Pueblo pesquero.

Viajando de madrugada.


Alberto estaba a lo lejos, sentado como un niño pequeño en el sillón, esperando a sus amigos y a Laura. Se le veía muy contento, ambos se enternecieron con su postura.


            —¡Hola, amigos!, les gané. —Al hablar se le notaba más feliz.


            —Hola. —¿Siempre que se vieran, se tenían que saludar?—. Ya lo creo, pasamos primero por mis instrumentos de pintura y por unas libretas para mi primo.


            —Así es, venimos de la bodega. —Se giró hacia recepción, un sujeto bajito, con un poco de barba, rechoncho y muy fresco estaba ocupando el lugar donde antes estuvo Laura.


            —¿No vieron a Laura? Cuando llegué, ya no estaba. —Sacó su celular, apenas pasaban de las cuatro de la mañana.


            »Seguro fue a su cuarto a cambiarse. —¿Los trabajadores también tienen cuarto? Oscar no lo creía, pero había muchas discrepancias con las personas reales de la época, así que no le sorprendería que así fuera. Al menos los aspectos físicos seguían siendo sumamente exactos. Gracias a Virtus como el bueno de Manuel.


            —¿Ya estaba el señor bajito? —preguntó Adriana mientras se sentaba junto a su amigo.


            —¿Rodrigo?, sí, ya estaba, me imagino que llegó a tiempo para suplir a Laura.


            Oscar se les unió. Alberto se notaba un poco nervioso, pero alegre. Traía entre las manos su artesanía de chofer y la bolsa de alfeñiques. ¿Adriana había traído sus chocolates?


            —¿Quieren uno?, yo me cansé con el segundo, se me hizo muy dulce, prefiero guardarlos para la playa. —Les acercó sus alfeñiques, Adriana tomó uno con forma de manzana y Oscar, una pera, ambos con sus respectivos clavos.


            »Recuerden no comerse esos palitos oscuros, duermen la lengua —dijo despistadamente cuando recuperó sus aperitivos.


            —Gracias, ¿quieren chocolates? —De la bolsa sacó una más pequeña con sus dulces. Así que sí los traía, Oscar no lo había notado.


            —En estos momentos, no, gracias prima. —Alberto tomó el primero que tocó, uno con forma de corazón, se le quedó viendo y sonrió, seguro estaba imaginando algo.


            —¿Saben?, tengo a mi pareja en el mundo material, ella sabe lo que sucede en el lugar donde nos encontramos, nos tenemos mucha confianza. —Obviamente, como cualquier Virtus.


            »Creo que también está emocionada por mi relación con Laura, siento que está igual de nerviosa que yo… me recuerda mucho a ella. ¿Las personas podían tener sentimientos como estos?, digo, ser tan libres en sus emociones y no tener conflictos en estas cuestiones. ¿Con un amor existente y uno virtual? —Oscar estaba seguro de que conocía la respuesta. Al parecer Adriana pensaba lo mismo, por la cara de disgusto que hizo.


            —No. Lo siento —comenzó a decir Oscar, Adriana solo confirmó con su mirada que era un tema que no le agradaba—. Las personas no podían distinguir bien la realidad de sus sueños, como lo he dicho antes, les costaba mucho trabajo comprender lo que sucedía a su alrededor.


            »Cuando comenzaron los primeros prototipos de pseudo realidad visual, que no eran más que unas gafas con pantallas pequeñas para aparentar estar inmersos en ese espacio, algo similar a los audífonos rústicos de finales del siglo XIX, donde la gente percibía sonidos como si fueran del interior de su cabeza. —Oscar no sabía cómo expresarse mejor, trataba de usar palabras coloquiales que se empleaban en esos tiempos, pero no podía extrapolarlas fácilmente a sus contemporáneos.


            —Se me figuran muy básicos en muchos aspectos… —Alberto arrastraba las palabras.


            —Recordemos que hablamos de los comienzos de la era virtual, ellos la conocían erróneamente como la época tecnológica o digital.


            —¡Hola, chicos!, ¿llevan mucho tiempo aquí? —Laura se acercó a ellos, traía ropa negra, parecía un vestido. ¿Cómo sabía que estaban ahí?


            —¡Hola, Laura!, ¿cómo estás? —Se paró rápidamente Alberto, dejando sus pocos objetos sobre el sillón—. Para nada, no tenemos mucho tiempo, ¿quieres un alfeñique? Oh, está en el sillón. —Levantó la bolsa a la que casi se le salían los dulces.


            —Sí, ¿por qué no? —Evadió la primera pregunta—. ¿Tienes calaveritas?


            —Eso creo… me traje uno de cada uno, se supone que vienen todas las figuritas. —Buscó una calaverita, rápido la encontró y se la ofreció todavía en la bolsa. Laura conocía el truco, el alfeñique desapareció detrás de su sonrisa.


