Supermercado.

Comienzo de los Virtus.


Alfonso resultó ser más carismático y parlanchín de lo que aparentaba. Se hizo buen amigo de Manuel que era más tímido. Al parecer los dos opuestos tenían varias cualidades en común que los hizo dejar de lado sus diferencias. Ambos eran amantes del orden, uno, de los detalles más pequeños de los objetos, y el otro, del registro de las compras para el análisis futuro. Mercadotecnia y control de calidad, aunque eso de los anuncios molestos no lo emplearían los Virtus, es algo desagradable.


            Después de la despedida de Manuel y Alfonso, uno platicando y el otro concentrado en los detalles que veía. El trío de amigos continúo su recorrido, sin rumbo fijo, tomando sus respectivos cafés, el de Oscar estaba muy amargo.


            Al llegar a la zona de electrónicos (dentro del videojuego electrónico…) se comportaron como turistas en una feria de niños, viendo y tocando todo lo que podían. Que artefactos tan básicos. ¿Estos eran los celulares?, ¿tan pocas funciones tenían?, ¿qué se suponen que hacen?, ¿por qué este tamaño?, ¿siempre han sido tan caros? Les parecían tan rudimentarios como lo sería para nosotros el arco con flecha comparado a un revólver.


            Estuvieron un buen rato jugando con los celulares, probándolos, hablando con el encargado de telefonías.


            Finalmente se decidieron por unos que les parecieron muy bonitos en el exterior, prácticamente todos tenían las mismas funciones, demasiado simples para sus gustos, así que eran idénticos para ellos.


            Cerca de media hora interrogando al encargado, preguntando como se usaban y fingiendo hacer llamadas entre ellos. No fue necesario hacer tantos trámites como se haría en el tiempo real del año dos mil, la cuestión del juego no es ser agobiante con burocracias que se consideran innecesarias.


            Aprovechando la ocasión, se acercaron a las computadoras. El más interesado era Oscar, aunque Adriana también quería una. Después de ver los celulares, estos aparatos no se les hacían tan complicados, eran muy intuitivos y sin mucha información.


            Oscar eligió una que le sirviera para poder escribir, le gustaba fingir ser una especie de secretario del pasado, usando sus notas en la libreta y en una computadora portátil.


            Fueron necesarios más carritos, pues seguían agregando objetos, no parecían constatar sobre el lugar donde guardarían todo eso.


            Alberto llevaba más comida y figuras decorativas, diciendo que quería adornar su auto. Adriana felizmente eligió un caballete y una serie de bastidores, tardó mucho en elegir los demás utensilios de pintura, como los colores de óleo y los pinceles adecuados. Mientras ella se decidía, Alberto y Oscar platicaban y veían a las personas, jugaban a adivinar quien era usuario y quien no, todos les parecieron muy ordinarios, excepto dos jóvenes que pasaron corriendo con el carrito vacío, esos seguro que eran usuarios.


            Cuando tenían dos carritos llenos, decidieron ir a sus habitaciones a guardar todo, no sabían cuánto tiempo había pasado, ¿sería buena idea pasar por los relojes y saludar a Manuel y a Alfonso? Alberto vio la hora en su celular, pasaban de las dos de la madrugada, si al día siguiente querían ir a ver el amanecer en la playa, lo mejor sería irse de una vez… además se podían descongelar esas pizzas que había colocado Alberto, si es que no ocurrió ya. Manuel y Alfonso entenderían que no pasaran a despedirse. Después se darían una vuelta con ellos y les pasarían sus números telefónicos, desconocían si ellos contaban con uno, aunque sospechaban que Alfonso sí tenía, era fanático de su radio del trabajo.


            Siguieron a Alberto hasta las cajas donde se cobraba la mercancía, colocaron todo con sumo orden en la banda transportadora. Estaban casi solos en la tienda, había pocos clientes más, no tuvieron que hacer fila, era cierto lo que decía Alberto, en las noches hay menos gente.


            Finalmente, una cajera con cara que mostraba cansancio pasó todos los artículos, incluido el galón de alcohol que era el más pesado, por un escáner que pitaba cada que un objeto entraba en su rango de visión. Un joven de apariencia menor que Saúl, el ayudante de Alfonso, colocaba los artículos de una manera meticulosa en otro carrito.


            La cajera dijo una cantidad, la misma que se mostraba en un recuadro de letras digitales color verde pálido. Alberto sacó una tarjeta y se la entregó, pero la cajera no la aceptó, sino que le pidió que la introdujera en la ranura de un dispositivo que parecía una calculadora arcaica, incluso la pantalla se veía sumamente obsoleta. Oscar tuvo que ayudarle en este proceso y le pidió que por favor le dejara a él pagar, pero se negó. Tampoco aceptó la petición de Adriana. No importaba que lo que él había llevado, fuera lo menos caro, estaba dispuesto a pagar por todo, pues ellos no trabajaban y no contaban con economía… en realidad ninguno de los tres tenía un empleo.


            La tarjeta hizo un sonido y pidió una contraseña, todas tenían el mismo patrón preestablecido, así que no había problema. Lo anotó mientras la cajera y el joven acomodador volteaban hacia otra parte.


            —¿Seguro que tienes suficiente dinero? —le cuestionó Oscar.


            —Claro que sí, no te preocupes. ¿Sabes lo que es una tarjeta de crédito?, ¿no es así?


            —Por supuesto, ¿qué límite tiene? —Adriana no comprendía bien lo que decían, estaba terminándose su café y entreteniéndose, viendo a sus dos amigos hablar.


            —¿Límite?, no sé, ¿a poco tienen límites?


            —Se supone que sí, al menos así era hace miles de años, ¿cómo funciona la tuya?


