejor, compremos un lienzo, vamos a la playa y ahí pinto como lo hacían nuestros ancestros románticos, al amanecer un cuadro al óleo a orillas del mar. Muy poético, ¿no creen? —Alberto había comenzado a leer el empaque, para comprender como funcionaba.
—Haré varias listas, una en cada libreta que tenemos, para ti Adriana, te anotaré un celular, un lienzo y mucha pintura. —Tomó las tijeras y se las dio a Alberto—. Ten, usa éstas para que lo puedas abrir, más tarde te enseño a abrirlo con las manos. —Alberto sonrió ampliamente y por fin logró su objetivo, asomó el pan y lo mordió—. Por allá hay una silla de oficina.
Se sentaron en varias sillas y todas les parecían incómodas. Jugaron a ser trabajadores de esas épocas, imitando a Oscar que les indicaba como fungían los secretarios, los administrativos y otros trabajadores de oficina. Rieron un buen rato.
—Eso es lo que quería averiguar —dijo de pronto Oscar. Alberto y Adriana se voltearon a ver sin comprender realmente a que se refería—. ¿Ven a las demás personas que han estado en la tienda?
—Sí —dijo Adriana, todavía confundida—. No son muchas personas, pero están programadas para pasear a todas horas.
—Así es —complementó Alberto—, todo está organizado para que siempre haya movimiento, aunque sea muy poco.
—Totalmente. —Ahora era Oscar quien mostraba más confianza que sus amigos—. Ésta es una forma para poder identificarnos, las personas siguen sus rutinas de manera fiel, no actúan extrañadas cuando nosotros no nos comportamos como ellos.
»Alberto, abriste ese empaque y te comiste el pan, una persona se cruzó en nuestro camino y no nos volteó a ver, eso no sería posible si realmente hubiéramos viajado al pasado.
En ese sentido, Oscar tenía toda la razón, los creadores del videojuego eran capaces de igualar hasta el mínimo detalle de la realidad en cuanto a lo físico, pero en lo psicológico, solo lo lograban en gran medida. Pues, al involucrar aspectos externos, como mentalidades distintas a las que acostumbraban, entraría el caos y no había forma posible de representar fielmente las expresiones genuinas de la gente. Incluso las personas del siglo XXI eran muy diferentes entre sí y entre ellos mismos de acuerdo al contexto en el que estaban, algunas veces parecía que todos los factores eran iguales y los humanos se comportaban de manera diferente, imposible de determinar sus actitudes con exactitud.
—Mi especialidad, como ya saben, es la historia, pero fuertemente empleada a la psicología. —Oscar tenía la sonrisa que antes Alberto había mostrado cuando le mostraba el hotel. Estaban sentados en tres sillas en medio del apartado de oficinas del supermercado, la gente pasaba por allí con sus carritos, sus pláticas y cada uno en sus asuntos—. Es imposible recrear la psicología de nuestros ancestros de hace dos mil años, solo nos guiamos de sus escritos y material virtual del que disponemos, apenas comenzaba el internet y la gente no se acostumbraba a esto, tenemos muy poco material para trabajar realmente.
—Trato de entenderte Oscar, pero me cuesta seguirte. —Alberto se esforzaba por comprenderlo.
—A mí me interesa lo que dices, me gusta aprender, más si es algo que complementa mi trabajo —dijo alegremente Adriana.
—Aunque estemos en un universo distinto al nuestro, no tenemos por qué fingir ser algo que no somos, podemos actuar por momentos a lo que vemos, pero no por eso dejaremos de ser nosotros. —Se levantó—. Vamos por un café y seguimos platicando mientras conocemos que más nos puede ofrecer este supermercado.
Caminaron sin aparente rumbo, de pasillo en pasillo. Cuando llegaban al final de uno, giraban y continuaban con el siguiente. Iban platicando de sus vidas, cuáles eran sus nombres reales, que solían hacer, sus familiares y otros detalles personales. De vez en cuando se cruzaban con otras personas, algunas iban solas, otras con niños, pocas parejas o gente mayor, cada uno en sus respectivos intereses.
Por un momento, Oscar sintió que realmente habían viajado al pasado, las personas tenían sus vidas, hacían sus actividades con normalidad. Ellos, los tres extranjeros, platicaban de sus asuntos mientras paseaban como ellos entre los pasillos, era una sensación tan real que temió que las personas notaran que no pertenecían a ese tiempo. Sabía que la gente de esa época trataba mal a los que eran diferentes, los que soñaban de más, que expresaban sus singularidades o se atrevían a contradecir lo establecido. Eran tiempos difíciles, Oscar se alegró de no haber vivido en el siglo XXI. Aquí la gente honesta, que buscaba ayudar a los demás y que preferían el bienestar general de todos, eran vistos como ingenuos o inocentes, personas de las que se podían aprovechar. Hasta los consideraban raros, locos, extraños y muchos otros nombres técnicos para denominar a personas excepcionales con su forma distinta de ser. Muchos terminaban solos y eran degradados por tratar de ayudar a los demás, por ser soñadores, creativos, altruistas, honestos y otras actitudes virtuosas, por eso son personas y no Virtus.
—Nosotros somos Virtus —comenzó Oscar. Parecía que continuaba una idea que no había comenzado—. Este es un simulador imperfecto del año dos mil, hecho por y para nosotros.
»Disfrutemos lo que hemos logrado, si algún día somos capaces de viajar a tiempos pasados, tendremos mucha información de cómo actuar, este es un proyecto experimental para practicar y pasar desapercibidos si llegamos a este tiempo material. —Ahora Oscar traía el carrito—. Si llegamos al pasado, obtenemos conocimientos más precisos de la psicología de antaño y la implementamos al videojuego. Ustedes han hecho posible esta obra de arte que nos ayudará a seguir progresando. —Adriana y Alberto le regalaron una sonrisa, podría jurar que Alberto se ruborizó un poco, era el más interesado en tener una vida simple, sin muchas preocupaciones, sería feliz desayunando con Laura en el hotel que ayudó a construir.
»Por el momento, podemos actuar a nuestro modo, somos libres.
—En ese caso —se apresuró a decir Adriana—, regresemos por ese termo. Si vamos a tomar un café mientras platicamos y paseamos por el super, pues que sea con uno de esos bonitos artilugios artísticos.
—Yo quiero uno con un lindo estampado del hotel, ¿creen que haya alguno? —Alberto estaba interesado en la idea.
—Había muchos, vamos para allá, no estamos muy lejos. —Se giraron los tres para regresar al pasillo donde estos hermosos utensilios les servirían de recordatorio de su amistad, una que comenzaba a fortalecerse entre ellos. A pesar de ser tan distintos en el mundo material, aquí congeniaban libremente en el videojuego más realista.