Supermercado.

Mercadotecnia.


Mientras Oscar y Adriana bailaban, como dos primos en un evento social del momento, nadie, aparte de Alberto y Manuel, parecía prestarles atención, las personas caminaban, los veían y seguían con sus compras.


            Los cuatro Virtus, especialmente los bailarines, disfrutaron enormemente del momento, fue como regresar a su temporalidad, pero en medio de un grupo de civiles en la antigüedad. Lo equivalente a que la gente del año dos mil viajaran al año diez y comenzaran a reír sin aparente motivo, aunque eso no era algo extraño en esos años, lo sería si no hubiera una razón para hacerlo, aparte de no estar sobrios.


            Después del espectáculo, Oscar y Adriana regresaron felices con Alberto y Manuel, todos se veían muy complacidos.


            Caminaron hacia la cafetería y fue Alberto quien se encargó del trámite para pedir el café, le gustaba el contacto social con las personas que ahí trabajaban. Pidió uno distinto para cada uno, sin que ellos supieran realmente que era lo que iban a probar.


            —Así es como podemos distinguir a los nuestros de las personas. —Oscar siguió la conversación—. Nosotros tenemos otra mentalidad, aunque no queramos, terminamos haciendo actividades que no son comunes para estas fechas. No por eso es algo negativo, aunque estemos en una realidad exacta del pasado, nunca lo será en la cuestión psicológica por el tema del caos. —Manuel lo comprendía a la perfección, el caos era una parte fundamental para que la cuestión física fuera exacta.


            »Nos encontramos en un entorno virtual, ficticio en todos los aspectos, aunque muy bien logrado en casi todo.


            —¿Saben que propongo? —Alberto caminaba empujando el carrito y tomando su café caliente, se notaba que lo disfrutaba. ¿Ya lo había probado antes?—. Que hagamos nuestra vida aquí sin preocupaciones, actuemos como Virtus si queremos. O si prefieren suponer ser personas, no hay problema, no habría por qué tener penalizaciones.


            »Es un entorno de Virtus para Virtus, ambientado en el siglo XXI, a inicios de la época virtual. Así que, ¿por qué no disfrutarla como es?, con sus imperfecciones y detalles excelsos. Es nuestro mundo ahora.


            —¡Claro que sí! —afirmó Adriana—. Seamos personas extrañas y felices, no tenemos por qué sufrir como las personas alguna vez lo hicieron, podemos vivir con total libertad en esta realidad de hace dos mil años, sin ninguna complicación. ¡Que maravilloso!


            —Estoy de acuerdo con ustedes, yo seré su amigo incondicional. Si me necesitan, ya saben en dónde puedo estar, viendo los finos detalles del supermercado, eso me hace muy feliz.


            —Me causa curiosidad, ¿saben?, podemos ser cómplices de las personas, pasar desapercibidos y ver a los Virtus, digo, a los usuarios perdidos por el rumbo, tratando de aparentar ser como los humanos. —Alberto se mostraba simple y siempre carismático.


            —Nosotros tenemos más experiencia, hemos visto cómo actúan las personas y podemos emularlas parcialmente. Sigamos con nuestro plan. —Oscar le dio su termo a Adriana, ninguno de los dos había probado el café. Tomó una de las libretas y la revisó—. Hagamos nuestra lista del super, así como en la antigüedad.


            —Yo no conozco muchos de los artículos que venden —explicó Alberto—, no sé qué son ni para qué funcionan, creo que no soy el único —dijo cuando vio que Adriana asentía con la cabeza—. Llevaré lo que me llame la atención y me entretendré buscando su uso.


            —Yo te puedo explicar mucho de eso, soy experto en los detalles finos y las utilidades de los artilugios. —Manuel señaló lo alto de una estantería—. Eso de allá arriba son galones de una bebida alcohólica, eran muy comunes y sirven para emborracharse y perder los estribos.


            —Pues vamos por uno, si vamos a ser personas, hay que actuar como tal. —Comenzó a trepar torpemente por la estantería para llegar a lo más alto y poder bajar el galón. Oscar y Manuel sabían que ese no era el procedimiento para tomar el objeto, pero lo dejaron seguir con sus maniobras. En el transcurso de su viaje, tumbó unas cajas y algo se quebró dentro de una de ellas.


            —Buenas tardes joven, ¿le podemos ayudar con algo? —una voz masculina los hizo voltear.


            —Buenas tardes —gritó Alberto, ya casi había llegado a lo más alto y no estaba seguro si lo iba a oír este nuevo personaje—. Estamos bajando este galón alcohólico.


            —Eso es muy bueno, ¿quiere que pida ayuda para que lo bajen por usted? —La persona era rechoncha, con un traje distinto, al parecer trabajaba en el supermercado.


            —No será necesario. —Tomó el galón y con gran esfuerzo de no tirar nada más, lo dejó colgando de uno de sus brazos, mientras se sostenía torpemente con el otro—. ¿Puedes atraparlo Oscar?