            —No estoy seguro, sé que la puedo usar tanto como quiera sin ningún problema y ya después cuando tenga dinero, lo pago.


            —También sin intereses, ¿no es así?


            —Pues a mí me interesa, no sé si a eso te refieras —habló Adriana.


            —En la antigüedad te daban dinero y luego te lo cobraban con un extra que podía llegar a ser superior que el mismo préstamo.


            —Que barbaros, ¿en serio? —Alberto no se lo creía.


            —¿Y si no podían pagar? —Adriana también quería una respuesta tranquilizadora.


            —Había plazos para pagar, pero entre más tiempo tuvieran las personas para completar su préstamo, más cargos se le hacían. No importaba que tuvieran problemas ni nada por el estilo, eso era el capitalismo y el que estuviera más capacitado era el que tenía más dinero y poder sobre los demás. ¿Han oído de las clases sociales?


            —Creo que sí, ¿no es lo mismo que razas o etnias? —Se mostraba confundida Adriana.


            —No, eran una especie de jerarquía por el poder y la economía que tenían las personas, donde un solo integrante era capaz de tener la misma cantidad económica que cinco millones de sus iguales.


            »Había muchas deficiencias, corrupción, daño y demás problemas entre personas por estas cuestiones. Es curioso que de aquí haya surgido la tarjeta de crédito.


            —Ya no me gusta tanto, ¿no hay algo en la historia que no sea atroz y atropellador con los demás humanos? —dijo Adriana.


            —En realidad, sí, justo en la época en la que estamos. Aquí es donde surge el poder de los Virtus, debido a que comenzó el momento virtual y la comunicación colectiva entre multitudes, lo llamaron globalización, fue el final de los humanos…


            —¿Estamos en los últimos momentos de las personas? —dijo curiosamente Adriana.


            —Bueno, en teoría sí, la gente con cualidades Virtus se han visto desde hace más de 20 mil años, pero fueron escasas y aisladas, incluso prontamente asesinadas por sus contemporáneos. —Adriana hizo una mueca.


            »Tomaron gran fuerza cuando se pudieron unir por medios tecnológicos y mostrar que con el apoyo ajeno pueden mejorar la civilización.


            »Ya no era necesario un gobierno ni reglas estrictas, bastaba con la confianza y la inteligencia para comprender a los que son diferentes. Si algún Virtus todavía se comportaba celosamente de manera egoísta, los demás lo detenían y trataban de llegar a un acuerdo con él. Ya no eran necesarias las cárceles y otros centros de control de conductas… lo siento si soy muy técnico, como estamos en estas fechas, suelo expresarme como un local temporal.


            —Me gusta mucho la historia, pero me pone muy triste escuchar tanta intransigencia —dijo secamente Adriana.


            —Por cierto, ahora que lo dices, allá por el 2020 surgió un movimiento para defender a las mujeres, hubo muchos conflictos derivados de esto, pero ayudó a que los Virtus consiguieran un papel fundamental en la mejora de la especie.


            —¿Movimiento femenino en estas épocas? —Adriana no entendía.


            —Así es, pero es un acto social que ha ido evolucionando desde hace mucho tiempo, como lo fue el racismo, clasismo y otras ideologías que buscaban que todas las personas se comportaran de una manera similar.


            —¿Comportarse de manera similar? —dijo Alberto un poco indignado—. ¿Dónde queda la divergencia, los múltiples puntos de vista, todas las opciones útiles y los trabajos esenciales? Es completamente absurdo.


            —Y así fue por los siguientes mil años, la especie de Virtus tuvo sus orígenes entre mucha incertidumbre y problemas sociales. Afortunadamente salimos de esto y míranos ahora, casi saliendo de un supermercado después de comprar compulsivamente en los comienzos de la era virtual.


            —¡Eso me agrada mucho más! —agregó Adriana—. ¿Puedo tener una tarjeta de esas, Alberto?


            —¡Claro que sí, con gusto!, mañana que vayamos al pueblo podemos comprar unas… creo que aquí —señaló con el pulgar— también se pueden conseguir.


            —Mejor en el pueblito, ya quiero ir. —La voz de Adriana sonaba más dulce.


            —Lo primero, antes de ir al pueblito. Dejemos todo esto y vayamos a los puestos nocturnos, no los he visto, así como tampoco encontré mi suéter. —Oscar hizo un gesto triste con la cara y dejó caer los brazos.


            —¡Pero sí tienes toda la razón!, vamos de regreso, no puedes salir así con este frío. No te enfermarás, pero, ¿para qué quieres sufrir en lugar de disfrutar los puestos? —Dicho esto, Alberto se encaminó hacia el interior del supermercado, Oscar lo alcanzó y lo mismo hizo Adriana. Los tres de vuelta a la zona de ropa, dejando todas sus compras en los dos carritos, con una computadora portátil y demás objetos de valor sin ningún tipo de cuidado, afortunadamente estaban en un mundo de Virtus, nadie les iba a robar, la gente no estaba programada para ser corrupta o perjudicial para los usuarios.


            Pocas civilizaciones tenían este nivel de confianza con sus semejantes, era algo sumamente raro para los humanos, pero normal para los Virtus, que uno de ellos llegue a cometer un crimen es tan extraño como el vecino que deja las llaves del auto en el interruptor toda la noche para no perderlas.


            No había motivos para recrear los apartados negativos de los humanos, era algo desagradable que era mejor evitar, solo las cualidades aceptadas por la sociedad Virtus. Aunque estos sean transigentes, hay diversas clases para cada gusto individual. En este videojuego, Segunión, se busca recrear un ambiente gentil, generoso y arcaico; similar a viajar al pasado y disfrutar de todos los beneficios sin tener que sufrir los prejuicios usuales de la época, como ser quemado en una hoguera o apedreado por motivos mundanos.