Puestos temporales.
La cabaña del cabíbal.
Después de despedirse de la gran señora, ella regresó con una sonrisa a su anterior lugar, levantó sus cobijas y cuando se las estaba poniendo, llegó Alberto, le pasó su número de celular para que se pusieran en contacto Adriana y la joven aprendiz, Carolina.
—Me gusta mucho lo que hacen los artistas —dijo Adriana mientras caminaban y veían los demás puestos, apenas estaban en el tercero después del supermercado.
»Me gustaría que, en mi pequeña casa, tener en el piso de abajo una exposición con mis cuadros, donde la gente pueda venir a admirarlos y llevárselos. También tendría pequeñas esculturas hechas por nosotras. —Levantó su pequeña Caroline y juntó su cabeza con el cráneo de la calaverita.
—Eso sería muy hermoso —comenzó Alberto.
Un sonido los asustó a todos, no era del puesto espeluznante que tenían al lado, sino que venía de la cintura de él.
—¿Eh? ¿Creo que me llaman? ¿Así suena mi celular? —Lo sacó y estaba vibrando y sonando fuertemente—. Hasta se mueve, miren que curioso, dice que llama el Hotel Better. —Respondió la llamada, era Laura.
—Buenas noches, ¿Alberto? —Él sintió que ya era la hora en que iba a finalizar su turno. ¿Tanto tiempo había estado jugando a golpear topos? Alejó su celular y vio la hora, apenas pasaban de las dos y media.
—Buenas noches, Laura, ¿cómo estás?
—Bien, bien, gracias, Alberto. Nos comunicamos para informarles que sus pertenencias ya están en bodega. Hemos guardado los artículos de acuerdo con el tipo de cada uno. Los alimentos frescos están resguardados en nuestros congeladores, los electrónicos se encuentran alejados de los ambientes húmedos y los utensilios se encuentran almacenados meticulosamente en nuestras estanterías, dispuestos para ser trasladados en cualquier momento. Todo está inventariado y bien protegido, listo para ser llevado con total seguridad y rapidez al cuarto que necesiten. —Oscar no estaba seguro de si eso podía ocurrir en esos tiempos, pero le gustó el detalle de mantener una buena comunicación. Estaba todo muy bien organizado.
—¡Muchas gracias!, de verdad, Laura, son muy buenos en sus trabajos.
—Nos alegra oírlo, Alberto, que sigan disfrutando de su estadía y estamos para servirle.
Después de una breve despedida, ambos colgaron, Oscar apostaría a que primero fue Laura y luego Alberto. Eso explicaba por qué, cuando conoció a Laura, estaba hablando por un teléfono, todo el tiempo se encuentra en contacto con huéspedes y trabajadores, es mucho más trabajo que solo estar tras un mostrador. Con razón la joven de la asistencia al cliente en el supermercado estaba jugando con un celular, estaba aburrida. Buen detalle agregado.
—Ustedes pueden pasar a ese puesto si quieren, Colmillos, Caroline y yo nos quedamos aquí. Bueno, por este rumbo, seguiremos viendo los demás sitios interesantes.
—Buenas noches, jóvenes. —Que necedad de llamar así a todos los clientes—. ¿Quieren entrar al recorrido de terror? —Una voz masculina se había acercado al mostrador, un mueble de cristal con pequeños niveles metálicos, dentro se encontraban fotografías del recorrido, imanes de personajes tenebrosos, llaveros casi idénticos a los del puesto anterior… y también tazas.
—¡Buenas noches!, sí, por supuesto, ¿de qué trata?... oh, Adriana, sí, no hay problema, ten, ¿puedes cuidar a mi chofer también? Si no es mucha molestia, por favor. —Alberto le entregó su artesanía.
—No hay problema, ¿tú también entrarás, primo?
—Yo creo que sí. —Tampoco le interesaba mucho ese tipo de espectáculo, pero tenía dudas de lo que podía encontrar y no se lo quería perder.
»Alberto, ¿me regalas el comprobante de las artesanías?