            —Yo lo sostengo señor, no hay problema —dijo amablemente el trabajador—. Estamos para servir. —Alberto sin dudarlo lo dejó caer y la persona lo recibió sin mucho esfuerzo, se agachó y lo colocó en la parte inferior del carrito.


            —Disculpe —dijo Oscar que había presenciado toda la escena—. Es usted muy amable y bueno en sus tareas, ¿cómo se llama?


            —Soy Alfonso, mucho gusto en poderles ayudar, ¿hay algo más en lo que le podamos brindar nuestros servicios? —Oscar ya sabía que era un Virtus.


            —¿Me puedes ayudar a bajar? No quiero tirar otra de esas cajas gritonas.


            —Por supuesto que sí. —Alzó las manos para que Alberto pudiera poner el pie sobre ellas y saltar al piso, una escena para nada ordinaria, muy irreal e imposible de ver en el momento en que está ambientado el videojuego. Daba la sensación de ser dos niños tratando de comportarse como adultos en un mercado gigantesco.


            —¿Y en qué trabaja señor Alfonso? —continuó Oscar después de que Alberto aterrizara a escaza distancia de la caja que ahora comenzaba a emanar un líquido parecido al jugo de una manzana.


            —Soy encargado de que los trabajadores cumplan sus funciones y de que los usuarios no tengan problemas. —Era evidente que Alfonso sabía que todos eran Virtus—. Aparte de que cumplo una tarea fundamental, se llama mercadotecnia. ¿Han oído de esta extraña disciplina? —Una palabra en desuso para los Virtus, algo cotidiano para las personas.


            —Sí, fue una corriente que explotó cuando todo lo virtual comenzó, hostigando a la gente por medios teledirigidos sin importarle realmente las personas. Había muchos anuncios que a nadie le interesaban y se hacían públicos de manera agresiva, toda una pena. —Oscar sabía mucho del tema.


            —Oh, sí, es correcto, pero no por eso me dedico a ser ofensivo ni nada por el estilo. Tengo un registro de lo que los usuarios llevan y consumen, con esto rellenamos las estanterías y si fuera posible, traer estos objetos a nuestro espacio natural. —Alfonso se mostraba muy entretenido, le gustaba mucho platicar y ser complaciente, todos lo notaban. Sacó un bloc pequeño de una bolsa frontal de su mandil de trabajo.


            »Mira, he copiado tu idea. —Se dirigió a Oscar y le sonrió con mucha felicidad—. Anoto aquí lo que se consume por los usuarios y lo que hay que reponer, además de todos los detalles técnicos de mi profesión. —Les mostró el bloc, luego se los prestó para que lo vieran a detalle. Fue pasando de mano en mano, había una especie de cuadrícula y manuscritos que difícilmente se podían leer.


            »¿Está bonito, no? Me siento como toda una persona. —Irradiaba alegría—. Usando utensilios extintos y escribiendo como lo hacían nuestros ancestros. —Regresó el bloc a su poder y le dio un vistazo.


            »Todavía me falta mejorar mi escritura, no estoy acostumbrado todavía a esto, pero oigan. —Alzó las manos, parecía que los quería abrazar—. Tenemos todo el tiempo que queramos, la próxima vez que nos veamos, seré todo un empleado modelo con una letra bien caligrafiada.


            —Pero si ya eres todo un empleado modelo, me ayudaste a bajar sin tener que tirar otra de esas cajas. Por cierto, ¿qué son? —Alberto le dio una palmada en el hombro a Alfonso, ambos tenían su atención en el pequeño charco que se había formado.


            —Es tequila, una bebida de hace muchos años, antes había muchas naciones y cada una se quería distinguir por sus logros. —Levantó la caja y la sacudió.


            »Ésta en particular deriva de un país llamado México, tiene un olor fuerte y un sabor todavía mayor. —Acercó la caja a los demás y el olor los hizo retroceder, solo Oscar lo soportó más tiempo—. Casi todas las bebidas alcohólicas tenían un olor potente y eran muy comunes en la actualidad, si algún extranjero visitaba México, seguro llevaban tequila como recuerdo.


            —No entiendo la diversión de perder la sobriedad —Manuel habló finalmente—. Por cierto, soy Manuel. —Se presentaron también los demás y se saludaron estrechando las manos, imitando los cánones pasados.


            —Eso me recuerda —dijo casi riendo Alfonso—. Tengo muchas ganas de usar este aparato. —Les mostró un dispositivo que tenía colgado en la parte trasera del pantalón, una especie de caja pequeña y negra, como un celular muy grande y con una antena endeble.


            »Es una radio, sirve para informar a otras personas en tiempo real lo que les quiero comunicar, es como un celular, pero solo sirve para llamar a aquellos que estén sintonizados a la misma frecuencia. —Acto seguido les mostró que funcionaba, presionó unos botones y se escuchó una interferencia molesta, un ruido estático y continuo.


