Puestos temporales.

El topo con garras enormes.


Salieron del supermercado, sin saber cuánto tiempo habían estado ahí. No les importaba, ni llevaban prisa, disfrutaban de su estadía en esta nueva realidad. Oscar recordaba cuando iba en el auto, todavía estaba iluminado, conforme pasaba el tiempo, encontraba más carros y al mismo tiempo le tocó ver como oscurecía, sentía como si hubiera estado toda la vida con ellos dos, siempre en el siglo XXI, en el hotel Better. Cuando no llevaba más de cinco o tal vez seis horas en este espacio.


            Estaba casi vacío, solo percibieron dos personas caminando a lo lejos, entraron al hotel. ¿Habrán sido los mismos usuarios que corrían con el carrito del super?


            Los trabajadores de los puestos estaban en sus asuntos, algunos acurrucados en posiciones incómodas, muy cobijados y… ¿dormidos? Eso parecía.


            Se acercaron al más próximo, Oscar ya no sentía el mismo frío de antes, sin embargo, podía escuchar la dulce melodía del viento. Estaban más cerca del escarpado del final del valle, donde la corriente aérea caía en picada.


            Al llegar lograron captar los suaves ruidos mecánicos de las atracciones. Adriana iba atrás de ellos, a pesar de que la habían encontrado en uno de esos puestos, se veía distante.


            —Buenas noches. —La voz del otro lado del mostrador se escuchaba entrecortada, como si acabara de despertar—. Tenemos topos, ¿quieren jugar?


            —Hola, buenas noches, ¿qué es todo esto? —dijo rudamente Oscar.


            —Se llama «golpea al topo», ¿lo conocen? —continuó la voz masculina.


            —No, ¿golpea al topo?, ¿qué es eso? —Se acercó Adriana.


            —Tomen estos mazos. —Tenían el aspecto de unos martillos un poco más grandes de lo normal, con la cabeza forrada en tela, no muy pesados ni duros. Alberto sostuvo uno y Oscar lo imitó, recordaba vagamente esos objetos.


            »Voy a prender el juego y saldrán unos topos de esos huecos. —El mercader señaló con su mazo—. Tendrán que golpear la mayor cantidad que puedan, no les pasa nada. —La máquina hizo un ruido extraño y luego comenzó a vibrar, momentos después un cilindro mal pintado de color café que simulaba ser un topo salió de entre uno de los hoyos, el mercader lo golpeó con desgana, se notaba la experiencia en sus movimientos.


            »Ven, son muy simpáticos estos amiguitos, pueden pegarles todo lo que quieran, entre más, mejor. —Salieron muchos topos, Oscar vio a uno con más precisión y se percató que estaba maquillado como un personaje de terror, mal pintado, descolorido y viejo, seguramente por tantos golpes de ese señor.


            »No se preocupen, no les duele, vamos péguenle con confianza, ¿usted también quiere participar señorita?


            —Oh… no, prefiero ver —dijo tímidamente Adriana.


            Oscar golpeó a uno, lentamente tratando de no causarle daño a la máquina, pero Alberto se sentía más confiado y ya había terminado con un topo zombi, un topo hombre lobo y un topo dragón. No todos estaban mal pintados, se notaba que los iban arreglando, pero por partes.


            —Así es, van muy bien, si logran terminar con 50 de estos bichos, se llevarán un premio. —Atrás del señor había una maqueta con un topo con garras enormes que se movía de perfil a los videntes, cada que golpeaban a uno de sus súbditos, este avanzaba torpemente hacia una especie de ciudad extraña. El espécimen aterrador venía desde una madriguera debajo de un árbol siniestro. Llevaba casi un tercio del camino recorrido.


            Oscar se dio cuenta de lo que decía el señor y del topo que avanzaba a toda velocidad, se concentró y logró acertar a uno que parecía más un payaso que un tálpido, luego a uno color azul y remató finalmente a uno verde con una larga nariz dibujada, además de un sombrero mal hecho en forma puntiaguda. Sin embargo, Alberto mostraba más agilidad, él no necesitaba voltear para ver la maqueta, toda su atención estaba en azotar a estas pequeñas criaturas rígidas sin asomo de vida.


            El topo grotesco del fondo llegó al final e hizo todo un espectáculo. La ciudad se iluminó, pequeños destellos sobre ella aparentaban que estaba todo en llamas; ruidos de gente gritando de manera burda y una risa malévola supuestamente de la criatura. Por si fuera poco, unos focos se prendieron y se movieron rítmicamente simulando fuegos artificiales que provenían de las casas, colores rojo, azul y verde bailaban entre las llamas y el falso cielo nocturno. Luego silencio y el topo se devolvió rápidamente a su madriguera, en reversa sin mucho dinamismo, produciendo un pequeño chirrido que mostraba desgaste del aparato.


            —Han ganado, lograron acertar 53 topos. —¿Cómo sabía cuántos habían conseguido?—. Aquí tienen su premio. —Buscó de entre los múltiples peluches grotescos y bizarros de las paredes y eligió uno aparentemente de manera aleatoria. Era un topo con grandes colmillos, pero muy simpático. Se lo dio a Alberto.


            —Muchas gracias, señor… ¿cómo se llama? —Alberto siempre queriendo conocer a todas las personas.


            —Ricardo, su servidor para servirle en los servicios que le sirvan. —¿Eso era una rima? Adriana se rio calladamente.


            —¡Muchas gracias, señor Ricardo su servidor que nos sirve! —Alberto también era muy simple y disfrutaba de las ocurrencias de los tiempos. Simuló tener los mismos colmillos de su premio con sus amigos y con Ricardo—. ¿Cuánto le vamos a deber mi buen hombre?


            —El primer juego es por cortesía, si les gustó, pueden cooperar con lo que gusten, los demás ya tienen costo pues ya conocen la dinámica, no sería justo cobrarles si no conocen el juego. —Oscar frunció el ceño, eso era normal en los Virtus, pero las personas, especialmente los comerciantes, más si son de ferias, solían tener reputación de ser mañosos y malintencionados con los clientes. Tal vez las mecánicas estaban bien logradas, dando la sensación de estar en juegos viejos que cambian constantemente de entorno, pero con las personas eso no se notaba.


            —Me parece muy bien, ¿quieren jugar otro? —preguntó alegremente Alberto.


            —Yo no, me parece un juego violento, prefiero ir a comprar curiosidades a otros puestos —declaró Adriana.


            —Creo que también pasaré, no se me da bien golpear animales robóticos. —Oscar no se sentía muy cómodo con la manera de proceder del mercader. Luego de recitarlo un momento entendió que el juego está hecho para divertirse y creado para los Virtus, no había motivos para hacer artimañas.


            —Yo quiero seguir jugando un poco más, ¿no hay problema si me quedo? Pueden comprar lo que quieran, corre por mi cuenta, nada más me dicen en que puestos fue y ya paso a pagar con mi maravillosa tarjeta. —Alberto le dio el peluche a Adriana, ella lo cobijó bajo el brazo. Oscar devolvió su mazo al mercader.


            —Volveremos por ti, amigo, estaremos en los otros puestos. —Oscar se notaba animado.