—¿Esta pequeña nota? Sí, claro. —La sacó de una de las bolsas y se la dio—. ¿Lo tuyo son más las colecciones escritas, eh?
—Diríamos que sí, me gustaría guardar los escritos dentro de una de las libretas para tener un registro más preciso de las aventuras de nuestro primer día. —Lo guardó en uno de sus bolsillos, junto a la tarjeta del hotel.
—¿Preparados, chicos? El espectáculo será realmente aterrador, no se permite la entrada a asustadizos ni a personas con enfermedades cardiacas. ¿Podrán soportarlo?, entren y averígüenlo.
—¿Qué tenemos que hacer? —dijo Alberto, al parecer quería otro mazo para golpear.
—Es un recorrido nocturno de terror, dentro encontrarán muchos monstruos que van a querérselos comer. ¡No dejen que los atrapen!
—¿Es broma, verdad? —Alberto no comprendía a que se refería.
—Alberto, creo que sé de qué trata, es una pequeña aventura, algo así como un teatro de los comienzos de la civilización. —Alberto dudó un momento.
—¿Con anfiteatros?
—No necesariamente. ¿Has escuchado o visto relatos de terror de épocas arcaicas?
—Sí, aunque no entiendo bien a lo que quieres llegar.
—Se supone que vamos a fingir que estamos en una de esas películas. Caminaremos por un sendero y varios actores vestidos nos perseguirán para «asustarnos», esa es la diversión, fingir que estás en una obra terrorífica, pero sin estar en peligro realmente.
—Yo no diría eso exactamente. —El empleado estaba tratando de crear un ambiente de terror, comenzaba a funcionar con Adriana.
—No hay problema, hasta donde sé, los actores no pueden tocarte, tengo entendido que es gracioso ir corriendo y gritando, como si fuera un teatro totalmente improvisado, ¿me sigues?
—Sí, creo que lo entiendo, ¿eso es divertido?
—… Para los monstruos…
—Bueno, mientras platican, iré a ver los otros puestos, ¿está bien? —Adriana se despidió.
—Está bien, prima, en un momento te alcanzamos. —Estaba más motivado ahora Oscar que Alberto para entrar a la zona terrorífica, no por miedo, sino por comprobar que todos los detalles fueran como se lo imaginaba.
—Sí, ve con cuidado, Adri. Entonces… no hay tiempo que perder. —Aunque no era lo que esperaba, Alberto disfrutaba probando las cosas que no entendía, le gustaba experimentar, aunque eso significara golpear pequeñeces con un mazo gracioso.
—Nuestras criaturas estarán muy complacidas con este sacrificio. —Fingió una risa macabra.
»Por aquí, por favor, déjenme tocar la campana para avisarle a mis pequeños que ha llegado el aperitivo. —Más risas malvadas.
—Me está gustando el ambiente que está creando, lo hace muy bien, señor…
—Puede llamarme «Profesor terror jo jo jo». —Oscar se lo pensó dos veces. ¿Jo jo jo era parte del nombre? Se sintió muy ingenuo.
—Muchas gracias, Profesor terror, ya verá que saldremos con vida de aquí. —Alberto se rio, le gustaba platicar con todas las personas.
—Eso es lo que ustedes creen… Adelante, por favor, entren… entren. —Más risas y luego un sonido de chicharra, había presionado un botón y una luz roja se encendió en la parte trasera del puesto.
»Por aquí. —Jaló una de las cortinas negras que la hacían de entrada y dentro pudieron ver un camino poco iluminado en el piso, con unos focos muy tenues a poca distancia entre ellos formando un pasillo. A Oscar le recordó las decoraciones de la alfombra del hotel, detalladas en los laterales.
»Mis criaturas tienen hambre. —Alberto movió la otra cortina y dejó al descubierto más territorio. A lo lejos se percibía un árbol seco del que colgaba una pequeña bruja de peluche, casi podían escuchar con claridad la risa que profería este ser, si no fuera por el sonido del viento.
—La cena está servida, mis pequeños, disfrútenla… —gritó el señor Jo jo jo.