            »Hola, sí, aquí Alfonso —Una voz entrecortada le respondió desde el dispositivo que tenía en la mano: «buenas tardes jefe»—. ¿Saúl?, muy bien, oye, tengo un código 34 en el pasillo 15, sección de vinos y licores. —Les sonrió a los demás, todos estaban inmersos en la maravilla de aquel aparato rústico. «muy bien jefe, vamos enseguida», respondió la voz al otro lado de la radio—. Muchas gracias, Saúl, aquí te espero. —Más estática y finalmente: «gracias, nos vemos ahí», la comunicación se colgó. Que forma tan extraña de terminar ese diálogo.


            »Ya viene para acá. —Cambió su voz como si quisiera crear un ambiente de complicidad infantil—. El código 34 es que algo se ha caído y necesitamos limpiarlo. La verdad no entiendo para qué los códigos, como si las personas no tuvieran derecho a saber que se le pide a otro trabajador que hay algo que se cayó y necesitamos higiene.


            —Eso mismo estaba pensando. —Oscar seguía asimilando aquel suceso nuevo para él—. Todavía me cuesta adentrarme en los comportamientos humanos, me parecen un poco groseros y que se tratan no como semejantes, sino como objetos.


            —Lamentablemente es lo que he notado. —Adriana recordaba lo que le había dicho Oscar y que la hizo sentir muy triste. Probó su café, era muy dulce.


            —No hay de que preocuparse, nos tenemos a nosotros mismos —dijo Alberto—. No por eso hay que ser como las personas con ellas mismas, al menos yo las seguiré tratando con respeto, aunque sean entes puramente programados.


            —Totalmente de acuerdo —concluyó Oscar, los demás asintieron.


            Llegó el empleado. Saludó amablemente a todos los presentes, ellos hicieron lo mismo con él. Traía consigo un trapeador y una especie de carrito de basura. Alfonso le dio la caja de tequila y el trabajador la dejó en su cesto portátil. Ambos iban vestidos de manera muy similar, Saúl el subordinado era más joven y delgado, aunque más alto que los demás. Siempre sonriendo y muy cortés. Terminó rápidamente sus labores y se retiró sin despedirse de nadie.


            —¿La gente se suele marchar de esa manera? —cuestionó Alberto a Alfonso.


            —Es correcto, lo programaron para que sea lo más similar a los especímenes de esos tiempos. —Oscar confirmó que era una conducta natural de esas fechas.


            —Alfonso, me gusta mucho tu trabajo y quiero que estemos juntos en esto, ¿podemos ser equipo? —Sorprendió a los demás la pregunta de Manuel.


            —¡Por supuesto que sí, será un honor para todos! Si me lo permiten los demás, claro está. —El trío que se había reunido en los puestos coincidió que sería buena idea.


            —Muchas gracias, el honor es mío, sabrás que yo veo los detalles finos, puedo ser el inspector de calidad del supermercado.


            —¡Estupendo!, ¡simplemente estupendo! Acompáñame, vamos a hacer todos los trámites como antaño. Necesitaremos una solicitud de trabajo, ir a recursos humanos, pasar por muchos obstáculos divertidos y al final estarás en este maravilloso lugar donde seremos compañeros. ¿Qué te parece? —Codeó a Manuel.


            —Me agrada la idea, ¿también tendré uno de esos objetos para hablar a distancia?


            —Oh, ¿una radio? ¡Claro que sí, compañero! —Se volvió hacia los primos y el amante de los hoteles—. Si nos dan su permiso, este mercadotécnico tiene que llevar a su nuevo compañero para que sea reclutado como gerente de calidad de… de productos diversos. ¿En qué área te especializarás?


            —En frutas y verduras, esos tomates son mi fuerte… mi orgullo. —Comenzaron a caminar.


            »Muchas gracias, amigos. —Se volvió a despedirse de manos, la amabilidad no puede faltar. Hubo despedidas animadas por parte de todos, incluyendo abrazos—. Saben en dónde encontrarme, verificando la calidad de los tomates.


            —También pueden encontrarme a mí fácilmente, soy el encargado de mercadotecnia y suelo estar por estos rumbos. ¿Han ido al puesto de relojes? Cerca está mi oficina. —Diciendo otra vez con voz cómplice.


            »En realidad es ornamental, nunca me encuentro ahí adentro, suelen verme junto a la joyería, me gusta ver pasar a los clientes, ahí tengo una computadora vieja… una computadora. —No había porque detallar que era algo pasado, estaba implícito que todo lo de ahí era antiguo—. Ahí registro los artículos más vendidos. ¿Sabían que los productos más caros y qué más ganancias generan son los relojes? Después del alcohol y los comestibles, claro, ¡estas personas son toda una civilización digna de ser estudiada!