            Alberto y Laura caminaban por delante, ella no traía pertenencias. ¡Seguro las había dejado en su cuarto!, como su uniforme… Los primos caminaban alegremente atrás, escuchando atentos todas las aventuras que iba contando Alberto.


            Llegaron al auto. Adriana le devolvió el esqueleto que pretendía ser un chofer a Alberto. Él lo guardó en una zona donde difícilmente se caería, siempre a la vista, algo de lo que estaba orgulloso y digno de mostrar a sus acompañantes.


            Alberto se subió, Laura lo acompañó en el asiento de al lado, justo donde había despertado Oscar. Se podría decir, donde había nacido… así es como él lo sentía, no tenía intención de volver al mundo material, ahora este era su hogar y ellos su nueva familia.


            Los primos se subieron en la parte trasera, los asientos seguían siendo muy incómodos, aunque tuviera más espacio donde poner las piernas.


            Alberto salió del estacionamiento, estaba contando como fue su victoria con los topos, diciendo que le hubiera gustado guardarle un premio a ella, pero que no se le había ocurrido, al parecer no había problema, a ella no le gustaba las temáticas de terror. Fue ahí donde se inmiscuyó Adriana y donde aprovechó para ofrecer sus chocolates que estaban en la bolsa en medio del asiento trasero.


            Los tres comenzaron a hablar alegremente de lo que habían comprado, de todas las artesanías que habían visto, incluso sugirieron la idea de que esos puestos pudieran estar dentro del supermercado y… Siguieron divagando, Oscar se quedó pensativo, admirando taciturnamente el paisaje, disfrutaba de su viaje en la madrugada, de su nueva vida en otra realidad, como la llamarían las personas.


            Viendo detenidamente por la ventana, notaba que prácticamente la acera de los puestos era terracería, lo cual pudo distinguir mejor cuando pasaron por la vulcanizadora, todo su exterior estaba constituido de tierra, no lo había notado antes, es sorprendente como siempre salen detalles que aparecen cuando regresas por el camino ya andado. También las llantas que servían de base para el escueto letrero estaban sobre el polvo removido por el viento.


            Qué lugar tan bonito, mágico y maravilloso. Tanta naturaleza por todas partes. Saliendo de una zona inhóspita, en medio de ningún sitio, poco transitada. Esperaba pronto poder regresar al hotel, volver a vivir en aquel pequeño camino de ensueños, donde todo es perfecto…


            Se durmió mientras reflexionaba, Alberto lo despertó sin querer.


            —Mira, amigo, vamos a pasar por unas grutas, bueno, en estos momentos no se ven… —Oscar no entendía de que hablaba, buscaba torpemente con la vista algún hueco en los cerros—… por allá, justo vamos a pasar por lo alto. —Lo único que distinguía eran lomas y una carretera muy amplia, como de tres carriles para cada circulación.


            —¿Dónde?, ¿grutas? —Seguramente sus amigos se dieron cuenta de que estaba modorro.


            —Sí, estábamos en una zona muy alta, probablemente no te diste cuenta, pero hemos comenzado a descender. Tomamos el camino principal que lleva a la ciudad, pero nos desviaremos. El pequeño camino pasará sobre unos huecos en el piso, son unas cuevas muy grandes, no te preocupes, no hay peligro, solo lo verás como un barranco a la orilla de la carretera, bueno, algo por el estilo. —¿Qué habrá querido decir con eso último?


            Oscar no respondió, seguía concentrado en localizar la zona que Alberto mencionaba, ¿era en el camino secundario? Pero si seguían en el principal. Como si hubieran escuchado sus pensamientos, pasando un pequeño letrero que no alcanzó a leer bien, giraron hacia la derecha, abandonando aquella carretera con muchos carriles para el poco tráfico.


            Se trataba de un camino escarpado y muy angosto comparado con la vía principal. No se veían los barrancos tan pronunciados como para ser llamados grutas. ¿De qué hablaba Alberto?


            —Miren, justo ahí. —Aminoró la marcha—. ¿Lo alcanzan a ver? —Los faros iluminaban el final del camino, era una curva muy pronunciada—. No hay muchos vehículos, podemos ir más despacio.


            El auto se movía muy lento, estaban totalmente solos. Entre dos curvas muy juntas, derecha y luego izquierda, se encontraba un hueco muy profundo que comenzaba bajo la primera y que continuaba hasta la segunda. Algo muy extraño, como si aquella zona serpenteante fuera un puente sobre las grutas, de hecho, la carretera estaba suspendida sobre el acantilado. Entre los carriles, había un pequeño hueco por el que se podía distinguir parte del paisaje hundido, sin duda, toda una maravilla natural. Más tarde volvería para visitar este nuevo espectáculo. Cuando pasaron por encima, no alcanzó a ver el fondo, solo escarpados sin fin que se torcían en varias direcciones, permitiendo una zona de difícil acceso a pie.