Alberto entró lentamente, esperando que le saliera uno de los monstruos que tanto mencionaba el señor Profesor. Oscar iba detrás, quería dejar espacio entre los dos para poder ver mejor todo su entorno.
Escucharon un ruido a su derecha, había una luz que apuntaba a una gran roca, parecía que justo ese puesto se había colocado en la entrada de una cueva o en un escarpado secundario, era un segundo cañón en miniatura. De la gran roca provenían risas de alguna grabación escondida, se oían robóticas.
A su izquierda no había mucho por ver, unos matorrales y una pared natural muy grande. A lo lejos se balanceaba la pequeña bruja con el viento.
Caminaron unos metros y algo salió de atrás de ellos, Oscar fue el primero que lo vio y se sorprendió mucho, especialmente porque no lo había visto venir, pero sobre todo por los buenos detalles del disfraz. Era evidente que se trataba de una persona aparentando ser una especie de lobo.
El hombre lobo corrió hasta casi alcanzarlos, fingiendo hacer rugidos. ¿Qué no los lobos aullaban? Oscar y Alberto corrieron hacia el árbol con la bruja risueña, estaban muy entretenidos, nunca habían tenido una experiencia como ésta.
Al llegar debajo de la bruja, apareció una de mayor tamaño de un lado del árbol. Esto los obligó a ir hacia adelante. El camino se curveaba ligeramente hacia la izquierda, pues a la derecha, el escarpado les iba cerrando el paso.
Metros más adelante vieron una cabaña que estaba cruzando un riachuelo, sobre este, una pequeña madera no muy gruesa, lo suficiente para que pasaran sin mojarse. Ya nadie los perseguía, aunque todavía se escuchaban las risas del juguete colgado del árbol, sin embargo, no había rastro de los actores.
Caminaron a paso rápido hacia la cabaña, no había mucho espacio por donde pasar, el camino era sumamente angosto. En una de las ventanas de aquella vivienda, estaba plasmada una mano de color rojo, como si fuera sangre.
El riachuelo venía de unos pedruscos a la derecha, apenas tenían suficiente corriente para moverse parsimoniosamente hasta irrigar un pantano no muy grande, esa era la parte más ancha de todo el camino.
En el pequeño charco, debajo de los pedruscos, había una pequeña figura de un esqueleto, era de una especie de… ¿rana? Eso no daba miedo. Del lado del pantano se escuchaban ruidos de aves, estaba iluminado y se veía una mano verdosa entrando y saliendo del agua.
La cabaña tenía la puerta cerrada, arriba un letrero que decía «No entrar, Cabaña del Caníbal». Se escuchaban más risas grabadas que venían de una de las ventanas, la de la derecha, que no tenía la pintura de la mano. Oscar volteó para allá y vio un muñeco colgado del tobillo, girando al ritmo del viento de un árbol.
Empujaron la puerta y se abrió fácilmente con un chirrido. Dentro había poca iluminación, un baúl a la derecha y, al frente, un altar de… ¿muertos?
El baúl se abrió, algo rojo resplandecía de su interior, duró unos cuantos segundos y luego se cerró. Se acercaron los dos riendo en voz baja, sentían miedo y curiosidad al mismo tiempo, sabían que no les podía pasar nada, pero querían saber que lo que estaba ahí no los iba a sorprender por curiosear donde no debían. Lentamente llegaron y esperaron, el baúl se volvió a abrir y dentro había brazos y piernas, parecían de goma. Una luz intensa color rojo provenía de lo profundo. ¿Se supone que era la sangre?
Caminaron al altar de muertos, lo único que se escuchaban eran las risas de la ventana frontal, ahí estaba una mesa, sobre ella un plato, cubiertos y una taza, daba la sensación de que salía humo de algún líquido caliente de su interior, cómo si alguien hubiera estado ahí hace poco. Debajo estaba un maletín, de ahí se escuchaba el ruido, seguro era una bocina disfrazada.
El altar tenía muchos artículos pequeños, Oscar creyó distinguir la mayoría. Alfeñiques, comida típica de la época, tazas de café, una botella de un líquido amarillento, cigarros (nunca había visto esos productos), papeles decorativos de varios colores, todos picados; aserrín, arroz y frijoles, casi todo era comida y decoraciones artesanales. Arriba del altar, en el último piso, estaba una foto, tenía una cara de un señor con ceño malicioso, de las comisuras de la boca se le veía… ¿sangre? Había poca luz. Sí, como si estuviera sangrando de los labios.
Oyeron que la puerta se cerraba…
Estaban totalmente solos en la cabaña, prácticamente era un cuadrado muy pequeño, la puerta cerrada, las dos ventanas, el altar, la mesa y otra salida que no habían identificado, a la izquierda de la entrada principal, también cerrada.
Oscar se acercó a la puerta por la que venían, no podía abrirla, estaba trabada. ¿Quién la había cerrado? No creía que hubiera sido cuestión del videojuego, aquí se están emulando todos los aspectos como si fuera la época antigua, así que algo debió mover esa entrada.
Volteó para arriba y vio un mecanismo de cierre automático, parecido al del supermercado y al del hotel, que regresaba las puertas a su lugar, solo que el movimiento de estas era distinto, no hacia los lados, sino hacia el frente.
Alberto estaba tocando la ornamentaría del altar, no parecía tener miedo ni preocupación por la puerta cerrada… hasta que alguien tocó del otro lado…
Escucharon una llave entrando y la perilla girando, justo en ese momento se abrió la otra puerta, la de salida. Ambos corrieron para salir, al mismo tiempo que un jorobado entraba con una máscara idéntica al del altar, incluso con el detalle de la sangre. El jorobado traía una especie de cuchillo grande y un mandil como los carniceros de la época, también manchado de rojo, seguro era el caníbal de la casa… Oscar se rio. ¿Si esta era su casa, dónde duerme? Si tenía que descansar en el piso, eso explicaría la joroba.
El caníbal jorobado carnicero corrió tras ellos, blandiendo su cuchillo en forma amenazadora. También riendo como si hubiera tenido los mismos pensamientos absurdos de Oscar.
Alberto cruzó primero el umbral y en seguida llegó Oscar, ambos corrían entre los dos escarpados, a los lados se encontraban múltiples lápidas. Alcanzaron a leer algunas de ellas: «AquÍ Yace JuanA, que confundïa las letRas… por eso se la comieron», «Yo solo le ofrecí galletas», «No sabía que los caníbales no comían manzanas», «Andaba por el rumbo...», «Se suponía que era el sepulturero… pero el Caníbal tenía hambre ) : ». Uno en especial le causó mucha gracia a Oscar, estuvo cerca de detenerse a leerlo bien, pero no fue necesario: «No le creí al Profesor Terror y me comieron».
—¡Me los voy a comer, no hay escapatoria! —gritó el engendro, seguía a una distancia considerable. Corría a la misma velocidad que Oscar y Alberto, nunca los alcanzaría a ese ritmo.
Oscar notó que Alberto también se había dado cuenta de eso, de vez en cuando volteaba para ver a su perseguidor. Todos sonreían.
Al final del pasillo vieron un letrero de madera que indicaba la salida, abajo unos huesos ornamentales. Tenía forma de flecha apuntando a la izquierda.
El final del camino estaba delimitado por unas cortinas negras, unidas a un marco de madera rústica, como si fuese la entrada a una mina. Atravesaron el umbral, dentro estaba una pequeña cámara con muy poca iluminación, demasiado angosta.
No había espacio suficiente para más de cinco personas, un sitio cuadrado muy pequeño. Solo se encontraban las cortinas por las que entraron, un foco en el techo de piedra como si fuese un excavado minero; y frente a ellos una puerta de madera con un letrero: «Final del recorrido…? ».
Alberto movió el picaporte, este giró y la puerta se abrió…
Estaban en otro puesto, casi idéntico al anterior. Un señor estaba sentado en el lateral vigilando el exterior y la puerta por la que acababa de cruzar la cena huidiza del caníbal.
—Así que han sobrevivido, ¿eh? ¡Felicidades!, no todos son capaces de escapar de su destino, considérense afortunados. —El señor comenzó a reír.